Fecha de publicación: 13 de septiembre de 2024

Homilía en la Eucaristía de inicio de curso de la Delegación de Educación Católica y Enseñanza Religiosa, el 13 de septiembre de 2024, en la S.A.I Catedral de Granada. Convocada por la Delegación de Educación Católica y Enseñanza Religiosa para profesores de Religión, fundaciones educativas y colegios católicos, CONCAPA y Ampas católicas, centros universitarios y de formación profesional católico, y profesores católicos.

Queridos sacerdotes concelebrantes;

Delegado Episcopal para los Centros Católicos de Enseñanza y la asignatura de Religión Católica;

Queridos hermanos y hermanas;

Querida comunidad Educativa Católica de Granada:

Os decía que me da mucha alegría ver esta visibilidad de vuestra fuerza y vuestra presencia. Una de las cosas que nos hace muchas veces ineficaces es que, teniendo una presencia fuerte, una presencia histórica, una presencia viva, labrada cada día del curso y labrada generación tras generación, en los colegios católicos, en los colegios de inspiración cristiana, en las asociaciones de padres, en las congregaciones religiosas y en las fundaciones, muchas veces vamos cada uno por nuestra cuenta. ¿Entonces, que ocurre? Pues, que no contamos. Que parece que no existimos. Que tenemos cada uno una historia aparte.

Pero, queridos hermanos y hermanas, el empeño de la educación católica: la Iglesia es maestra de humanidad, experta de humanidad. La Universidad, por ejemplo, que hoy comenzaba el curso en Granada, la pone en marcha. El arzobispo Gaspar de Ávalos, con Carlos V, como refrendo, y el Papa. Y 230 años está en la Curia. La Iglesia ha tenido, tiene y seguirá teniendo una presencia fuerte de los cristianos en el ámbito educativo. ¿Y todo ello, por qué? Por el mandato de Jesús “Id y enseñad”. Enseñad una forma de vida, una forma de entender a Dios, al ser humano y al mundo. Una forma que ha atravesado la historia y está extendida por todas partes del mundo, desde universidades prestigiosas en países de primer orden, hasta en los países más pobres y pequeños. Allí está la presencia de la Iglesia enseñando. Desde las universidades a las guarderías y, especialmente, en los lugares más pobres, para llevar esa cosmovisión, esa manera de entender la vida según los criterios del Evangelio y los criterios de Jesús.

Nosotros no ponemos escuelas, no ponemos colegios, no ponemos institutos, no ponemos universidades para hacer negocio. No, al contrario. Muchas veces es un quebradero de cabeza y lo sabéis. ¿Por qué ese empeño, incluso que ha llevado a fundadores y a fundadoras a crear y a fundar órdenes religiosas, institutos de vida consagrada? ¿Por qué? Para anunciar el Evangelio Para evangelizar. Eso que nos ha dicho San Pablo en la Lectura que hemos escuchado “Ay de mí si no predico el Evangelio”. Y el Evangelio no se trata sólo de predicarlo a palo seco, sino de enseñarlo con la propia vida. Enseñarlo porque es transversal y empapa la cultura, la manera de entendernos, las asignaturas. Y no se trata de rociarla con agua bendita. No se trata de poner simplemente imágenes en las clases. Se trata, sobre todo, de un estilo de vida. Y eso es lo que nos lleva a tener colegios, a estar presente, a dejar la huella, a cambiar nuestro mundo, a ser sal de la tierra y luz del mundo.

Pero Jesús nos dice que “ay de la sal si se vuelve sosa”. Jesús nos dice también que no se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre del Cielo. No, queridos amigos, no podemos esconder la enseñanza católica en Granada. No podemos quedarnos cada uno en su colegio, en su institución. No podemos ser simplemente gestores o enseñantes. No podemos ser simplemente gente que prepara para tener una profesión según sea el mercado laboral. No podemos ser gente que esté sólo rellenando papeles para el concierto o para las estadísticas, o para evaluarnos constantemente.

Un colegio es una empresa de ideas, una empresa de ideas, un centro de sentido, una oferta de evangelio en una comunidad educativa. No se trata de una colocación. Es mucho más en un colegio católico. No sólo es un servicio público, un servicio esencial a un derecho humano fundamental, que es el de la educación, sino hacerlo con un plus que, vuelvo a repetir, no es un añadido que se pone porque se pone la misa o se celebra el patrón o la patrona, sino es mucho más. Es un estilo de vida. Es una manera de entender la vida. Y un colegio católico tiene que dejar una impronta en el profesor, en los padres y en los alumnos. Y en el personal laboral no docente. Es una comunidad que anuncia a Jesucristo en el ámbito de la educación, formando hombres y mujeres de una manera integral. Con un aprecio y un amor de Cristo hacia esos niños, esos jóvenes y esos mayores, preparándolos para la vida.

Y más en estos momentos en nuestro mundo confuso; más en estos momentos en que muchas veces los padres parece que bien los sentís, parece que hacen dejación y dicen “con apuntarlo que está en el colegio, ya con eso…”. No, hay que recobrar vida. Ser profesor… Fijaros, se llama profesión religiosa. Ser profesor es profesar. Profesamos el Credo, que es la profesión de fe que profesan los religiosos y las religiosas. Aquí tenemos redentoristas y hermanas consagradas. Han hecho su profesión simple, su profesión solemne. Profesar es acomodar la vida a un ideal, a un empeño, no a una ideología. Los colegios no son ideologías.

Queridos amigos, todo esto tenerlo muy presente. Avivad el sentido de vuestra presencia en los colegios. De vuestro quehacer como profesores, de vuestro empeño de padres en las asociaciones. No tengáis, queridos colegios, miedo a los padres. Ejercitamos un derecho que corresponde fundamental y primariamente a ellos, de educar a sus hijos conforme a sus convicciones. No porque esté más cerca de casa, no porque tenga “más prestigio”, no porque sea de pago o deje de ser los contratados, sino porque hay una opción de vida. Yo quiero. Y esto tendría que pasar en los padres: que mis hijos vivan conforme a ese ideario que se expresa no sólo en un papel, no sólo en un ideario de un colegio, sino en la forma de vida de los profesores. De la titularidad, de lo que fundamenta aquello, de todo el personal, porque todo enseña. Y ese itinerario de un chico, una chica que entra desde un niño y sale para el mundo universitario, o está ya en el mundo universitario, como en nuestra Escuela de Magisterio de la Inmaculada, tenga un sentido especial de la vida, un sentido especial cristiano. Y eso no significa que sea perfectísimo. Eso no significa que no tenga defectos. Eso no significa que tenga que mirar por encima del hombro a los demás, sino que tiene un estilo, una manera de entender la vida, una manera de enseñanza y de afrontarla.

Pero vuelvo a repetiros, me da alegría veros a todos juntos. Ojalá, podemos hacer muchos cursos juntos. Mi sueño es que podamos hacer una plataforma de centros educativos católicos de Granada. Para decir también en la sociedad “aquí están los colegios de la Iglesia, aquí están para decir y para reivindicar, aquí están para que no se les estorbe, se le ponga nada más que trabas, aquí están porque quieren contribuir, contribuyen y han contribuido y seguirán contribuyendo a una sociedad mejor, a una Granada mejor”.

Y todo ello con los valores del Evangelio, todo hecho con la primacía de Dios como sentido trascendente de nuestra vida, con el Evangelio como fondo y con el amor al prójimo, con el sentido pleno de la persona que no sea el del individualismo, sino el del otro, que es un hermano, especialmente en quien más lo necesita.

Y cada uno, cada colegio con su estilo, cada colegio con su ideario y con su forma de ser. Pero todos, aunque cada uno tenga un numerador común, por su procedencia, por su carisma, por su ideario, por su historia, tengan un denominador común: servir a la evangelización para transformar nuestro mundo, nuestra Granada, con el espíritu del Evangelio. Como han hecho desde hace mucho tiempo, siglos incluso, los colegios católicos y las instituciones católicas en Granada, con presencia egregia, creativa, como las escuelas del Ave María, como la Fundación Juan XXIII, como los tantos y tantos colegios. No quiero desgranar a los hombres, unos más antiguos y otros más nuevos.

Queridos profesores, vosotros tenéis una vocación, una llamada, un quehacer que implica la vida.

Queridos padres, lo mismo os digo.

Queridos alumnos, si estáis aquí, vais a un colegio católico y eso es algo muy grande.

Vamos a pedirLe a Santa María, siendo de la Sabiduría, la que enseñó a Jesús en su humanidad con José, que Ella también cuide y proteja a nuestros jóvenes, a nuestros padres, a nuestros profesores, a nuestro personal no docente.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

 

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