En el Huerto de los Olivos, Dios quiso experimentar la soledad que tantas veces experimentamos los hombres. El miedo al dolor que vemos venir, el miedo al sufrimiento, el abandono de los amigos más fieles, incapaces sin embargo de compartir esos momentos de absoluta soledad en los que el hombre hasta puede sentirse abandonado hasta del mismo Dios.
Y sin embargo, Señor, tu oración pedía “que pase de mí este cáliz”, era lo contrario de aquel otro jardín, del jardín del Edén, donde el hombre había escogido su voluntad frente a la tuya, y Tú, Señor Nuestro, aunque te espantaba la idea de la cruz, le decías al Padre “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Y lo quisiste así, Señor, no porque nuestra liberación necesitase ese dolor tuyo, sino para que nosotros pudiéramos saber que tu amor por nosotros no se detenía ante nada, y que no hubiera ningún hombre en la historia que pudiera sentir que Dios no puede comprender aquello por lo que yo estoy pasando.
Ayúdanos a sentir tu consuelo, tu compañía en esos momentos de nuestras vidas.
Padrenuestro que estás en el Cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu Voluntad,
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
No nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal.
Amén
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Lunes Santo, 21 de marzo de 2016
Plaza de las Pasiegas