Queridísima Iglesia de Jesucristo, Esposa del Señor,
pueblo santo de Dios,
mis queridos sacerdotes concelebrantes:
Todos los que estamos celebrando esta Eucaristía un año más nos ha permitido el Señor la gracia de vivir una tarde que, de alguna manera (eso pasa siempre en la Eucaristía, pero fuera de la Eucaristía, pasa en determinados momentos), anticipa un poquito la vida del Cielo, por la comunión del pueblo cristiano hecha visible, hecha gesto público, gesto sencillo, como suelen ser las cosas de Dios, y lleno o desbordante de humanidad.
Yo quiero sólo formular -no es esta Eucaristía momento de muchas palabras- dos pensamientos. Uno, compartir mi corazón de pastor. Para mí esta tarde es una tarde sagrada, lo ha sido siempre; y este año que el Señor me ha permitido estar más horas viviendo esa intensa relación con el pueblo cristiano, que parece que es un segundo nada más y, sin embargo, está llena de contenido, llena de espesor.
Me hacía gracia, al oír ahora el Evangelio que hemos oído tantas veces, cuando Jesús le dice a Juan: ‘Ahí tienes a tu Madre’; y le dice a la Virgen: ‘Ahí tienes a tu hijo’. Y aquí estaba la Virgen, y estaba el pueblo cristiano, y estaba uno de los discípulos de los sucesores de los apóstoles; y para mí es un momento sagrado, casi sacramental. Sé que no es un sacramento, Dios mío, pero ése es el fruto de los sacramentos. Es decir, una relación de personas de todas clases, personas a veces también de lejos de la Iglesia, o de lejos de nuestro entorno geográfico. Por ejemplo, me ha llamado la atención, que ha habido a lo largo de la tarde siete u ocho familias de Kerala, de ese rinconcito que hay en el sur de la India, que recibió el cristianismo al mismo tiempo que nosotros, en la era apostólica porque era el final Kerala, cerca de Zailan, sudoeste de la India; era el final de las caravanas del Imperio Romano de la seda y de las especias. Entonces cristianos de Mesopotamia evangelizaron allí antes del final del siglo I, y cuando los portugueses llegaron allí se encontraron con una Iglesia de seis millones de personas que no habían tenido ninguna relación con el resto de las Iglesias del mundo ni había conocido ni la invasión musulmana, ni las herejías de los siglos V y VI, ni nada, y allí estaban manteniendo su lengua aramea y su tradición litúrgica aramea. Y aquí aparecen, en la tarde de la Ofrenda floral de la Virgen de las Angustias; había siete u ocho familias, que eran evidentemente de aquella zona, y, además, al preguntárselo, te dicen que sí.
Otras personas que te das cuenta, (…) unas que están cerca de la vida del Señor, otros que están lejos, pero que casi como quien se agarra a una tabla de salvación se acercan a la Virgen… Otros momentos de decir -yo no he hecho más que decir-: “Que la Virgen os bendiga”, “que la Virgen os bendiga”, a unos y a otros; y otra mujer te coge las manos y te dice: “Mi hijo, mi hijo, pida usted por mi hijo”. Te lo prometo, esta noche, en la Eucaristía, y además más.
Otros con nombres… Y suceden, suceden cosas que lo dicen los ojos, que lo dice la mirada, que lo dice la flor que traen; te das cuenta de un ramito de 3 ó 4 flores
-porque no dan para más, Dios mío, porque no podían traer más- (…), éste es el óvolo de la viuda, que vale mucho más que algunos de los ramos institucionales o así que no tienen realmente o tienen poco valor; o esos niños que se abren por primera vez a mirar a la Virgen y dicen: ¡Guapa!
Hay algo sagrado en esta tarde y el Señor nos da a vivirlo. Damos gracias a Dios por ello. (…) las personas que estamos en la Eucaristía somos muchas menos que las que han pasado y que querían ver a la Virgen, o sacar una foto, o hacer una oración brevísima como una jaculatoria en un momento y que han esperado, hay veces que hora y media o dos horas, para poder pasar en ese momento por delante de la Virgen y decirle a la Virgen: ‘Te quiero’ o ‘cuida de mi hijo’, o ‘haz que mi marido no sufra’… tantas cosas.
Pues nosotros, casi un poco como diputados suyos, de ese pueblo cristiano, le presentamos a nuestra Madre, le presentamos al Señor por la intercesión de nuestra Madre todas esas súplicas.
Luego yo he hecho una referencia a la necesidad de la paz (Nota: en el mensaje al inicio de la Ofrenda floral). Hace poco celebramos una jornada de oración por la paz expresando, recogiendo el deseo del Santo Padre, la necesidad que hay en el mundo actual. Todavía hace, ayer o antes de ayer, el Papa repetía: estamos comenzando a vivir la tercera guerra mundial. No se trata de asustarse, se trata de que el mundo vive una situación verdaderamente difícil y la oración mueve montañas, está hecha con fe.
A lo mejor no hay entre nosotros ninguno que tenga el grano de mostaza de fe que hace falta para mover montañas pero si lo hay, Señor, nosotros, hasta con nuestra poca fe, como aquel centurión, decimos: ‘Señor, sí, yo creo, pero aumenta nuestra fe, danos el don de la paz, y aleja de nuestra tierra…’. Yo tampoco quiero… pero hay que ser muy conscientes que después del 11 de septiembre en el primer comunicado que Bin Laden hizo mencionó a Andalucía, y casi cada vez que ha habido un comunicado de Al-Qaeda la palabra “Andalucía” aparece en él. No tenemos que ser ingenuos. Andalucía es un objetivo evidentemente para cualquier proyecto. Dios mío, es serio, no es ninguna broma, tenemos que pedir la paz, y tenemos que pedir la sabiduría de evitar esas condiciones porque el Islam nunca se ha extendido, diríamos, a través de las misiones, porque no es como nosotros; el Islam se ha extendido mediante el poder, o sea, la guerra, la conquista, o el comercio. Ojo, ojo. ¿Por qué? Pues porque tenemos una responsabilidad con nuestras familias, con nuestro pueblo, con el pueblo cristiano.
Vamos a pedirle a Nuestra Madre por la paz, por la paz en el mundo y para que nosotros seamos sencillos como las palomas y sagaces como las serpientes a la hora de promover en nuestro pueblo el don de la paz y de protegerlo.
Nos quedamos un momento en silencio y continuamos la Eucaristía.
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
15 septiembre 2014
Solemnidad Nuestra Señora de las Angustias
Basílica de Nuestra Señora de las Angustias