Podría dar la impresión de que esta gratitud de un obispo, y en el Día de la Iglesia Diocesana, se dirige principalmente a los fieles, por la ayuda económica que dais a vuestros pastores, a vuestras iglesias, y a los más necesitados dentro de ellas. Y es justo que seáis receptores de esa gratitud, porque es cierto que la Iglesia entera “vive”, en cierto modo, de las ayudas libres y voluntarias de los fieles. Es casi la única realidad de un cierto tamaño a la que, dentro de nuestra sociedad, se pertenece libremente, y que se sostiene también de ese modo, plenamente libre y voluntario.

Pero esto no es toda la verdad, y ni siquiera la más importante. La gratitud es la actitud habitual de todo verdadero cristiano. Es la “eucaristía” (acción de gracias), que se derrama fuera de la eucaristía y llena la vida entera. Pero el designio de Dios es que la gratitud sea la actitud fundamental de todo hombre, porque todos hemos recibido la vida como un don, y como un don llamado a desembocar en Dios, en la vida eterna, en el cielo. Es verdad que esto último solo se descubre o se verifica en el encuentro verdadero con Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte, «centro del cosmos y de la historia». Ese encuentro ilumina la vida y la muerte, y hace posible la paz y la alegría en medio de todas las injusticias y los males de la vida, por muy grandes que sean. Esa es la alegría de la Buena Nueva. No el que pertenezcamos a una especie de “conventículo” al que llamamos “Iglesia” (que coexiste junto a otras “Iglesias”, y junto a otras tradiciones religiosas, y que compite con ellas por el reconocimiento del mundo), sino el que en nuestra experiencia humana tal como es, mortal, y con todo el deseo de plenitud y el dolor que la marcan (sea cual sea la historia cultural y religiosa que nos precede), se ha introducido Dios. Dios mismo se ha unido a nuestra condición humana, la ha abrazado en Jesucristo con un amor inimaginable, y la ha hecho suya, y suya para siempre. «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

Una vida tocada por Cristo es una vida de gratitud. Al Señor. Y desde el Señor, a todos los que hacen posible una vida humana más bella. Por supuesto, ahí están quienes nos dan a Jesucristo. Fruto de esa experiencia bella de la vida es también una gratuidad que entra en todas las dimensiones de la vida: matrimonio y familia, trabajo y vida económica, vida social y política. ¿La meta? Sólo una: que se multiplique el número de los que dan gracias a Dios… por tanto.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

6 de noviembre de 2022

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