Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, pueblo santo de Dios, representado aquí esta tarde principalmente por los representantes de las Hospitalidades de Lourdes de distintas diócesis de España y también de la nuestra;
muy queridos sacerdotes concelebrantes, y saludo así por no señalar mas que uno, al padre Xavier, que representa a la Diócesis de Lourdes y a su pastor aquí en medio de nosotros;
queridos amigos:
Se acumulan esta tarde las celebraciones. Primero, es un gozo estar unidos, y unidos por el amor a Nuestra Madre, la Virgen de Lourdes, la Inmaculada Concepción, que yo no sé si todos lo sabéis, pero tiene un lugar predilecto, en cierto modo, en la Diócesis de Granada, porque en una Abadía que se construyó a las afueras de la ciudad después de las confrontaciones entre moriscos y castellanos del norte que habían venido, unos 30 ó 40 años después, pero que permanecían ocultas, se construyó una abadía para unir a las dos comunidades de algún modo en torno a la devoción al Corpus, es decir, al amor a la Presencia viva de Cristo en medio de nosotros, y a la Inmaculada Concepción.
El origen de esa Abadía tiene sus orígenes rocambolescos, bellos, muy humanos, muy bonitos también, en un sentido, pero su finalidad era unir a dos comunidades que no había manera de unir. Y aquella Abadía, que fue una universidad desde el primer momento, los estudiantes hacían un voto (estamos hablando de 1609) y ese voto era defender con su sangre la verdad de la Inmaculada Concepción como parte de la fe cristiana. Esa universidad ha durado hasta el siglo XIX y luego como un colegio de niños y adolescentes y jóvenes, interno, hasta los años 70 del siglo XX, y, si Dios quiere, renacerá en otro momento, quizá de otra manera, pero aquella Abadía ha hecho que la Inmaculada Concepción sea la imagen más repetida en Granada, más venerada también. Y justo en un momento en que estaba a punto de nacer el pensamiento de la Ilustración, que consistía en decir que el hombre se basta a sí mismo para construir un mundo feliz a la medida de nuestros deseos o, para decirlo con palabras más recientes y que han sonado más, todos tenemos la capacidad de que se realicen nuestros sueños.
En ese momento, la Iglesia parece que pone por delante eso que hablábamos ayer, y que el ponente también repitió (ndr. habla de una de las sesiones en el 45º Congreso Nacional), haciéndose eco del Magisterio no solo de Juan Pablo II, sino del Papa Francisco, y de toda la tradición cristiana antigua: la primacía de la gracia, ser cristianos es tener la experiencia de una gracia que hace nacer en nuestro corazón la esperanza y nos permite vivir contentos; contentos en cualquier circunstancia de la vida, reconciliados con nuestra historia, con la historia del mundo, capaces de amar porque somos amados. Afirmar esa primacía de la gracia en 1609 suponía un gesto de valor, y luego el Arzobispo que fundó la Abadía fue trasladado a Sevilla, y a Sevilla se llevó la devoción al Corpus y a la Inmaculada y, por eso, quizá la más famosa, junto con la de Alonso Cano, que está aquí en la sacristía, es la Inmaculada de Murillo, que está en Sevilla. Y Sevilla y Granada rivalizan en su amor y en su devoción a la Inmaculada. Pero Granada jugó un papel nada pequeño en el que se mantuviera en España… de hecho, la plaza más grande de Granada se llama la plaza del Triunfo, pero es el Triunfo de la Inmaculada Concepción. Y si me permitís un detalle casi jocoso, el postre más famoso de Granada se llama pionono, y es un postre que una pastelería granadina quiso hacer para celebrar y para honrar al Papa que promulgó el Dogma de la Inmaculada Concepción.
Estamos en tiempos de ecumenismo y los protestantes parece que no creen en la Virgen, pero recordad que uno de los principios fundamentales de la Reforma fue la sola Gracia. La Gracia es la que empieza todo, y la Gracia es la que termina todo. La Gracia es la que nos da el ser, nos da las capacidades de amar y de ser buenos y de vivir bien, y nos hace posible que amemos y que vivamos bien. Y la Gracia es lo que esperamos, porque lo que esperamos es Dios, y quien nos ha creado es Dios, y quien nos sostiene en el camino de la vida es Dios. Y eso es lo que vemos reflejado esa humanidad nueva: María, la nueva Creación, el comienzo de la humanidad redimida, el faro de la Iglesia, el espejo de nuestra vocación; María nos guía en el camino de la vida, acogiendo la Gracia de Dios, diciendo que Sí al anuncio del Ángel vino a ser la Madre del Redentor.
Señor, ayúdanos a acoger la Gracia, ayúdanos a que Tú seas el centro de nuestra vida y nuestras vidas florecerán; florecerán en amor, florecerán en misericordia. Amor y misericordia son las mismas palabras.
Decía que hoy se acumulan muchas celebraciones: el final de vuestro Congreso, el día de la Iglesia Diocesana, el final, ya mañana, del Año de la Misericordia. Pero amor y misericordia son dos palabras. Los Hospitalarios lo sabéis bien, son dos palabras inseparables: la forma de amar es acercarse al que sufre, la forma de amar es querer al que lo necesita. La justicia del mundo, del mundo moderno, suele decir que justicia es dar a cada uno lo que le corresponde, lo que se merece en buena medida, muchas veces. La justicia en clave cristiana es dar a cada uno lo que necesita. ¿Qué es lo que necesitamos? Verdad, amor, ternura, misericordia, la caricia de Dios hecha carne en nuestros hermanos. El Hijo de Dios se hizo carne para que esa caricia de Dios pudiese acercarse a cada uno de nosotros.
Un Padre de la Iglesia dice: Toda la razón por la que el Hijo de Dios bajó del Cielo (lo dice de una manera más bonita que yo) fue para que pudieran llegar a él todos los pequeñitos, como Zaqueo, y para que pudieran besar sus pies todos los labios, como hizo la mujer pecadora. Y esa Presencia carnal de Cristo se prolonga en su cuerpo, que es la Iglesia. Y, yo he visto con mis ojos, se prolonga en vosotros, en las Hospitalidades, cuando acompañáis a los enfermos, y les acompañáis ¿a dónde?: a la Imagen de la Virgen, donde Ella nos descubre de nuevo que el Señor no nos deja solos, que el Señor va siempre por delante de nosotros, que su amor nunca nos abandona ni deja de amarnos.
Yo le pido al Señor que vuestro Congreso haya fructificado, haya sido fecundo en estos días, haya sido también un gesto de comunión, que haya creado lazos de amistad y de comunión entre vosotros, y le pido que fructifique en cada una de vuestras Diócesis, siendo germen de amor.
Recordaba yo esta mañana con un grupo de la Diócesis una frase, que es el título que puso una novelista americana a una colección de relatos cortos (una novelista católica muy buena, se llama Flannery O´Connor, para los que les guste la literatura), y puso este título: “Todo lo que crece tiene que converger”. Y es verdad. Las cosas que crecen, si crecen en Dios, tienden a la unidad. Una unidad que no es uniformidad, como los coches, todos iguales, los de una misma marca, no. Una uniformidad que lleva la riqueza en la que todos nosotros reflejados de algún modo, de una manera única, la belleza y la gloria de Dios, la imagen de Dios impresa en nuestros rostros.
Que fructifiquéis, que crezcáis, siendo germen de unidad en vuestras Diócesis, en las parroquias donde esté la Hospitalidad instalada y así todos podamos vivir dándoLe gracias al Señor todos los días de vuestra vida.
Dejadme tan solo añadir, quiero dar las gracias a la Hospitalidad de Granada, a quienes dieron sus primeros pasos; quiero dárselas a Adela muy explícitamente, y que nos la cuide el Señor para que pueda seguir poniendo la misma energía en la peregrinación de enfermos y cuidando de la Hospitalidad de aquí, de Granada; a todos los que la habéis hecho posible, voluntarios, miembros de la Hospitalidad, incluso vosotros, que habéis tenido que venir esta tarde de manera un poco imprevista, gracias a todos porque habéis hecho posible este bello momento de comunión.
Que el Señor la multiplique y multiplique la alegría en todos vosotros.
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
12 de noviembre de 2016
Santa Iglesia Catedral de Granada