Rectora, querida Pilar;
queridos miembros del equipo de gobierno;
representantes de los profesores;
alumnos (especialmente saludo al grupillo de cantores que nos acompañáis) y miembros del PAS (si es que hay alguno):

Comenzamos este curso, después de un año y medio tan terriblemente singular que no tenemos experiencia de (…), tenemos ilusión. Tenemos ganas. Tenemos deseo de que este curso (que también va a ser singular en el sentido de que estamos saliendo de donde estamos saliendo, y de la manera que estamos saliendo) sea un curso bueno y fecundo para todos, para la vida de la universidad, que, además, es tan decisiva en la vida en general de la ciudad, y para todos los que vivimos en ella, amamos la tarea y la función de la universidad y tenemos una misión que cumplir en ella de una manera o de otra (pero que es una misión preciosa siempre y, sean las circunstancias que sean, hay algo que tenemos que hacer).

La Lectura segunda nos hablaba de los muchos ministerios, cada uno tiene unos dones. En el caso de la universidad, también unos saberes singulares, propios; pero la noción de bien común, que es una noción casi olvidada en nuestro vocabulario social y político, es una noción que no podemos perder. No se pierde en la medida en que una familia está sana. No se pierde, ni la vida de una familia. Uno hace mil esfuerzos para que la vida de la familia entera sea sana y salga adelante.

De alguna manera, ese modelo de la familia sirve para cualquier institución social: que cada uno ponga sus cualidades, sus dones, su persona, la riqueza que cada persona significa, que es siempre una riqueza única al servicio del bien común. Es la manera de que la vida social sea una vida en la que uno puede dar gracias. Dar gracias por formar parte de la universidad, de la sociedad. Es una expresión también de amor al mundo en el que vivimos que es el que Dios nos ha dado. Podemos analizar la historia como queramos, pero Dios no nos da nunca nada que no sea bueno. Hasta las dificultades son una ocasión para crecer, justo para ponernos a punto en la aportación más importante que todos podemos hacer a la vida social y para la cual necesitamos de Dios.

Si la Lectura de los Hechos de los Apóstoles significa algo significa que cuando el Espíritu de Dios habita en nosotros, cuando acogemos la Gracia de Dios, cuando acogemos al Señor, sencillamente se hace posible algo que sigue siendo, o pareciendo una utopía, pero a lo que no hay que renunciar jamás: que todos los pueblos formemos una unidad.

Todos participamos de una humanidad común. Todos somos hijos del mismo Padre. Todos hemos sido creados por el mismo Dios. Todos tendríamos que poder vivir como hermanos. Por la herida que la humanidad lleva en sí, la verdad es que no somos capaces de hacerlo solos, una y otra vez se generan conflictos, en la familia, en la vida social, se generan entre compañeros de trabajo, departamento, compañeros de clase. Siempre hay como si hubiera una herida en nuestro corazón que hace que los conflictos surjan. Pero hay algo más grande que los conflictos que es el amor. Estamos hechos para el amor. Y el Dios que hemos conocido en Jesucristo es un Dios que es Amor: estamos hechos para el amor. El amor puede vencer a esa especie de conflictividad innata para la cual todo sirve de excusa, hasta lo más pequeño se puede convertir en un tsunami. Nosotros, nuestra misión consiste en sembrar amor.

Si uno piensa cuáles son los frutos inmediatos de la presencia de Dios en nuestra vida, del Espíritu de Dios en nuestra vida, yo diría que son dos. La capacidad de perdón. Sin perdón los conflictos se envenenan, se pudren, se infectan, y terminan siendo lo determinante de nuestra vida y no tienen por qué serlo. Lo único determinante en nuestra vida es nuestra vocación al amor. Y en esa línea positiva de la vocación al amor la otra es el deseo de fraternidad de unos con otros. Claro que somos diferentes, tenemos historias diferentes, la historia de cada uno nos afecta mucho. Tenemos historias, temperamentos distintos… Me hace gracia porque el símbolo de la Universidad de Granada es un poco como símbolo de Pentecostés en pequeñito, porque tenemos de todos los países del mundo. Eso es una ocasión para salvar las diferencias, para acercarnos a las personas que provienen de un mundo distinto y cuya humanidad nos puede enseñar siempre. Nosotros también somos una riqueza y un don que podemos comunicar y dar. Eso hace el mundo más amable y la posibilidad de dar gracias por formar parte de este mundo también más accesible, más humano, más razonable.

Cuando damos gracias al comienzo de este curso -las cosas buenas empiezan con poquitos-, Le damos gracias al Señor por el curso que comienza. Porque podemos comenzarlo gracias a Dios y porque comienza de una manera normal a pesar de que tenemos el peso del año y medio este que llevamos tan singular. Y a pedir al Señor, quienes estamos aquí y también otras muchas personas que hay en nuestro entorno en la universidad que desean el bien de la universidad y de las personas, que con la ayuda de Dios podamos construir una universidad bonita: que sea un lugar de aprender cosas ciertamente, pero también de aprender a vivir, que es lo más importante. Con motivo de que aprendemos ciencias sociales, física, matemáticas, sencillamente sobre todo aprendemos a vivir. Y aprender a vivir es aprender a vivir juntos. No hay otra manera de vivir que vivir juntos, de la manera que podamos de forma razonable y sensata. No renunciar a nada de nuestra humanidad.

Yo creo que esas dos cosas, el perdón y el deseo del bien de los demás son cosas tan constitutivas de nuestra humanidad que renunciar a ellas es renunciar a lo mejor de nosotros mismos y a lo que hace bonita la vida, a lo que la hace interesante. No vamos a renunciar a ellas. Le pedimos al Señor que no nos deje renunciar a ellas.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

11 de septiembre de 2021
Parroquia Santos Justo y Pastor