Queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos hermanos y hermanas;
reitero mi saludo a la Hermandad Sacramental de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de los Dolores de La Zubia, y quienes la acompañáis; al mismo tiempo, a quienes con motivo de esta campaña de Manos Unidas os habéis dado cita también en nuestra Catedral:
Queridos hermanos de La Zubia, habéis venido a vuestra Iglesia. Esta es la Iglesia de la Diócesis de Granada, de esta Iglesia particular simbolizada en esta Iglesia, magnífica, Catedral de la Encarnación. Esta es la Iglesia de toda la Diócesis, no sólo de la ciudad de Granada. Es vuestra Iglesia también. Por eso, qué menos que recibir con motivo de esta efeméride de los 275 aniversario de vuestra Hermandad, recibiros y hacer este peregrinaje, que habéis hecho con vuestras benditas imágenes, con estas bellas y sencillas imágenes; y ahora, al retorno, en ese peregrinar de nuevo a vuestro pueblo, expresa también lo que es la religiosidad popular, la piedad popular, que, como nos dice el Papa Francisco, es la encarnación de la fe en un pueblo. Forma parte de vuestro ADN, de vuestro sentir, de vuestros mayores, que os han transmitido, y con ello valores profundos de fe cristiana, representados por esta imagen sufriente de Cristo, de nuestro Padre Jesús Nazareno, con esa cruz que simboliza también las nuestras y que la que seguro habéis unido a lo largo de todos estos años, todas estas décadas de estos siglos, vuestros dolores, vuestras angustias, vuestros sufrimientos. Pero, al mismo tiempo, habéis sentido aliviado ese dolor y ese sufrimiento y esas angustias, porque es Cristo quien las lleva con vosotros. Cristo es quien las asume. Es Cristo quien carga como varón de dolores. Como nos dice la Escritura, “cargó con nuestros sufrimientos, con nuestros dolores. Sus heridas nos han curado”. Él soportó todo por nosotros.
Y ese soportar de Cristo es también el soportar de la humanidad que ahora se ve herida, no sólo por esas guerras abiertas, lacerantes que, desgraciadamente, no conseguimos quitar de la historia de la humanidad y producen en nosotros, aparte del dolor, también el efecto contrario del acostumbramiento a un sufrimiento continuado de los seres humanos. Pero vemos también esas desgracias naturales como las que ahora asola a Turquía y a Siria en ese terremoto que se ha segado la vida por ahora de unas 30.000 personas y que exigen de nosotros una mirada, pero, sobre todo, una acción de solidaridad de la comunidad internacional. Pero también nuestro compromiso ha de pasar por nuestros bolsillos, por nuestra solidaridad efectiva que se hace oración por el sufrimiento de estos pueblos, algunos de ellos a los que se une la guerra desde hace décadas y que ha dejado todo un reguero de refugiados en los países del entorno y por todo el mundo.
Queridos hermanos, la imagen de Cristo sufriente se prolonga en la historia, en la imagen de tantos seres humanos que sufren, que llevan en sí las señales de la Pasión de Cristo. De tantos hermanos nuestros, tantos seres humanos en los que la imagen de Dios se ve ensombrecida por causa del hombre, por el sufrimiento. La imagen de Cristo sufriente está en los enfermos, en quienes en los hospitales sufren cualquier clase de enfermedad; está en las residencias de ancianos, en los hogares donde sólo, y marginados, o a lo mejor incluso de los propios suyos, que no hay lugar para ellos en sus propias casas, dejan en la soledad a quienes se les debe todo.
Queridos hermanos, la imagen de Cristo sufriente se prolonga en los que no tienen voz, en los que sufren atropellos de sus derechos y quienes tienen que buscar unas mejores situaciones de vida y se ven impedidos, porque los más poderosos, los más ricos, levantan barreras, o prefieren limitar el número de los comensales para tocar a más en unos pocos lugares.
Queridos hermanos, la imagen de Cristo Nazareno con su cruz, que es la cruz de la humanidad en la Historia, que es la cruz provocada por el sufrimiento, pero por el sufrimiento del pecado, por el egoísmo del hombre.
Queridos hermanos, esa cruz se prolonga también en nuestro tiempo. Tenemos que abrir los ojos. Y abrir los ojos con las enseñanzas de Jesús que nos propone hoy, desde esa sabiduría que es la de Cristo, no la del mundo. Con esa sabiduría que, según san Pablo, en la Segunda Lectura nos pide que tengamos, que es la sabiduría de la cruz. La sabiduría de la compasión. La sabiduría de Dios, en definitiva, que se ha hecho uno de nosotros y que ha cargado con todos, el sufrimiento de la humanidad. Y por eso nos ha salvado. Y por eso, el sufrimiento y la cruz deja de ser un instrumento de ignominia y de condena, y se convierte en un instrumento de salvación. Cuando de pequeños se nos preguntaba en el Catecismo: “¿Cuál es la señal del cristiano?”. Decimos, “la señal del cristiano es la Santa Cruz”. Y si preguntaban también: “¿Y por qué la señal del cristiano es la Santa Cruz?”. “Porque en ella –contestábamos- nos redimió Cristo, porque en ella redimió Cristo a los hombres del pecado”. Esa cruz sigue siendo nuestro signo y no podemos esconderla. Y no podemos vivir un cristianismo privado. Y no podemos renunciar a la coherencia que se exige de nosotros como cristianos. No podemos ser cristianos sólo de cabeza. Esto que nos ha pedido el Señor no es un imposible; es lo nuclear del mensaje cristiano, que se resumen en las Bienaventuranzas, en el Sermón de la Montaña, donde el Señor nos pide el amor a los enemigos, el perdón, la mirada limpia. Y esto no puede ser sólo para unos pocos, no es una utopía; es una lección del bien que hemos de hacer desde nuestra libertad, pero cargada de cariño. Y en castellano, tenemos la palabra que sabe conjuntar cariño y libertad. Queremos, quiero, porque quiero. Y es que así nos quiere Dios. Desde esa libertad desde la que sólo es posible el amor. Y nos quiere que sigamos por esa senda. Que tomemos nuestra cruz, también la nuestra, como exigencia de Jesús, pero que nos neguemos a nosotros mismos. Y hoy hemos de hacerlo con más fuerza.
Nuestra religiosidad no puede ser sólo externa, no puede ser sólo de fiesta. Tiene que ser de compromiso también, como el que nos invita Manos Unidas, en esta Campaña, para superar esas desigualdades, esa inequidad que denuncia el Papa Francisco y que existe en nuestro mundo, donde unos pocos se enriquecen más (también países), y donde muchos cada vez más sufren los desastres de la pobreza y del abandono. Manos Unidas, esa que nace de las mujeres de Acción Católica y que es para nuestra Iglesia un recordatorio permanente de una invitación a la solidaridad de que a pesar que tengamos problemas caseros, problemas en nuestro país, problemas en nuestra economía, hay una parte importante del mundo, el tercer mundo que sufre; que sufre sequías, desastres naturales, consecuencias de un mal uso de la tierra, agravada por la contaminación o por tantos que se ven forzados a salir a buscar, a emigrar. Manos Unidas es un recordatorio para que nuestro compromiso no se quede sólo en buenas intenciones, sino en un cambio de conducta que nos lleve al aprovechamiento responsable y sostenible de nuestros recursos, para ayudar a quienes más lo necesitan.
Queridos hermanos, vivimos en un mundo complejo, donde más que nunca es necesario poner en práctica el mensaje de Jesús. Es más necesario que nunca proclamar la grandeza del hombre, de toda vida humana y de la vida de todos. Aunque algunos digan que no es constitucional la defensa de un concebido y no ser nacido, que es un ser humano.
Queridos hermanos, tenemos que tener una ecología integral que trascienda al hombre, no a los sólo los animales, que es muy justo hacerlo. Pero, ¿y el ser humano? ¿Y los niños concebidos y no nacidos? ¿Y qué hacemos los cristianos? No podemos ser sólo cristianos de nombre, de historia o de cultura, porque esa cultura no sería tal si falla en las estructuras más básicas de la concepción del hombre según el sentir de Cristo.
Queridos hermanos, el Nazareno sigue llevando la cruz en nuestro tiempo. El Nazareno está en todas esas realidades de sufrimiento. “¿Cuándo lo hicimos, Señor?”. ¿Cuándo? “Cuándo lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis?”. Es más, nos dice Jesús que, incluso cuando alguien da un vaso de agua a otro por ser discípulo suyo, no quedará sin recompensa. Cristo es reconocible y, especialmente, está en quienes más lo necesitan.
Esta es nuestra fe. Es una fe de caridad, es una fe en Dios misericordioso. No es una fe de uso privado sólo. Es una fe que nos lleva al estrechamiento, a la unidad, al abrazo, a la caridad, al amor fraterno, que es el signo distintivo nuestro.
Que Santa María, ¡qué bien lo habéis puesto detrás de Cristo! Porque es la primera discípula, la que sigue realmente a Cristo con la cruz. La que está junto a la cruz de Jesús. Qué bien lo habéis representado en este paso, al unir las dos imágenes para mostrárnosla en la Catedral de Granada (va en un paso aparte). Pero hoy la habéis puesto junto. Es que eso es María, detrás de Cristo, discípula de Cristo, Madre de Cristo, pero discípula de Cristo, la mejor discípula de Cristo. Pues, que Ella también a nosotros, como a los de las bodas de Caná, nos dice: “Haced lo que Él os diga”.
Pues, que así sea, hermanos.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
12 de febrero de 2023
Catedral de Granada