La razón por la que este Evangelio nos es propuesto hoy es porque en estos días de Adviento se recogen todos los Evangelios que hablan de Juan “el Bautista”, que es, junto con María, una de las figuras del Adviento, la otra figura del Adviento. Y su razón: porque preparó de manera inmediata el camino al Señor, porque algunos de sus discípulos fueron los primeros discípulos de Jesús, porque señaló a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y eso hizo que Juan y Andrés fueran detrás de Jesús. Porque, como dice el Evangelista, en una ocasión, pone en labios de Jesús “no ha habido ninguno nacido de mujer, ninguno de los profetas tan grande como Juan ‘el Bautista’, aunque el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él”.
En el Evangelio de hoy sale la figura de Juan, pero no habla propiamente de Juan “el Bautista”. Habla del rechazo que Jesús experimentaba por parte de muchas personas. Y entonces, pone esa referencia que, probablemente, hace referencia a un canto popular, o a un proverbio, pero que lo que refleja es que la libertad del hombre es un límite que Dios se ha puesto a sí mismo, y que si el hombre no quiere ver, no ve. Y es como en la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón cuando dice “Señor, déjame ir a avisar a los míos, para que crean, porque si viene un muerto a hablarles, seguro que creen”. Y responde Jesús: “No. Tienen a Moisés y a los profetas. Si a ellos no los han creído, no creerán aunque resucite un muerto”. Incluso, esa conciencia de que la libertad es un límite que Dios se ha puesto a Sí mismo, porque es Dios quien nos ha hecho libres para poder amar, porque no habría amor sin libertad; nuestra salvación está en acoger el amor de Dios y en amarLe a Él y a los hermanos. Y para eso era necesario correr el riesgo de la libertad. Pero al hacernos libres, Dios se ha puesto un límite a Sí mismo.
El pasaje ese tan difícil de explicar o tan extraño que nos resulta que la blasfemia contra el Espíritu Santo no se perdonará ni en esta vida, ni en la otra, lo que expresa es sencillamente la impotencia de Dios si el hombre se empeña. Y cómo Dios ha corrido ese riesgo al hacernos libres. Eso es algo de lo que tenemos que tomar conciencia. El Evangelio enseña otra cosa que es muy bella y es que la sabiduría se ha acreditado por sus obras. En realidad, como dice el refrán español, “obras son amores y no buenas razones”. Es decir, lo que puede atraer a los hombres a Dios no son nuestros discursos o nuestras palabras, sino nuestros hechos, los hechos de nuestra vida, nuestros gestos de paciencia, de caridad, de amor, de perdón sobre todo, de misericordia. PidiéndoLe siempre parecernos al Señor es la única petición que hacemos para nosotros como tarea nuestra en el Padrenuestro. Son las obras las que evangelizan. Son las obras las que extienden el Evangelio.
Pero hay otro aspecto que no quisiera yo dejar de señalar en esta palabra y lo voy a hacer muy brevemente. Uno conoce la verdad de la fe y eso es algo que los cristianos antiguos lo subrayaban muchas veces, por el tipo de hombre que produce la fe. Es decir, cuando el cristianismo empezaba a extenderse, en diversas ocasiones dicen “¿tú me preguntas quién es mi Dios? Yo te respondo diciendo que a mi Dios se le conoce por el tipo de hombre que genera”. Se pueden discutir muchas cosas sobre la fe y a la gente a quienes no quieren creer les encanta el discutir sobre cosas de la fe como para hacer dudar a los creyentes. Y, sin embargo, yo creo que es útil tratar de evitar esas discusiones y, sin embargo, es bastante fácil, aunque es evidente, que en la Iglesia hay pecados y miserias, y escándalos, pero, al mismo tiempo, el fruto de un hombre de Dios, el fruto de una persona que vive en Dios es una humanidad bonita, es una humanidad bella. Bella porque está regida por la ley del amor y de la misericordia. Y el tipo de hombre que genera una humanidad sin Dios es un tipo de hombre ácido, amargo, casi no feliz, que vive para sus intereses, que trata de utilizar a los demás, que no siente los vínculos como vínculos estables, no sólo los del matrimonio, sino la amistad o el compañerismo en el trabajo, o en la empresa, tantas cosas.
Hay que pedirLe al Señor, “Señor, ven a nosotros. Ven a nosotros para que seamos el tipo de hombre que pueda decir que la sabiduría de Dios se acredita por sus obras”. Y sus obras somos nosotros. Un tipo humano que no lo produce sin más la naturaleza; que no es una cuestión de tener un temperamento u otro; que es fruto de la Gracia y del amor de Dios, que toca nuestro corazón, lo cambia y nos hace hombres nuevos.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
11 de diciembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario Catedral