Se cumplen 100 años del fallecimiento de Alberta Giménez, más conocida como la Madre Alberta, religiosa y fundadora de la Congregación de Religiosas Pureza de María que se dedica a la educación de niños y jóvenes.

Para conmemorar esta fecha importante para la familia “albertiana”, el alumnado y los miembros del profesorado del Colegio Sagrada Familia en Granada se han congregado en la Catedral para celebrar una Eucaristía en homenaje a su fundadora.

La multitudinaria celebración ha estado presidida por D. Francisco Javier Espigares, Vicario General de nuestra Archidiócesis, y concelebrada por D. Eduardo García, Deán del templo catedralicio. Durante su homilía el vicario dirigió unas palabras a la figura de la Madre Alberta:

“El amor conoce lo que significa la entrega rápida, el amor solícito, donarse de verdad. Este principio educativo del amor es el que puso la madre Alberta Jiménez. Es el principio educativo de la comunidad y de Dios y de valores y de un desarrollo integral desde el Evangelio. No podemos mutilar ninguna dimensión de la persona, su ser corporal, su desarrollo hormonal, la pubertad, la adolescencia, la juventud, la niñez, la parte mental e intelectual. Adquirir conocimientos, saberes, adquirir destrezas para poder el día de mañana servir con pureza justamente a los demás”, reflexionó.

Asimismo también D. Francisco Javier Espigares destacó la belleza de la enseñanza de la pureza: “Es hermoso cuando hay religiosas que os ayudan a experimentar esto que vive el amor puro en esa entrega generosa y a enseñar la pureza en todo momento”. Finalmente culminó pidiendo a Dios por cada niño y joen presentes en la celebración así como por todas las familias que forman parte de la comunidad educativa del colegio Sagrada Familia de Granada.

UNA VIDA DE AMOR A DIOS Y A LA ENSEÑANZA

En la ciudad de Pollensa (Mallorca), el 7 de Agosto de 1837 nacía Cayetana Alberta Giménez y Adrover, una mujer que gracias a su esfuerzo, se hizo notable en la sociedad de entonces y por supuesto con ese carácter destacado llega su historia y su personalidad hasta nuestros días. Alberto y Apolonia se unieron en matrimonio. La familia siguió los destinos del padre que era sargento del Cuerpo de Carabineros en la Hacienda Pública y, por ello, fue en Barcelona donde encontramos a Alberta a los 12 años. Su padre tuvo aficiones culturales hondas que hicieron que orientara a su hija hacia los estudios de maestra. En 1851, está de nuevo en Mallorca y su padre, aunque tendrá nuevo destino en Huesca, no es seguido por la familia ya que sería por breve tiempo.

Alberta comenzará muy pronto en Palma su trabajo como maestra y lo hará al lado de un profesor de matemáticas, Francisco Civera, que pronto se fijará en Alberta, no sólo como maestra sino como la gran mujer en la que se ha convertido para pasar con él el resto de sus días.

En 1859 tiene ya 22 años, es entonces cuando Francisco pide la mano de Alberta y ésta aceptará gustosa el matrimonio con Francisco. El 7 de Abril de 1860 Francisco y Alberta se prometieron fidelidad en la parroquia de San Nicolás de Palma. Ella tiene 22 años, diez menos que él, pero eso no supondrá ningún obstáculo hacia el amor mutuo que sentían. Formaron una pareja de maestros con profunda vocación por la enseñanza y gran devoción por la pedagogía. Francisco y Alberta fueron un matrimonio que, debido a su tarea profesional, vivieron en formación permanente y con un continuo afán de superación. Al mismo tiempo, cuidaron de la vida familiar. Tuvieron cuatro hijos. El único que sobrevivió fue Alberto. A los 41 años falleció el marido de Alberta, el 17 de Junio de 1869.

La muerte de tres de sus hijos y su esposo fueron un durísimo tramo en la vida de Alberta, y ello la acostumbró al dolor y a la dificultad, aunque esto no hizo que se hundiera, sino que la llenó de fuerza y coraje para seguir adelante con más fuerza en la vida de la enseñanza: su verdadera vocación.

El día 2 de marzo de 1870, Alberta recibió en su casa una visita importante que cambiaría definitivamente el rumbo de toda su vida. Fueron a verla tres personajes: el alcalde de Palma, el canónigo D. Tomás Rullán y don José Ignacio Moragues, amigo de su esposo y que entonces era el inspector de las escuelas de Educación Primaria. Llegaban de parte del Obispo de Mallorca, don Miguel Salvá, con una propuesta inesperada: hacerse cargo de la dirección del Real Colegio de la Pureza de María. El obispo le proponía asumir una misión: educar en nombre de la Iglesia. Alberta aceptó y en pocas semanas todo empezó a tomar nuevo ritmo y el viejo colegio se convirtió en uno de los más prestigiosos de Palma.

Dos años después Alberta comenzará, dentro de la Pureza, una nueva institución: la Escuela Normal de Maestras.

En 1874 Alberta creyó que era el momento para transformar el equipo de maestras en una comunidad religiosa, para que así la obra realizada en la Pureza tuviera al fin plena consistencia.

La Congregación fue aprobada canónicamente el 2 de Agosto de 1892 y el mismo día se ratificó el nombramiento de Alberta Giménez como Superiora General, cargo al que tuvo que renunciar en 1916 por razones de enfermedad.
En la madrugada del 21 de Diciembre de 1922 la llama que mantenía encendida la vida de Alberta se apagó y ella pudo al fin reunirse con Dios. Con su sencillez y característico equilibrio, vivió cada etapa de su vida con una gran confianza en el Señor y en María. Hoy es para todos un ejemplo de esposa, madre, maestra y religiosa.

El 22 de marzo de 1986, Juan Pablo II la declaró Venerable por sus virtudes heroicas. En la actualidad, el Instituto se extiende por tres continentes, con Colegios y Obras Sociales. En España (Mallorca, Valencia, Tenerife, Barcelona, Madrid, Bilbao y Granada), en Roma; en América (Nicaragua, Colombia, Venezuela y Panamá) y Escuelas y Hospitales en las misiones de la República Democrática del Congo.

María José Aguilar
Secretariado de Medios de Comunicación Social