Me parece muy adecuado para este día que la Lectura del Evangelio haya sido el de las tres parábolas de la misericordia.
La oveja perdida donde ningún pastor, dicho sea de paso, deja 99 ovejas en el desierto para irse a buscar una. Lo que Jesús subraya es precisamente que eso que los pastores no hacen lo hace Dios. La historia de las monedas de la mujer es más complicada, porque esas monedas eran como el precio de su libertad, en el mundo antiguo; era su dote. En realidad, todavía hay tribus beduinas en el Medio Oriente donde las mujeres llevan esas monedas en su frente para no perderlas. Y la razón de ser era que esas monedas, en el caso muy frecuente de la muerte del marido, devorado por una fiera, o en una guerra, o en una escaramuza entre tribus beduinas, pues que ella pudiera salir adelante y sacar adelante a sus hijos. Por eso tenía tanta importancia esa moneda que no era cualquier cosa. Nosotros, por una moneda, no perdemos la casa, ciertamente (a lo mejor por un billete de lotería premiado, sí, pero por una moneda, desde luego no). Y sobre todo, el hijo pródigo. El hijo que se había marchado de casa, que había obrado tan mal con su padre, que al mismo casi le daba vergüenza volver y que el padre sale corriendo.
Todo el ministerio, toda la Buena Noticia de Jesucristo es esa, está contenida en esas parábolas de la misericordia. La misericordia no es sólo un nombre de Dios. Es Dios. Dios es misericordia. Y gracias a Dios que nuestras relaciones con Él no se basan en nuestras ideas de la justicia. Como las que tenía el hijo mayor, porque si no, entonces, estaríamos todos perdidos. Porque todos, absolutamente todos, sin excepción, tenemos necesidad de esa misericordia.
Pero esa misericordia existe y la tenemos. Ha venido a estar entre nosotros. Cuando el Señor dice “Dichosos vosotros pobres; dichosos vosotros los que lloráis. Dichosos cuando os persigan. Alegraos y regocijaos”, el Señor introduce una dicha que nada de este mundo tiene el poder de destruir. Y esa dicha es la certeza de la misericordia del amor de Dios para con nosotros, pobres, pecadores; pobres, necesitados de la gracia, del perdón y de la paciencia de Dios con cada uno de nosotros.
Parroquia significa “junto a las casas”. Parroquia es una palabra griega y es el “Señor junto a las casas”. Y eso está muy bien descrito. Es decir, cuál es el significado de una parroquia. Cuando la Iglesia empezó a crecer y al principio había una sola Eucaristía que era celebrada por el obispo con sus presbíteros, (…) a medida que las ciudades se desarrollaban y crecían, era necesario que Cristo llegase a cada casa, que Cristo y Su misericordia, y Su perdón, y Su amor pudiese llegar a las familias. Y para eso nacen las parroquias. Y eso describe -entre las parábolas de la misericordia del Evangelio de hoy y el significado de lo que la parroquia es- de una manera muy sencilla, muy bella. Porque Cristo va a estar junto a las casas en este barrio. Gracias a Ti, gracias a Tu presencia. Y tú no tienes que hacer otra cosa más que ser esa presencia viva de Cristo que comunique la vida nueva, esa vida hecha de fe, esperanza de caridad, de amor mutuo, esa vida de fraternidad que Cristo ha sembrado en el mundo y que nosotros nos empeñamos, una y otra vez, en romper o en deteriorar, o destruir, que hay tantas y tantas circunstancias que contribuyen a que se deteriore (nos parece normal y justo que se deteriore). Pues, la misión de un párroco es hacer presente a Cristo en el barrio, con vosotros, junto a vosotros y al lado vuestro, a Cristo, y a Cristo vivo y resucitado. A Cristo que es capaz hoy de perdonar nuestros pecados, como lo hizo en su ministerio público, y que es capaz de darnos la vida divina, comunicándonos el perdón, a través de los demás Sacramentos, el Espíritu Santo que necesitamos para vivir esa vida común como hijos de Dios y en la libertad de los hijos de Dios.
Damos gracias al Señor por eso, porque Él es el mismo ayer, hoy y siempre. Damos gracias al Señor por los sacerdotes, que han hecho posible la vida de esta comunidad hasta el día de hoy. Y Le pedimos al Señor por Vicente. Ya empieza su ministerio y yo sé que os quiere antes de conoceros. Incluso aunque parezca a veces que no están seguros de que os quiere y porque algunos de vez en cuando tenemos un temperamento más fuerte (pero eso está muy bien, porque hay que decir las cosas “al pan, pan y al vino, vino”), pero eso no significa en absoluto nunca falta de cariño, al contrario, significa que os quiere tanto que no es capaz de andar con medias tintas ni con compromisos delante de vosotros.
Yo doy gracias al Señor por eso. Doy gracias al Señor por su ministerio que sé que va a hacer presente a Cristo en vuestras casas, en vuestras familias, en vuestra vida. Y con la ayuda de la comunidad cristiana, porque todos misioneros, todos somos portadores de Cristo en nuestros lugares de trabajo, en nuestras relaciones de vecinos, en nuestra conciencia de que hay una persona que vive sola y que está más necesitada. Todos estamos llamados a hacerlo. Todos estamos llamados a que se pueda mostrar desde la parroquia, y a través capilarmente de todo el barrio, que el amor de Cristo es más fuerte que nuestros pecados, que nuestros límites, que nuestra muerte. El amor de Cristo no nos abandona jamás.
Vicente, yo doy gracias a Dios por que vengas a esta parroquia. Doy gracias a Dios por que puedas desarrollar toda la riqueza que el Señor te ha dado en el servicio a estos fieles y en la evangelización. Hoy hay ya generaciones enteras de niños, de jóvenes que no saben que Dios es Amor y que piensan que Dios es algo así como “el emperador de la Guerra de las Galaxias” o se lo imaginan de cualquier manera y piensan que eso, que Dios, ese Dios no puede existir. Tienen razón: ese Dios no puede existir. No es el Dios verdadero. El Dios verdadero es el Amor, la fuente de todo amor verdadero que en nuestro corazón todos buscamos y necesitamos. Si sabemos, si el Señor nos da la gracia de ser testigos de ese amor, ese amor se difunde como el aceite, porque todo ser humano está hecho para ser querido y para quedar bien.
Y toda nuestra tarea de crecer como cristianos es aprender a querernos más y a querernos mejor. Y cuando no sabemos acoger la misericordia de Dios y disfrutar del banquete con el ternero cebado que el Señor nos dará (porque nos lo da siempre, no se echa para atrás nunca de querernos); cuando Le buscamos, lo encontramos. Cuando Le pedimos perdón, nos acoge siempre con los brazos abiertos. Ese es el Dios verdadero y ese Dios lo necesitamos todos. Absolutamente todos, empezando por mí.
Que el Señor haga muy fecundo tu ministerio. Que continúes y hagas vivir en estos nuevos tiempos, tan inestables como son los tiempos que vivimos en estos momentos, el amor fiel, permanente y eterno de Jesucristo.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
10 de septiembre de 2022
Parroquia Corpus Christi (Granada)