Le pido yo al Señor todos los días, al comentaros las Lecturas, tratar de esa manera de ayudaros a vivirla. El Acontecimiento de la Venida del Señor en cada Eucaristía y de Su obra santificadora en nosotros. Que Él, que es el sembrador, siembre la Palabra de Dios por mi medio en vuestros corazones y en vuestras vidas, porque siempre es una luz y siempre es preciosa la Palabra de Dios.
La Primera Lectura de hoy es un relato de una historia paradójica, es una paradoja. Es decir, los israelitas morían picados por serpientes y resulta que es una serpiente de bronce atada puesta en lo alto de un leño, de un palo, de una vara, la que sirve de curación. Qué raro es esto. El recuerdo de esta historia es lo que está detrás del símbolo de las farmacias. Pero yo creo que este relato tan extraño de este episodio del camino por el desierto del Pueblo de Israel, sin embargo, se ilumina extraordinariamente a la luz del Evangelio, sobre todo de la Pasión del Señor. Pero a la luz del Evangelio, porque todo Evangelio está lleno de paradojas. La paradoja parece que es como un elemento esencial de la vida cristiana, de lo cristiano, de lo humano en realidad. Yo quisiera haceros comprender que lo es de lo humano, porque lo es de lo divino. Paradojas que el Señor señala y que describen prácticamente toda la vida humana: “El que quiera conservar su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la guardará”. Eso es un movimiento totalmente paradójico. Resulta que, para conservar verdaderamente la vida, hay que estar dispuesto a derrocharla, a perderla. Derrocharla en un sentido muy profundo, muy hondo. Y que quien la derrocha la gana, y eso está de muchas maneras en el Evangelio. De la misma manera que cuando Jesús, en el Evangelio de hoy, dice que cuando Él sea elevado a lo Alto, se refiere a la cruz, cuando Él sea crucificado es cuando atraerá a todas las cosas hacia Él.
Lo mismo cuando el Señor nos invita a amar a los enemigos. Es paradójico. Si amáis a los que os aman, eso no tiene ninguna gracia. Lo que ese mensaje lleva consigo, lo que esa presencia constante y en todo de la paradoja en el testimonio del Nuevo Testamente lleva consigo, es que el hombre no cumple su vida mas que saliendo de sí mismo. Es decir, no realiza su humanidad verdadera mas que al precio de salir de sí mismo, y eso es algo, veréis, que sólo el hombre puede hacer. Las piedras son lo que son y nunca serán más que lo que son. En cierto modo, también las plantas. Tan pronto empieza a haber vida, empieza a haber un cierto movimiento de salida de uno mismo. De salida de las cosas. Los animales un poquito más. Pero el hombre está constituido por esa capacidad de darse y de salir de sí mismo. Y eso es lo que nos hace hombres y únicos en la Creación, y eso es lo que nos hace imagen de Dios.
¿Recordáis vosotros que ayer yo decía que el juicio de Dios estaba representado en la cruz? Si nosotros quisiéramos imaginarnos a Dios como juez, nos lo imaginamos ciertamente subido en un estrado, mirando desde arriba a los hombres, señalando y acusando. Es la imagen de los jueces de este mundo o a la imagen de los grandes de este mundo. Por cierto, la referencia a los grandes me trae a la mente otra de las paradojas que el Señor señala en el Evangelio: “Los grandes de este mundo dominan a sus súbditos, y los poderosos de este mundo los oprimen. Que no sea así entre vosotros, que el que quiera ser grande, se haga pequeño. Que el que quiera ser el primero, que se ponga el último”. De nuevo, paradoja al canto.
Quiero subrayar eso: que Dios es Dios porque sale de Sí mismo. Dios es amor y sólo porque es amor Se revela como el Dios verdadero. Pero el Dios que es Amor es un Dios que no se reserva a Sí mismo, que está siempre como descentrado, como saliendo de Sí. La Creación es una salida de Dios, de Sí mismo. Es un fruto de Su amor a la luz de la Revelación de Jesucristo. Y sólo a la luz de la Revelación de Jesucristo, comprendemos que la Revelación es obra de Su amor, y no del aburrimiento de Dios. O no de la soledad de Dios y la necesidad de buscar un juguetito con el que jugar. Es un derramarse del amor de Dios fuera de Sí. Por eso, nosotros, toda la Creación, participa en el Ser de Dios, porque no se queda fuera de Dios. Y nosotros somos además imagen y semejanza suya. En el lenguaje de San Juan Pablo II es un “tú” que Dios ha querido y ha amado por sí mismo.
Nuestro Dios es un Dios descentrado y la Encarnación es un descentramiento todavía mayor que el de la Creación. Dios sale completamente de Sí mismo, se hace lo que no es, para reconducir a lo que no es, reconducir a la Creación, reconducirnos a nosotros, a los hombres y, a través de nosotros, a la Creación entera, al corazón mismo de Dios, a nuestro origen en el corazón mismo de Dios. Y la Pasión es el momento de la suprema Revelación de Dios. La Cruz es Cruz gloriosa, no porque la cruz reciba un premio después, sino porque en el hecho mismo de la Pasión y de la Cruz, Dios se revela como más poderoso que el pecado y más poderosa que la muerte. Esa frase tan cortante como un cuchillo –“Nadie me quita la vida, Yo la doy porque quiero”-, y la da porque quiere, porque nos ama, porque quiere que nosotros vivamos, y la única manera de sembrar la vida divina en nosotros, heridos por el pecado, es justamente el compartir el mundo de pecado con nosotros y las consecuencias del pecado, para dejar en esta tierra sembrado el Espíritu de Dios y poder abrirnos de nuevo el camino hacia nuestra patria, hacia el Cielo, hasta el Padre.
Habría mucho que decir acerca de cuando Jesús dice “sabréis que Yo soy”. Porque ese “Yo soy”, para cualquier judío acostumbrado a la escucha de las Escrituras, es una manera de confesar que Él es Dios. Sin decirlo, pero diciéndolo.
Que Dios Se revela y revela Su grandeza y Su poder, sobre todo en la capacidad de vaciarse de Sí mismo para llenarnos a nosotros, hace que también nosotros comprendamos por qué nuestra vida es paradójica. Por qué nosotros, para ser nosotros, tenemos que salir de nosotros y sólo saliendo de nosotros. Y sólo saliendo de nosotros somos verdaderamente lo que somos: y es imagen y semejanza del Dios vivo.
A la hora de adorar la cruz, acordarse de esto es tomar conciencia o asomarnos a la superficie más exterior, al verdadero Misterio que celebramos en la Semana Santa.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
23 de marzo de 2021
Iglesia parroquial Sagrario Catedral