Muy querido D. Jesús, Jefe Superior de Policía;
querida Ana;
queridas autoridades de la Guardia Civil, militares;
queridos hermanos, miembros y mandos del Cuerpo;
queridos amigos todos (también saludo especialmente a la coral que hace algo más que decorar la Eucaristía, muchas veces nos descubre el sentido profundo de lo que estamos celebrando. Por lo tanto, bienvenidos):

Un escritor contemporáneo, muy fino en muchos de sus ensayos y también en sus novelas, decía que en un mundo en el que no hubiese amor y sólo hubiese justicia; que un mundo en el que faltase la virtud, sería un mundo donde al final todos los ciudadanos necesitaríamos tener un policía constantemente a nuestro lado. Y dice que si es verdad que la sociedad reniega del amor, de la gratuidad, de todo aquello que hace de la sociedad una sociedad humana, luego habría que poner un policía para cada uno de los policías y eso sería una lógica inacabable y una sociedad en la que sería imposible vivir. No digo que ese sea nuestro Estado. Él escribía eso en pleno tiempo del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y no lo es, en absoluto, gracias a Dios. La mayor parte de las personas saben que hay un exceso. También hay un pensador que ha insistido en que lo humano, lo que hace humana a una sociedad, lo que nos diferencia de los hormigueros en las grandes ciudades es precisamente ese exceso que pone la gratuidad en el bien, el deseo de un bien mejor, no sólo para uno mismo, que siempre se puede confundir con intereses, sino el bien de los demás. Y en mi misión, mi oficio, uno se da cuenta constantemente de cuánta generosidad hay en nuestra sociedad, cuánto bien, cuánto bien se derrocha. Es más, una sociedad que no fuera capaz de derrochar ese bien sería esa sociedad invivible de la que habla Bernanos, y nadie queremos esa sociedad.

Pero es verdad que, aun habiendo mucho bien, pues también hay mal. Y a vosotros os toca lidiar casi constantemente; o proteger el bien o lidiar con el mal y limitarlo, o limitar sus implicaciones y sus consecuencias. En una Eucaristía como hoy en la que celebramos nuestros santos patrones, los Ángeles Custodios, damos gracias a Dios por vuestra misión, porque existís. Damos gracias a Dios porque yo creo que en la inmensa mayoría de los casos y más todavía que en otras profesiones, sois lo que sois por vocación y es una vocación de servicio, y es una bendición el poder contar con vosotros. La sociedad cuenta con vosotros. La gente de bien, sencilla y normal, que ama el que podamos vivir en paz; que ama el que podamos ayudarnos los unos a otros, querernos lo mejor que podamos, cuenta con vosotros y confía en vosotros y en vuestra misión. Por tanto, damos gracias por ella.

Yo sé que vuestra misión muchas veces, también los otros Cuerpos que estáis aquí, es una misión peligrosa. Entonces, hay que pedir por vosotros, para que tengáis fortaleza y valor para afrontar esa misión que conlleva un peligro que a veces es de la vida misma. Y por vuestras familias, que sacrifican mucho tiempo, muchas preocupaciones, mucha ansiedad a veces cuando vosotros estáis de misión, y aunque ellos no puedan saber muchas veces también lo que estáis haciendo exactamente, justo cuando estáis más callados en casa piensan que no lo podéis decir y, por lo tanto, la cosa es peor o más seria. Por tanto, hay que pedirLe al Señor por vuestras familias. Que el Señor también les dé confianza, paz y certeza. El Señor habló de que ni un vaso de agua quedará sin recompensa, cuando uno arriesga la vida por los demás… Y, fijaos, no voy a decir el que sea indiferente el que uno sea creyente o no sea creyente, pero, qué difícil es que haya ese exceso que le lleva a uno a arriesgar la vida por otros si no hay, diríamos, una conciencia, por muy vaga que sea, de que la vida es más que la vida. Y eso es lo que los cristianos conocemos y llamamos fe. Independientemente de que uno profese esa fe o no la profese, pero si uno es capaz de arriesgar la vida por otros, uno está en la misma dirección de Dios, en la misma orientación del Dios que es Amor, del Dios que es Dios, que se ha revelado a Sí mismo como Amor y que se sacrifica y se entrega para que nosotros vivamos, que no somos más que pobres criaturas.

Damos gracias al Señor por vuestra existencia y Le pedimos al Señor que os sostenga. Le pedimos que haya acogido en Su Misericordia a todos los caídos en su misión, en vuestro Cuerpo y en todos los demás Cuerpos de la Policía y del ejército.

Luego, vuestros patronos son los Santos Ángeles Custodios y yo creo que eso también dice algo. Yo sé que vuestra misión es ser “guardianes de la ley”, por decirlo en una palabra sencilla y que todos comprendemos. Pero dejadme que diga que no guardarías bien la ley si no os sintierais al mismo tiempo un poco guardianes a la sociedad, en una tarea parecida, similar, análoga (no es igual, sois seres humanos de carne y hueso, igual que lo soy yo o lo somos todos los seres humanos), pero no se trata de guardar sólo la pureza de la ley, o no se guardaría bien si no se cuida bien de los hombres.

En ese sentido yo diría que vuestra misión es también un poquito sacerdotal, y más y más tomamos conciencia los sacerdotes, en las enseñanzas del último medio siglo en la Iglesia, que nuestra misión es cuidar más que mandar en el ámbito de lo religioso; cuidar de las personas, cuidar de las sociedad, cuidar de las familias, cuidar de los jóvenes, cuidar de los matrimonios…, de alguna manera sostenerles en la fe, en las dificultades de la vida sin venirse abajo. Porque seguramente es vuestra experiencia y vuestro trabajo que detrás de cada, casi detrás de cada delito o de cada persona que hace un crimen, hay una herida muy grande, y la mejor manera de prevenir el crimen es evitar que esas heridas se produzcan.

Muchas de esas heridas, al menos de mi experiencia como sacerdote, casi todas las personas que uno puede decir “malas” o que obran el mal, han sido primero heridas, y muchas de ellas, en un porcentaje altísimo, en su vida familiar, o por falta de familia o por una familia destruida, o en la que reinaba el egoísmo y la posesividad. Nuestra misión como Iglesia es, de alguna manera, cuidar que esas heridas se produzcan lo menos posible, prevenirlas, y os aseguro que cuidar a veces de una familia significa cientos o miles de horas de compañía o de trabajo. Por lo tanto, si uno quiere estar cerca, tiene que dedicar mucho tiempo. Pero bueno, vosotros cuidáis de la sociedad, sólo con vuestra presencia. Vuestros uniformes cuidan de la sociedad, no sólo en el sentido de que asusten a la gente, sino que dan tranquilidad a otra mucha gente y que entendáis vuestra vocación como una vocación de custodia; de custodia del bien, del amor, de la fraternidad, de una convivencia sana y limpia. A mí me parece que es muy bello. Y no olvidar que ése es el trasfondo que sostiene también de proteger, cuidar y custodiar el cumplimiento de la ley.

En este contexto, que yo creo que no están demasiado lejos de cosas que están en vuestro corazón y que son las que os preocupan a todos en el mundo en el que estamos y en la sociedad en que vivimos, celebramos la Eucaristía, dándoLe gracias a Dios.

Siempre los cristianos damos gracias a Dios. Porque el conocimiento de Jesucristo nos abre siempre esa perspectiva del exceso, de la gratuidad, del amor que vale la pena siempre aunque en las batallas de la vida pueda parecer que resulta perdedor. No triunfa el mal en el mundo, nunca, aunque lo parezca. Triunfa el amor. Como decía una terapeuta familiar que yo conozco: en los conflictos familiares gana siempre quien abraza más fuerte. No digo que sea una verdad absoluta ni un dogma de fe, pero que tiene mucho de verdad sí que lo digo.

Que el Señor nos ayude a ser a cada uno en nuestra misión, en nuestra vocación, en nuestra vida y especialmente a los cuerpos de seguridad, a la Policía Nacional y vuestras familias, custodios de los bienes humanos de la virtud y del amor en esta sociedad nuestra, tan querida. Porque es la nuestra. Porque somos compañeros de viaje en el camino de la vida, todos. Y lo único sensato es justamente tendernos la mano justamente los unos a otros en ese viaje, aunque sólo sea para no viajar solos, porque la soledad es también otra fuente del delito y del crimen, es una mala consejera. En cambio, la mano tendida, la mano abierta hace siempre salir lo mejor de nosotros mismos.

Que así sea para todos vosotros, cada uno en vuestra misión.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Iglesia del monasterio de San Jerónimo
2 de octubre de 2019