Queridos sacerdotes concelebrantes;
querido presidente y miembros de la Federación de Hermandades y Cofradías de Granada;
queridos hermanos y hermanas:
Estamos con esta liturgia, con esta celebración eucarística, comenzando este tiempo santo de la Cuaresma. Este tiempo de preparación para la Pascua. Este tiempo profundamente arraigado en la piedad popular de nuestras gentes, que influye en tantas cosas. También, hasta en lo culinario. Este tiempo que nos hace ponernos a punto cristianamente. Y para eso está. Esos 40 días que recuerda de Jesús en el desierto, esos 40 años del pueblo de Israel, también a través del desierto hacia la patria prometida. Pero, sobre todo, nosotros recordamos nuestro itinerario bautismal.
Es un tiempo profundamente bautismal el tiempo de la Cuaresma. Es el tiempo en que los catecúmenos que se preparan para el Bautismo, ya de adultos jalonadamente a lo largo de los domingos del tiempo de Cuaresma, van asumiendo de manera próxima los compromisos cristianos, manifiestan su confesión de fe, hacen su renuncia a todo lo que suponga la vida anterior, la vida de pecado para vivir la vida en Cristo que reciben en las aguas saludables del Bautismo. Entonces, se le aplican los méritos de la pasión, muerte y resurrección del Señor y somos salvados. Eso que ya se ha producido en nosotros, queridos hermanos, en el momento de nuestro bautismo; que somos cristianos ya con muchos años a las espaldas de vivencia cristiana y que, a lo largo del año, vamos viviendo el Misterio de Cristo a través de la liturgia, y vamos intentando identificarnos con Él y tratar de traducir sus exigencias a nuestra vida concreta.
Empezamos una nueva Cuaresma. Y nosotros tenemos que recordar y actualizar los compromisos bautismales. En definitiva, se nos invita a la conversión, para prepararnos a la Pascua, para que nosotros también experimentemos en las celebraciones pascuales, en la celebración de la Pasión, muerte y Resurrección del Señor, una verdadera vivencia religiosa que nos haga actualizar el Misterio Redentor de Cristo por el que hemos sido salvados y hechos cristianos. Eso no se improvisa, queridos hermanos. Eso no se llega sin más como uno llega a una fiesta, sino que, para los primeros cristianos y también para nosotros, es tan importante la celebración de la Pascua que nos tenemos que preparar y tenemos que preparar quitando de nosotros todo lo que nos aparta de Dios y de los demás. Y necesitamos sacudirnos el polvo del camino o quitar de nosotros todas esas adherencias que el pecado, que el ambiente, que este mundo nuestro de secularismo, muchas veces de superficialidad, ha ido como trayendo sobre nosotros. No vivimos en un mundo aparte. Somos caminantes. Y como dice el Papa, nos contaminamos y necesitamos este tiempo. Pero, para eso, queridos hermanos, necesitamos la conversión; la conversión que es la vuelta a Dios; que es dejar lo que no va conforme a su enseñanza, lo que no va conforme al Evangelio.
Hoy escucharemos al recibir la ceniza, una de las fórmulas es: “Conviértete, cree en el Evangelio”. Es decir, tómate en serio tu vida cristiana. Y para eso tenemos este tiempo, para ponernos a punto, para afinar y enderezar lo que no va bien, para potenciar lo que en nosotros hay de virtud. Pero también necesitamos sacudirnos el pecado de nosotros. Por eso, es un tiempo de conversión. Es un tiempo de conversión para con Dios; para volver y darnos cuenta de que nuestra vida no puede ir por un lado nuestras palabras, nuestras buenas intenciones, y por otra, nuestras obras, nuestra asistencia.
Hoy la Palabra de Dios, en la Primera Lectura, el profeta Joel nos invita a la coherencia de vida, a que el verdadero ayuno está en vivir como Dios nos pide, viviendo y cumpliendo sus mandamientos. Nos invita a una autenticidad que vaya más allá de los signos, que vaya más allá –digamos- del cumplimiento religioso de unas costumbres. Nos invita a una rectitud de vida. Y como el Señor sabe de qué barro estamos hechos, nos invita a la conversión. Y la conversión pasa, en este tiempo de Cuaresma, con una vuelta al Sacramento del Perdón y de la Penitencia, al sacramento de la alegría, donde Dios nos abraza por el ministerio de la Iglesia, donde Jesucristo nos sale al encuentro y nos perdona a través del sacerdote. Necesitamos acudir porque somos pecadores, porque somos necesitados del perdón de Dios. Y mientras no tomemos conciencia de esto, no hay conversión. Seguiremos con una costumbre, un año más, cíclica, y vuelta a empezar el año que viene. Pero el Señor pide de nosotros que esta Cuaresma haya un cambio; que yo sea mejor que hace unos meses; que yo quite lo que tengo que quitar que me impide ser mejor, ser más santo.
En definitiva, este tiempo es un tiempo para volver a la santidad, para tomarnos la santidad en serio. Cada uno mire su vida. Y al mismo tiempo, sabemos que está ofrecida la reconciliación de Dios y que nosotros tenemos que ser para los demás también, pues agentes de reconciliación en este mundo tan dividido, en este mundo tan crispado, tan polarizado unos contra otros. Necesitamos con ese perdón y esa gracia de Dios, nosotros también ofrecer serenidad y paz a nuestra sociedad, empezando por nuestra ciudad, empezando por nuestras familias, porque hemos empezado por nuestra conciencia. Cuando uno tiene esa paz, que nace de vivir como Dios nos pide, esa paz se irradia. Se irradia a la familia, se irradia a los hijos, se irradia entre los esposos, se irradia a los amigos, se irradia en el trabajo, se irradia en la sociedad, en nuestra ciudad. Y cuán necesitados estamos de esta paz y serenidad en nuestro país, en nuestro mundo. Cuando las noticias nos preocupan, cuando se vuelve a hacer planteamientos de guerra y de enfrentamiento, cuando Dios se ha dejado que esté ausente, cuando Él está a nuestro lado permanentemente. Necesitamos volver a Él. Y se nos ofrece la oportunidad en este volver a Dios y vivir una vida cristiana más plena, y se nos pone como un trípode de lo que debemos vivir en la Cuaresma, especialmente.
Más oración. Tenemos que rezar. Quien cree en Dios le reza, quien espera en Dios le reza, quien ama a Dios le trata y le reza. Santa Teresa de Jesús decía que la oración –y mirad que sabía mucho de esto- es tratar muchas veces de amistad con quien sabemos nos ama. Pues, eso es la oración. Y hace tiempo que no lo hacemos. Si a lo mejor vamos todo el día atropellados de un lado a otro y acabamos rendidos, que encontremos un espacio y un tiempo para Dios; que nos sirvamos de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios, que no esté en la estantería, que no nos conformemos con la lectura del domingo en la misa, que ha llegado el martes y ya no nos acordamos, sino que la Biblia, el Evangelio, cada día, podamos leer un rato. Y así, conoceremos más a Jesucristo para tratarlo más y para darlo a conocer mejor.
La oración, el ayuno. El ayuno no sólo es material de los alimentos. El ayuno también de tantas cosas que nos estorban, o en las que hemos puesto el corazón, o estamos todo el día en los móviles, o estamos que no atendemos a las personas. Cada uno sabe de qué tiene que privarse, que le cueste. Y ese ayuno ofrecido al Señor nos llevará a ser generosos también con los hermanos, porque la religión pura tiene presente a Dios, pero tiene presente al hermano. Cómo nos dice la Sagrada Escritura, quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso; cómo va a amar a Dios a quien no ve si no ama a su hermano a quien ve. Luego el cristianismo nos lleva necesariamente…, aquí nuestro distintivo, el del amor fraterno, nos dé esa autenticidad; y en la oración, el ayuno, la limosna, la caridad. En definitiva, vivamos ese tiempo así, con la escucha de su Palabra, con esa oración compartida, también en comunidad, y con esa caridad que se manifiesta en gestos, empezando por la familia, echando una mano, saliendo al paso, teniendo más tiempo para escuchar, siendo generoso, la limosna, con quien lo necesita, dando nuestro tiempo a quien están deseando que nos paremos un poco, que no vayamos con la bandera de taxi bajada en nuestro corazón y nadie pueda… nada más que vivimos para nosotros mismos. Que vivamos este tiempo así y veréis cómo la Cuaresma irá impregnando.
Tenemos un signo sencillo de la ceniza. También se nos dice: “Acuérdate que eres bueno y al polvo volverás”. Esta experiencia de la ceniza que vemos y se derrama sobre nuestras cabezas el miércoles es señal de penitencia. De una penitencia que tiene que ser después de vida, pero, al mismo tiempo, es señal de nuestra fragilidad. Cuando uno contempla en un envase embellecido la ceniza de un ser querido, uno se da cuenta de que es poca cosa. Uno se da cuenta de que tiene que poner el corazón en cosas que merezcan la pena, de ponerlo en Dios y en los demás y no sólo en lo material. Como dice el Papa, no nos llevamos nada. Nunca he visto detrás de un coche fúnebre, un camión de la mudanza. Necesitamos darnos cuenta de nuestra pequeñez. Y vaya si nos ha servido el covid para darnos cuenta de que somos necesitados de Dios y de los demás.
Queridos amigos, queridos hermanos, vivamos esta Cuaresma porque dará la medida de nuestra vivencia, de nuestra gran Semana Santa de Granada. Preparemos nuestro corazón y veréis cómo es la mejor manera de embellecer la presencia de Cristo y de Santa María entre nosotros.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
22 de febrero de 2023
S.I Catedral de Granada