Fecha de publicación: 28 de enero de 2021

Nació en Florencia en 1332, hija de un anciano comerciante, que la crió cediendo a sus caprichos muchas veces. Aun así, Villana era una niña de fe. Agobiada en el seno de su familia, huyó de su casa con 13 años con la idea de irse a un convento, que al mismo tiempo la rechazó.

Para que se le quitaran las ideas religiosas de la cabeza, su padre le buscó un matrimonio de conveniencia. Aquel matrimonio y el rechazo de las hermanas de aquel convento, le cayeron mal a la joven Villana, que empezó a vivir de forma extravagante. Se dice que un día, al ponerse un vestido de perlas y piedras preciosas para una fiesta, vio cómo su reflejo en los espejos alrededor de ella tomaba forma de demonio, mostrándole un alma cargada de pecado. Aquella epifanía dejó llorando a Villana, que se cambió de ropa y se dirigió a la iglesia de Santa María Novella a confesarse.

Empezó así una vida nueva, ingresando en la Tercera Orden de Santo Domingo y entregándose a la fe dentro de su matrimonio. Leía las Epístolas de San Pablo, vidas de santos y miraba el crucifijo: “Cristo Jesús, amor mío crucificado”, solía decir. Era tan llamativo su nueva forma de vida, mendigando de puerta a puerta para los más pobres, que algunas mujeres de su ambiente se decidieron a seguirla. Su padre y su marido acabaron abrazando la fe.

Villana murió el 29 de enero de 1361 con el hábito de los dominicos a los veintinueve años. En su lecho de muerte pidió que le leyeran la Pasión y murió cuando se leyeron las palabras “Él inclinó su cabeza y entregó su espíritu”. Su marido afligido solía decir que cuando se sentía desanimado o deprimido, iba a la habitación donde su difunta esposa murió por consuelo. Sus restos fueron llevados a la Basílica de Santa María Novella.