Fecha de publicación: 20 de febrero de 2022

A los 17 años de edad, decidió abandonar la escuela para ingresar en la congregación de las Hermanas de Santo Domingo. Vistió el hábito blanco y asumió el nuevo nombre de María Julia. Fue enviada a Cracovia, donde continuó sus estudios y, tras pasar el examen de cualificación, obtuvo una licencia de maestra permanente.

Era especialmente sensible hacia los huérfanos y cuidó de su vestimenta y su educación. Luego, prosiguió con su vocación en Mielżyn n. Gniezno, Rawa Ruska y Vilna. Cuidó de los niños y los jóvenes más pobres, trabajó como niñera en un orfanato, mostrando apoyo a los niños y ayudándoles a recibir una educación.

Cuando el ejército soviético invadió Vilna, la situación de las monjas cambió drásticamente a peor. En septiembre de 1920, las hermanas dominicas fueron despedidas de su trabajo y, con permiso de las autoridades eclesiásticas, empezaron a vestir ropa seglar.

Sor Julia siguió enseñando clandestinamente durante la ocupación alemana hasta su arresto en 1943. La monja fue encarcelada y torturada en Łukiszki. No obstante, no renunció a su fe ni a sus valores centrales. Estuvo cautiva durante un año en una celda de aislamiento y luego fue evacuada con otros prisioneros al campo de concentración de Stutthof.

A partir de entonces, Julia se convirtió en el número 40992. Las condiciones del campo eran duras. Suciedad, alimañas, acceso limitado a agua potable, pocas raciones de comida distribuidas en condiciones extremas que insultaban la dignidad humana… Sin embargo, ella no perdió la esperanza y era amable con todo el mundo.

Un día, se enteró de que un preso planeaba quitarse la vida en el campo judío, así que ella le estuvo enviando mensajes secretos hasta que él le aseguró que no se suicidaría. Más tarde, ese mismo hombre admitió que fue sor Julia quien le infundió esperanza para sobrevivir al infierno del campo.

La monja animaba a los demás a rezar. Llegó incluso a fabricar las cuentas de un rosario usando una rebanada de pan del campo. Ewa Hoff, una de las supervivientes, describió un momento emotivo: “Me tocó con suavidad, como solamente una madre podría despertar a un niño: ‘Tengo algo de sopa para ti y me gustaría que la comieras mientras aún está caliente. Es la única razón por la que te despierto’”, le dijo sor Rodzińska.