La Beata Isabel Canori Mora nació en Roma el 21 de noviembre de 1774, hija de Tomas Canori, un prominente terrateniente, y Teresa Primoli, una aristócrata. En 1776, a la edad de 21 años, Isabel se casó con Cristoforo Mora, un abogado. Ella dio a luz a cuatro hijas, dos de las cuales murieron en la infancia.
Las muertes prematuras de sus hijos no fueron las únicas tragedias que sucedieron a Isabel. Cristoforo abandonó a su esposa y a sus demás hijos para irse con otra mujer. Fue apresado por la policía pontificia, primero en una cárcel, después en un convento. Juró cambiar de vida, pero al retornar a su hogar intentó repetidas veces asesinar a su esposa Isabel. Ella mantuvo una fidelidad heroica, ofreciendo enormes sacrificios por su marido. Y profetizó que él terminaría sus días como sacerdote.
Solo después de la muerte de Isabel, el 2 de mayo de 1825, Cristoforo regresó a la fe, llevando una vida de oración y penitencia. Él era finalmente se ordenó y murió sacerdote, como Isabel había predicho.
En 1801 sufrió una misteriosa enfermedad que la puso al borde de la muerte. Se curó de forma inexplicable y tuvo su primera experiencia mística, en medio de las tribulaciones por las que pasaba la Iglesia de aquel tiempo, durante la persecución napoleónica, fue favorecida con los dones de la visión y de la profecía, ofreciendo sacrificios por el Santo Padre, por la Iglesia, por su marido, por Roma. Profundiza, además, en la espiritualidad trinitaria ingresando a la Tercera Orden de la Santísima Trinidad en 1807, donde tendrá la oportunidad de conocer la también beata Ana María Taigi.
El hogar de Isabel pronto se convirtió en un punto de referencia para mucha gente en busca de ayuda material y espiritual. Se dedicó especialmente a cuidar de las familias en necesidad. Para ella, la familia implicaba dar un espacio a cada persona, un lugar que dé frutos de vida, fe, solidaridad y responsabilidad.
La beata recibió los dones de recogimiento, bilocación y profecía y obró muchos milagros. Sus visiones incluyeron una serie en la que Nuestro Señor y su Madre le mostraron los problemas futuros de la Iglesia, así como su gran triunfo y restauración.
Siguiendo instrucciones de su confesor, Isabel las escribió de su propio puño en centenares de páginas dirigidas a su confesor, hoy celosamente custodiadas en el archivo de los Padres trinitarios, en Roma.
Estos escritos fueron examinados meticulosamente por una comisión eclesiástica cuando el Papa Pío IX autorizó que procediera la causa de canonización de Isabel Mora. La sentencia oficial, emitida el 5 de noviembre de 1900, afirmó que en sus escritos no había “nada contra la fe y las buenas costumbres, y no se encontró innovación o desvío doctrinal”. Fue proclamada beata por el papa san Juan Pablo II el 24 de abril de 1994.