Fecha de publicación: 17 de abril de 2022

En 1646, el poblado mohawk de Ossernenon, cerca de la actual Auriesville era un territorio muy poco acogedor para los misioneros cristianos: el sacerdote jesuita Isaac Jogues y el laico Jean de la Lande fueron asesinados allí ese año. Cuatro años antes, en el mismo poblado, Jogues había sufrido una tortura tan prolongada y brutal que fue considerado un “mártir viviente” por el Papa Urbano VIII; y su compañero de misión, René Goupil, había sido asesinado.

Diez años después, en 1656, nació en ese mismo poblado una niña de madre cristiana algonquina que había sido capturada por los mohawks y casada con el jefe del clan. Los padres y el hermano de la niña murieron en una epidemia de viruela que a ella le dejó la cara marcada y los ojos dañados. La llamaban “Tekakwitha”, “la que choca con las cosas”, lo que demuestra que tenía la visión deteriorada. La niña fue adoptada por su tío, que a su vez se convirtió en jefe.

Tekakwitha aprendió las artes femeninas tradicionales de su tribu: confeccionar ropa, tejer cestas, preparar la comida y ayudar en las cosechas. Escuchaba a los sacerdotes franceses que pasaban por su poblado, pero no se atrevía a acercarse más a ellos. No con su tío y muchos de su clan tan hostiles al cristianismo.

A los diecisiete años, las tías de Tekakwitha la presionaron para que se casara. Ella se negó, sufriendo como consecuencia sus burlas y castigos. A los dieciocho años, conoció a un sacerdote, el padre Jacques de Lamberville, y por fin se sintió lo suficientemente libre como para decir lo que tenía en su corazón. Pidió el bautismo. Al año siguiente, Tekakwitha fue bautizada como “Kateri”, la forma mohawk del nombre “Catherine”. En ese pueblo que no daba la bienvenida a los cristianos, ella era cristiana.

Kateri sabía que sería difícil. Rezaba, lo cual le acarreaba desprecio. No trabajaba los domingos, por lo que no recibía ningún alimento ese día. Era tratada casi como una esclava. Pronto, algunos de sus vecinos la acusaron de brujería. Kateri estaba en peligro, y el sacerdote le aconsejó que emprendiera a pie un viaje de 200 millas (más de 300 km) hasta una misión jesuita y un pueblo de nativos cristianos al sur de Montreal. Kateri llegó allí en 1677. Una mujer cristiana iroquesa, Anastasia, le enseñó a rezar, a hacer penitencia y a ayudar a los necesitados. Kateri abrazó esta nueva vida con todo su corazón. Rezaba a solas en el bosque, enamorándose cada vez más del Señor que la había redimido, y realizaba extenuantes penitencias -de un estilo influenciado por las tradiciones mohawk- pidiendo al Señor que se apiadara de su pueblo, que aún no lo conocía. Los dos sacerdotes y los habitantes de la misión la observaban con creciente admiración.

A los 23 años, Kateri tomó una decisión. Le dijo a uno de los sacerdotes: “He deliberado bastante. Desde hace mucho tiempo, mi decisión sobre lo que voy a hacer está tomada. Me he consagrado a Jesús, Hijo de María. Le he elegido como esposo, y sólo Él me tendrá como esposa”. Ella y dos amigas anhelaban alguna forma de vida religiosa, pero el sacerdote les dijo que aún eran demasiado jóvenes en la fe. Así que Kateri vivió su vida ordinaria con un gran amor en su interior. Ella pertenecía a su Señor, y en Él, a todos los necesitados.

En la Semana Santa de 1680, la salud de Kateri se debilitó. Murió el Miércoles Santo. Los presentes dijeron que su rostro se volvió radiantemente hermoso poco después de su muerte, y que las cicatrices de la viruela desaparecieron. Dos mujeres nativas amigas y un sacerdote, el padre Chauchetière, afirmaron que se les había aparecido a las pocas semanas de su muerte.