Queridos sacerdotes concelebrantes;
querido diácono;
queridos hermanos y hermanas:
Acabamos de escucha la Palabra de Dios con este Domingo de ramos con el que iniciamos esta semana grande, esta Semana Santa. Por mi parte, yo también tengo que pedirLe al Señor, aprender, como hemos dicho y Le hemos pedido en la lección de la Pasión. Y aprender la lección de la Pasión para vivir una día la Resurrección y anticiparla ya en nuestra vida. Y vivirla por primera vez en Granada con vuestra riqueza espiritual, con vuestros pasos, con vuestra religiosidad popular.
Pero, sobre todo, queridos hermanos y hermanas, todos tenemos que tener esa capacidad de desacostumbrarnos a las cosas grandes, para sorprendernos cada vez que las revivimos. La Semana Santa -y la Semana Santa en Granada-, después de escuchar la Palabra de Dios, no podemos ser, no podemos vivirla como si fuera una rutina, que un año más se repite cíclicamente. Abramos los ojos del corazón, para aprender esta lección, que en la Pasión de Jesús se nos ha ido desgranando de manos de evangelista San Mateo. Tengamos en nosotros -como nos aconseja San Pablo, en la Carta a los Filipenses, en unas palabras que anteceden al himno cristológico que hemos escuchado en la Segunda Lectura- los mismos sentimientos de Cristo. Aprendamos la lección de la humildad de Dios, que, sin dejar de serlo, toma nuestra condición y se somete a la cruz por amor nuestro. Como Él mismo nos dice: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos”. Ya el profeta Isaías en el Canto del siervo, que hemos escuchado en la Primera Lectura, nos invita a que miremos a Cristo como aquel que nos enseña, que nos dice una palabra, al abatido.
Nosotros vamos a seguir los pasos de la Pasión en estos días, a través de nuestras bellas imágenes. Pero no nos quedemos, queridos hermanos, en el sentimiento de lo estético, sino pasemos a la mirada de la fe, a la mirada orante de quien, iluminado por la Palabra de Dios y meditándola, vive las celebraciones litúrgicas donde se hace presente el Misterio de Dios. Cristo, que se hace contemporáneo nuestro, en la celebración de su Palabra, en la celebración de la Eucaristía, en el Misterio de la Pasión celebrado en la liturgia, para, después, en la noche de la Vigilia Pascual, nosotros sorprendernos también y recibir la mejor de las noticias: que Cristo ha resucitado.
Que esos días, que esta semana sea realmente una Semana Santa. Metámonos en las escenas de la Pasión, hay tantos personajes. Podemos identificarnos en unos momentos con unos y en otros momentos con otros. ¿Quién de nosotros puede decir que no ha sido muchas veces ese Pedro que niega? ¿Quién de nosotros puede decir que no hemos sido el Judas que vende a Cristo por una pasión, o por el egoísmo de unos intereses particulares, o sencillamente por quedar bien ante lo políticamente correcto, renunciando a las propias convicciones en un mundo secularizado? ¿Quién de nosotros puede decir que muchas veces, en el fondo, no hemos reconocido a Jesús, a este Jesús humilde, que entra sobre un borrico como rey y que es el Hijo del hombre del que hablaba Daniel en el capítulo 7, versículo 13; y que no saben reconocer los Sumos Sacerdotes, y nosotros también nos hemos rasgado las vestiduras ante la humildad de un Dios, que es tan sencillo y tan humilde que se pone a nuestros pies? ¿Quién de nosotros no hemos sido muchas veces ese Pilatos que se lava las manos ante la inocencia conocedora de que Cristo es el inocente por antonomasia? ¿Cuántas veces nosotros no nos hemos lavado las manos, nos hemos quitado de en medio, hemos eludido nuestras responsabilidades morales ante los problemas de la existencia que exigían una respuesta cristiana y nos hemos ido por lo políticamente correcto, por lo que se lleva, por el propio interés?
Queridos hermanos, cuántas veces nosotros también hemos sido el cirineo que se une a Jesús para llevar su cruz. Cuántas veces nosotros también, como el centurión, hemos confesado a Jesús. Ese Jesús que nos habla desde el dolor y desde la cátedra de la cruz. Cuántas veces nosotros no hemos sido como las mujeres que acompañan a Jesús hasta el final, con valentía. Otras veces hemos sido los apóstoles que huyen o nos hemos quedado adormecidos en una piedad rutinaria, no comprometida. La Pasión tiene papeles para todos. ¿Cuál vamos a escoger nosotros? Y en estos días, ¿qué vamos a aprender nosotros de la Pasión de Jesús? Ojalá, nosotros también confesemos como el apóstol: “Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame ‘Jesucristo es Señor para Gloria de Dios Padre’”.
Dejémonos acompañar por nuestra Virgen querida, por nuestra Señora de las Angustias y acoge a Cristo en Su seno. Como lo acogió en Belén, pero ahora ese Cristo dolorido, ese Cristo transido de dolor, ese Cristo con el color de la muerte, pero, al mismo tiempo, lleno de esperanza en la Resurrección.
Nosotros acojamos a la Madre, porque Cristo nos la entrega. Nosotros estamos llamados, queridos hermanos, a vivir con Ella la gran Noticia de la Resurrección. Nosotros estamos llamados también a acoger en nosotros el dolor y el sufrimiento del mundo, en tantos cristos que repiten, que reproducen en sus carnes la Pasión de Cristo. Desde los enfermos, los abatidos, los que viven solos y abandonados, los que viven en atropello de sus derechos fundamentales, de los que huyen de las guerras, de los que sufren la violencia, de los niños, que se ven tocados absolutamente por la violencia, o a veces por la pasión que les lleva a sacrificar la inocencia que en ellos hay. Cuántos cristos, a nuestro alrededor.
Señor, ayúdanos a vivir Tu Pasión y a vivir la pasión del mundo. Ayúdanos a vivir con la esperanza de la Resurrección, para que nosotros también, como Tú, sepamos decir una palabra al abatido, sepamos decir que Tú has vencido al pecado y a la muerte, que por Tu Cruz y Resurrección nos has salvado, Señor.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
2 de abril de 2023
S.I Catedral