Queridos hermanos, sacerdotes concelebrantes;
queridos hermanos y hermanas:
Ese aleluya nos ayuda a interiorizar mejor la paz de Dios en este Domingo de la Palabra. El Papa Francisco ha querido que tomemos conciencia los católicos de la importancia de la Palabra de Dios. Tenemos una gran devoción eucarística. Tenemos una gran devoción, sobre todo en Granada, tanto en Eucaristía como a Nuestra Señora, su Inmaculada Concepción. Pero, queridos hermanos, la Palabra de Dios tenemos un déficit. Sólo nos limitamos muchas veces a escucharla en el templo cuando venimos el domingo y seguro que ya el martes estas cabezas ya no recuerdan lo que hemos escuchado el domingo en la Palabra de Dios. Nos damos como “dosis”.
Pero, al acercarnos a la Palabra de Dios, veis que el sacerdote besa el Evangelio. Hay 3 besos fundamentales en la celebración eucarística. El primero al altar, que simboliza a Cristo, a la llegada y de saludo. Después, a la Palabra de Dios, con la que somos bendecidos al ser proclamada en la liturgia. Como nos dice el Concilio Vaticano II, no es el relato de un acontecimiento pasado sin más; no es el recuerdo de una historia que pasó, o una serie de consejos que se nos da de un libro sapiencial o de anuncios que ya se cumplieron, sino que es Dios quien nos habla en nuestras circunstancias. “Lámpara es tu Palabra para mis pasos. Luz en mis senderos”, dice la Sagrada Escritura y la Palabra de Dios. Y luego, hay otro beso, que es cuando ya se despide el sacerdote al besar el altar. Por eso, es la veneración que tenemos que temer a la Palabra de Dios. Tenemos que meterla más en nuestra vida. No sólo tener la Biblia en casa. Claro que hemos de tener la Biblia en casa. Pero, sobre todo, que esa Biblia que usemos o que ese Nuevo Testamento que forme parte de nuestros libros de lectura, nuestra mesilla de noche y nos sirva para hacer oración un rato. O esas ediciones que hay que trae el Evangelio de cada día, de la Misa de cada día que nos va dando como el tono para vivir espiritualmente ese día que comienza, o ese día que ha transcurrido, y podamos tener de ahí el material para hablar con el Señor y conocer la vida de Cristo, conocer Su mensaje, conocer lo que han dicho los profetas; conocer, en definitiva, lo que Dios nos ha revelado. Y como nos dice la Carta a los Hebreos: “Así comienza Dios, habló de muchas maneras a nuestros padres por los profetas. Ahora en esta etapa final nos ha hablado por Su Hijo Jesucristo”. Es Jesucristo el que nos ha hablado y nos ha mostrado el Rostro de Dios.
Por tanto, los cristianos no podemos contentarnos con saber unas cositas sobre Jesús que escuchamos en la catequesis y que la dejamos ya distante en el tiempo, en la Primera Comunión o en la Confirmación. Si no que tenemos que tener la Palabra de Dios. No es cuestión de que nos sepamos el número del versículo, o del capítulo, sino que sepamos y podamos conocer la Palabra de Dios de primera mano. Y a esto os invito: recuperar la importancia de la Palabra de Dios en vuestras vidas. Dedicarle un tiempo. Y además, son tan baratas las ediciones, una de bolsillo, algo que nos ayude a llevar siempre consigo y a tener como libro. ¿Qué pediría el Señor en esta circunstancia y en esta escena del Evangelio? ¿Cómo lo puedo yo aplicar a mi vida esto que me pasa? Pues, ¿cómo lo puedo hablar con el Señor? Hacer esa lectio divina, esa lectura divina a través de la Palabra de Dios, que es lo que constituye la primera parte de la Eucaristía, en la Mesa de la Palabra, donde es proclamada. Orar con la Palabra de Dios, con los Salmos y la liturgia de las Horas. Pues, tomar conciencia e importancia de la Palabra de Dios en nuestra vida, de la Sagrada Escritura, y animar a que conozcamos más la Palabra de Dios, que es conocer a Dios. San Jerónimo decía que “desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”. Y a veces, los cristianos no sabemos mucho más de Cristo que lo que nos da para un telegrama o para un twitter. Tenemos que saber mucho más de Cristo. Porque en la medida en que Le conozcamos más, Le queremos más y Le daremos a conocer mejor.
Pero decía que concurre en este día, en este domingo, otro motivo importante para los cristianos. Estamos en la Semana de oración por la unidad de los cristianos. La unidad de los cristianos la pide Jesús. Y vemos que nos relatan los Hechos de los Apóstoles que vivían unidos los primeros cristianos. Pero, después, empiezan a aparecer las divisiones que persisten. Y vemos cómo San Pablo, hemos escuchado en la Segunda Lectura, amonesta a los fieles de Corinto diciéndoles que ¿está dividido Cristo? No. No podemos decir “yo soy de Pablo” y “yo soy de Apolo”, y yo de uno y yo de otro. Y es una realidad que los cristianos estamos divididos y, lógicamente, esto influye en que mucha gente no crea, que mucha gente vea que nuestra vida y la única Iglesia de Cristo está partida; está partida por particularidades, por tradiciones y cada uno ha tirado por su lado. Pero vemos que la unidad también es un déficit en nuestro mundo. Muchas veces, en nuestra vida personal, por una parte van nuestras buenas intenciones y, por otro lado, nuestra vida. No hay un unidad vida. Por otro lado, en las familias, vemos familias desunidas, rotas, incluso el lazo sagrado de la unión matrimonial roto. Y es más fácil romper un matrimonio que cambiarse de teléfono. Y cuando esto ocurre, pues, lógicamente, esa fractura se nota, se nota en los hijos. Sabemos que hay detrás dolor, que hay detrás circunstancias, pero falta unidad. Falta unidad también en nuestra sociedad. Vemos que muchas cosas que podríamos afrontar unidos y salir adelante, vemos que no salen porque cada uno tira por su cuenta. Vemos esa división, esa polarización también en nuestra vida social y política en nuestro país. Cada uno por un lado, enfrentamientos verbales, el lenguaje de contrincantes y con lo cual no contribuye a la convivencia social, sino que crea un clima de crispación y de polarización.
Y lógicamente, así no se consigue como país, como nación, proyectos comunes que vayamos, sino una especie de alternancia “ahora lo mío, ahora lo tuyo”. Y así estamos. Tenemos que buscar la unidad, la unidad de nuestra patria, la unidad de nuestras familias, la unidad de nuestra provincia, de nuestra ciudad, porque así conseguiremos. Lo hemos experimentado durante la pandemia que la dificultad, la contrariedad, el dolor, la enfermedad ha hecho que cuando estemos unidos sí salimos adelante. Es una lección que tenemos que aprender. Pero no esperar a los momentos difíciles o de catástrofe para unirnos, sino que la unidad tiene que formar parte. También en la Iglesia. Muchas veces, vamos divididos por sensibilidades; cada uno tira por su cuenta, sin que hubiese unidad en torno al único Pastor. En nuestra Iglesia diocesana, en nuestra Iglesia, es la Iglesia Católica muchas veces. Ataques al Papa, críticas al Papa. Pero, ¿esto qué es?
Y entonces, tenemos que recuperar el sentido de unidad y el sentido de unidad con los que creen en Cristo, ese camino sabiendo que no es una conquista humana, sino que es un don de Dios. Y por eso, Jesús lo pide. Jesús lo pide: “Padre, que sean uno para que el mundo crea como Tú y yo somos uno”. Que sean uno para que el mundo crea. Y esto es importantísimo. Y el Papa está trabajando con toda esa labor ecuménica y abrazando a todos los hermanos, pero manteniendo la identidad católica y de la identidad de la Iglesia que trae la Tradición de la Iglesia de Cristo. Pero ahí, en las otras confesiones hay también rastros y hay también realidades que son de Cristo. Y reconocerlas y pensar más lo que nos une que lo que nos separa es ir dando pasos con la ayuda del Espíritu Santo y que nos trae la Palabra de Dios hoy también.
Dejemos que Jesús, después de ser bautizado, después de que Juan lo bautiza, arrestan a Juan, y Jesús, al enterarse de esto, había bajado a Nazaret y había predicado en su pueblo, casi lo apedrean, y había estado en las bodas de Canaán, donde produce el milagro de la conversión del agua en vino; pues, Jesús se va a Galilea. A Galilea, que era como una zona medio pagana para los judíos. Era una zona próspera en torno al lago de Genesaret. Y se va a Cafarnaúm, donde Jesús establece precisamente su cuartel general. Es desde allí donde realiza fundamentalmente su vida pública. Y para un judío era un territorio no muy bien visto, “Galilea de los gentiles”. Allí, en esa ese lugar, el profeta Isaías nos dice que apareció la luz. “Brilló en las tinieblas la luz”. Y la luz es Cristo. Y es el que enciende los corazones. Es el que lleva el Evangelio, como hemos escuchado que nos ha relatado San Mateo, escribiéndonos la acción de Cristo y la misión de Cristo que anunciaba el Evangelio y predicaba el Reino de Dios. Pero, para ello, escoge a unos hombres, como nosotros, o mejor nosotros como ellos, con defectos, pero que siguen a Jesús, que se fían de Jesús. Y hemos visto esa lección de los apóstoles. Jesús quiere contar con nosotros para anunciar el Evangelio. Jesús quiere que le ayudemos en la transformación del mundo. Jesús nos ha hecho a nosotros luz del mundo. “Vosotros sois la luz del mundo”, nos ha dicho. Y nos hemos encendido de Él, que es la Luz del mundo. “Yo soy la Luz del mundo -dice Jesús-. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
Pues, queridos hermanos, no seamos cristianos apagados. No seamos cristianos que guardamos la luz para nosotros solos. El cristianismo no es un asunto privado. Es para llevarlo y transformar nuestra sociedad, en esta “galilea” que hoy nos toca a nosotros, en esta sociedad contemporánea, donde hay gente que no cree, donde hay gente secularizada, para llevar la luz de Cristo. No nos contentemos, por tanto, con un cristianismo cómodo; con un cristianismo de ir tirando, sino que tengamos, a pesar de los pesares, de nuestra debilidad, como los propios apóstoles, esa capacidad de dejar tantas cosas que nos estorban para anunciar a Jesucristo y anunciándolo con el testimonio, con nuestro ejemplo, con nuestra vida cristiana coherente. Luego, estos motivos que hoy nos unen en esta celebración del Domingo de la Palabra, de la unidad, como nos ha pedido San Pablo, que tengamos un mismo pensar, un mismo sentir, que estemos unidos, que vivamos esa unidad entre los cristianos y, al mismo tiempo, que seamos anunciadores de Jesús en nuestro mundo, llevándola luz de Cristo.
Que Santa María, que dio a luz a Cristo, también nos encienda a nosotros. Nos encienda, para que seamos anunciadores de Él, llevando, como Jesús, el Evangelio en el aquí y ahora de nuestros sitios donde vivamos, siendo especialmente sensible a las necesidades de los demás. Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor
22 de enero de 2023
Catedral de Granada