Fecha de publicación: 18 de enero de 2023

Fue hija de Bela IV, rey de Hungría y campeón de la cristiandad, cuando las hordas de los tártaros amenazaban acabar con la Europa Central. El noble linaje de Margarita hace resaltar todavía más los detalles de su extraordinaria vida de abnegación. La Orden de Santo Domingo, a la que Bela y su esposa, la reina María Lascaris, favorecieron mucho, tuvo por otra parte buen cuidado de guardar memoria de una de sus primeras y más ilustres hijas. Pero quien se tome el trabajo de leer los testimonios que dieron unas cincuenta de sus compañeras acerca de la mortificación y caridad de Margarita, quedará plenamente convencido de que su valor en la lucha contra el mundo y la carne no podían menos que ejercer una profunda influencia en quienes la rodeaban. Se ha descrito a Bela IV como «el último genio de la Casa de Árpád»; si la determinación tiene una influencia real en la historia, las cualidades de Margarita prueban que ella había heredado no poco del genio de su padre.

Margarita nació cuando Hungría, acosada por sus enemigos, atravesaba por momentos difíciles, y se cuenta que los padres de la niña prometieron consagrarla a Dios, si éste les concedía la victoria. Sus oraciones fueron oídas, y Margarita, a los tres años de edad, fue confiada al convento de las religiosas de Santo Domingo, de Veszprem. Poco después, Bela y su esposa construyeron un convento en una isla del Danubio, cerca de Budapest, donde Margarita, a los doce años de edad, hizo profesión ante el beato Humberto de Romans. Por terribles que sean los detalles sobre el ansia de penitencia de la joven, y sobre su decisión de vencer todas las repugnancias de la naturaleza, la cantidad de los testigos hace imposible poner en duda su autenticidad. Margarita parece haber sido excepcionalmente bella; la mejor prueba de ello es que el rey Ottokar de Bohemia aspiró a su mano, después de haberla visto con hábitos de religiosa. Indudablemente que hubiera sido fácil obtener la dispensa de Roma, y Bela se inclinaba a ello por razones políticas; pero Margarita declaró que estaba dispuesta a arrancarse la nariz y los labios, antes de abandonar el claustro. A juzgar por los testimonios de sus hermanas sobre la energía de su carácter y sobre su valor, no se puede dudar de que la santa habría cumplido su promesa.

La mayoría de las religiosas en aquel convento del Danubio pertenecían a la nobleza, y trataban a la princesa Margarita con especial consideración. Ella, al advertirlo, reaccionó en forma exagerada: en toda ocasión escogía los trabajos más humildes, repugnantes y fatigosos. Su caridad y ternura con los enfermos que padecían los males más repulsivos, eran extraordinarias. Pero será necesario omitir detalles, porque el lector moderno no tiene paciencia para oírlos todos. Margarita tenía una profunda simpatía por los pobres. Varios de sus actos dejan la impresión de que el amor a Dios y el deseo de inmolación de Margarita, no carecían de cierto elemento de obstinación. Sin duda que la salud y aun la virtud de la santa habrían ganado, con su superior o un confesor capaz de dirigirla realmente; pero era casi inevitable que los superiores de Margarita la dejasen proceder libremente, dado que era la hija del rey, a quien el convento le debía todo.

La fecha de la muerte de la santa parece haber sido el 18 de enero de 1270, cuando ésta no tenía sino veintiocho años. El proceso de beatificación, al que nos hemos referido, no se terminó nunca, pero el culto a Margarita fue aprobado en 1789. La canonización tuvo lugar en 1943.