Los cazadores de datos biográficos pueden quedar muy contentos con Sofonías: a pesar de la brevedad de su libro, nos deja algunas señas que nos permiten hacernos una composición bastante amplia de su vida. Conocemos su ascendencia genealógica hasta la cuarta generación. Se ha supuesto que este Ezequías fuera el rey de Judá en los primeros años del siglo VIII, en época del primer Isaías, pero no hay nada que indique que Sofonías tenga que pertenecer a la familia real. Lo que sí es cierto es que conoce la vida y costumbres de la corte, que le indignan (1,8-9).

Vive en tiempo del rey Josías, nos aclara, esto es, entre el 640 y el 605, pero dado que aun parece haber mucha presencia de idolatría en el pueblo, es posible que su ministerio se ejerciera antes de la conocida “reforma de Josías”, que se dio en el marco del movimiento deuteronomista, cuyo resultado fue un resurgir de la fe yahvista que Sofonías no parece haber llegado a ver, por tanto esta predicación deberá ser anterior al 621. Entonces puede considerarse contemporáneo de la predicación de Jeremías que prepara la reforma deuteronomista o ligeramente anterior.

Los temas de su predicación los vemos aparecer también en otros profetas, forman la base del profetismo bíblico: el “Día de Yahvé”, la “Ira de Yahvé”, y el “Resto de Israel”. Pero así como los vemos aparecer en otros libros, en cada uno forman combinaciones propias. En Sofonías el “Día de Yahvé” es sin duda un “día de ira”: “Día de ira el día aquel, día de angustia y de aprieto, día de devastación y desolación, día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y densa niebla, día de trompeta y de clamor” (1,15-16, de donde proviene el verso inicial de la secuencia de difuntos, “dies irae, dies illa”), pero no tiene todavía el matiz apocalíptico que adquirirá en los profetas de un siglo y medio más tarde. El “día de ira” del que habla Sofonías es el del castigo al pueblo de Judá, por el que Yahvé lo llama a la conversión; fácilmente unos pocos años más tarde los creyentes lo identificaron con la invasión de Asiria y la destrucción del primer templo. No tiene las dimensiones cósmicas del “Día de ira” de los profetas apocalípticos.

Por otra parte, aunque la “Ira de Yahvé” está tan presente en la proclamación de Sofonías, hay lugar para la esperanza en tanto retoma el tema -que ya aparecía en Isaías- del “resto santo”: una pequeña porción de Judá se mantiene fiel, esos son los verdaderos creyentes, que soportan con paciencia la degradación de Judá, y serán recompensados por Yahvé en su Día, son los “anawim Yahvé”, expresión propia del profetismo bíblico y que traducimos normalmente como “pobres de Yahvé” o “humildes de Yahvé” (es la expresión que está en el trasfondo arameo de las bienaventuranzas: los “pobres en el espíritu” de Mateo 5,3). Esos anawim Yahvé no forman un grupo organizado (aunque en época de Jesús sí que había varias sectas judías, cada una de las cuales se autoconsideraba los auténticos “Anawim Yahvé”), sino que son los creyentes que resisten la vorágine idolátrica que tanto atrae en cada época a los miembros del pueblo de Dios.

No es un libro abierto ya a una perspectiva universalista, eso aparecerá recién en el exilio, un siglo más tarde, cuando el contacto con la rica tradición religiosa babilónica permita a los profetas (en especial al Segundo Isaías) escudriñar el deseo de Yahvé de salvar a todos los hombres, pero hay en Sofonías un destello de voluntad universal de salvación: “Yo entonces volveré puro el labio de los pueblos, para que invoquen todos el nombre de Yahveh, y le sirvan bajo un mismo yugo” (3,9); aunque precisamente por ser una “rara avis” dentro del contexto de un libro centrado exclusivamente en la salvación de Judá, la crítica suele señalar ese versículo y algunos más del final, como desarrollos posteriores a la predicación de Sofonías, es decir, no pertenecientes al plan original del libro. De todos modos, los versículos allí están, indisolublemente unidos al resto, y si la tradición posterior los colocó allí, es precisamente porque se percibía que en la predicación de Sofonías estaba contenida (aun de manera casi invisible) la voluntad salvífica universal de Yahvé.