Fecha de publicación: 14 de agosto de 2022

Don San Arnulfo de Metz nació en lo que hoy es el suroeste de Francia, en una región llamada Austrasia. Nuestro santo era de la nobleza, de familia acomodada, y por ende, no tuvo problemas de continuar sus estudios en el Palacio de Metz. Consecuentemente, su sabiduría y habilidad lo llevaron con el tiempo a posicionarse como uno de los principales ministros del rey Teodeberto II, distinguiéndose en lo militar y en la administración pública.

Volviendo a Arnulfo, habíamos dicho que se distinguió en lo militar. Y es que en ese tiempo la guerra era moneda corriente en esas tierras, envenenamientos, torturas, todo. Quizás fue por eso que nuestro protagonista de hoy decidió meterse en la Iglesia. Fue así que llegó a ser elegido Obispo de Metz en el año 612.

Como obispo, Arnulfo llevó adelante una vida virtuosa, siempre dando el ejemplo, tanto en lo puramente eclesiástico, como en lo político, ya que se erigió como uno de los principales consejeros del rey Dagoberto I. De hecho, fue clave en la declaración de importantes edictos que decretaron que las tierras hereditarias no eran permanentes; y que los obispos debían ser elegidos por los feligreses y no más a dedo por el rey.

Fundó la Abadía de San Pedro en Oudenburg, donde él mismo se retiró. Aquí comenzó a elaborar cerveza, que, a su voluntad, se extendió rápidamente entre los ciudadanos de las áreas cercanas, esto se debe a que durante el proceso de fermentación el agua se hervía y luego se liberaba de patógenos. Una forma de librar a todos de la peste. Murió en 1087 en la abadía.

Una multitud se trasladó hacia la montaña para luego transportar su cuerpo de regreso. Pero el viaje de vuelta era larguísimo, interminable, por lo cual, al pasar por la ciudad de Champignuelles, los fieles se detuvieron en una taberna local para saciar su sed. El problema fue que quedaba apenas una jarra de cerveza, imposible que alcanzase para todos. La leyenda dice que uno de los integrantes de la procesión exclamó que Arnulfo iba a proveer lo necesario. Y acto seguido, milagrosamente, el contenido de la jarra alcanzó para saciar la sed de toda la muchedumbre. Ese fue el milagro más característico de San Arnulfo y es por eso que se lo considera patrono de la cerveza y los cerveceros.