Fecha de publicación: 8 de septiembre de 2020

El siglo IV después de Cristo fue una etapa de especial dureza y persecución en el Imperio Romano para cualquier persona que hablase del amor a Cristo y defendiese su fe frente a los paganos. En ese contexto vivió San Adriano, soldado romano que llevaba a cabo esta labor de persecución y arresto a ordenes del emperador. Viendo con el valor que los cristianos defendían su fe empezó a cuestionarse sobre sus propias creencias y a declararse también cristiano, incluso sin haber sido bautizado.

En cuanto el emperador Licinio tuvo conocimiento de esta conversión mandó perseguir y a san Adriano que finalmente fue arrestado, perseguido y torturado, camino de martirio en el que estuvo acompañado por su esposa, Santa Natalia, creyente antes de la conversión de su esposo y que lo visita constantemente para orar por él y el resto de presos hasta que le fueron prohibidas las visitas poco tiempo antes de la ejecución de su esposo.

San Adriano murió en Nicomedia decapitado por su fe. Su esposa fue la encargada de llevar sus reliquias a Constantinopla que actualmente se encuentra en la Abadía de San Adriano, ubicada en Flandes.