Fecha de publicación: 2 de marzo de 2022

Queridísima Iglesia del Señor, Esposa muy amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios, al que todos pertenecemos (también yo, también los sacerdotes);
queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos hermanos y amigos todos:

Es bueno darTe gracias, Señor. Lo acabamos de cantar. Y en todas las Eucaristías que se celebran en el mundo repetimos una y otra vez “es justo y necesario. Es nuestro deber y salvación darTe gracias siempre y en todo lugar, por Jesucristo, nuestro Señor”. Jesucristo, que es el nuevo Adán, del que nace una humanidad nueva, bendecida por Su Presencia, sostenida por Su Gracia, renovada una y otra vez constantemente por el don de Su Espíritu. Por tanto, la meta de nuestra acción de gracias es siempre Nuestro Señor Jesucristo, que es lo que hace que podamos dar gracias por todo lo demás.

Hoy damos gracias por estos 16 nuevos beatos reconocidos por la Iglesia, para que, en Granada y en las parroquias donde han vivido, y en toda nuestra Iglesia, podamos pedir su intercesión, orar por mediación de ellos a Nuestro Señor, dirigirle nuestras súplicas y acogernos a su protección y a su gracia, de modo que podamos participar de esa gracia que son ellos, que es su vida y que es su muerte.

Dos cosas especialmente quisiera yo recordar de manera especial en esa Gracia. Primero, la palabra “martirio” significa “testimonio”. Y el mismo Nuevo Testamento habla del testimonio bueno que Jesús dio ante Poncio Pilato. Nosotros reservamos la palabra “martirio”. La palabra “testimonio” la usamos con mucha facilidad, a veces simplemente para decir “ejemplo”. Y hablamos de testimonio quizá porque desde el Concilio para acá fue una palabra que se puso más de moda, pero luego la hemos rebajado. Hasta “dar testimonio”, equivale muchas veces en nuestro lenguaje a dar buen ejemplo. Yo diría: los mártires nos enseñan que el lenguaje cristiano es el testimonio y que todo lenguaje cristiano o es testimonio o no es nada. Eso nos ayudaría a recuperar el sentido de nuestras catequesis, los modos de nuestra evangelización. La confusión entre testimonio y ejemplo nace que parece que tenemos que dar testimonio de lo buenos que somos nosotros. Dios mío, a medida que nos acercamos a Dios, nos hacemos un poquito más conscientes de lo indignos que somos.

No podría decir si me acerco o no me acerco a Dios, porque eso sólo le corresponde al Señor juzgarlo, pero sí que a medida que pasa mi vida me siento mucho más indigno, mucho más pecador, mucho más miserable. Sin embargo, Le pido al Señor poder dar testimonio de Él; no de mí, de Él, como el regalo más grande en mi vida, como lo más querido en mi vida; como Aquel que llena todo y da sentido a todo. El buen ladrón, Dimas, que dijo además estando en la cruz que el juicio que ellos estaban sufriendo era justo…; pero Dimas no era un ladrón, a la manera que nosotros llamamos ladrón a quien ha robado algo. El nombre de “ladrón”, las antigüedades judías de Josefo lo reservaban para un cierto tipo de terroristas que eran adversarios del Imperio Romano y que luchaban a muerte contra la presencia de los romanos en Judea, en Galilea, en la provincia de Palestina. En la provincia romana de Palestina les llamaban ladrones. Si hubiera sido un ladrón vulgar, nunca los hubieran crucificado, porque el delito del ladrón no tenía ese castigo. El que tenía ese castigo era el delito de secesión, el delito de atentar contra el poder romano en la tierra. Y aquel hombre al que la tradición llama Dimas dijo que la pena que estaba sufriendo era justa. Pero tuvo el valor de reconocer a Cristo y poder decirle a Cristo: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Y el Señor le respondió con la palabra más hermosa, más bella, la que nadie ha recibido jamás, a pesar de que su pena era justa: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Damos gracias al Señor por los por los mártires que dan testimonio de Jesucristo. Cuando uno es mártir, no se examina demasiado si la vida ha sido virtuosa o no. Quien ha dado la vida por Cristo… Hasta los Santos Inocentes que ni siquiera conocían a Cristo; que si sus madres hubieran sabido que la razón por la que se mataba a sus hijos era por aquel otro niño que acababa de nacer a las afueras de Belén, se hubieran vuelto contra la Virgen, seguramente les hubieran apedreado a ella y a José; y sin embargo, la Iglesia los considera santos, por su vínculo objetivo con la Encarnación y con Cristo. Y en ellos a todas las víctimas de esta historia humana que no para de sembrar el mundo de víctimas de un tipo o de otro, de la violencia, de la envidia, del odio, de la guerra… Lo vemos en estos días en la terrible invasión de Ucrania. Que tenemos que pedirle al Señor insistentemente y con confianza.

Pero vuelvo a mi pensamiento. El lenguaje cristiano es el lenguaje del testimonio. Y decía la Primera Lectura de hoy que al hombre se le conoce por el lenguaje. Se nos conoce más por el lenguaje que usamos cuando tenemos tiempo libre. Si estamos en Misa, usamos un determinado lenguaje. Si estamos en un contexto religioso o serio o con autoridades del mundo, usamos un determinado lenguaje. Si estamos en una clase, usamos un determinado lenguaje. Sabemos el que hay que usar y, por lo tanto, ese lenguaje no dice demasiado de nosotros mismos. Es el lenguaje que usamos cuando somos plenamente libres; es el lenguaje que usamos en nuestro tiempo libre; son las bromas que gastamos en ese tiempo libre las que dicen dónde está nuestro corazón. Y es ahí donde tenemos que pedirLe al Señor que también nuestro lenguaje sea testimonio de Cristo. Repito, no de nuestras virtudes, no de nuestras cualidades, sino de Cristo como el Salvador de esos pecadores que somos, pero que hemos tenido la gran suerte, como el buen ladrón, de conocer a Jesucristo.

El segundo pensamiento es que todos sabéis que los mártires no son víctimas de la Guerra Civil; son víctimas de la persecución religiosa. La mayor parte de ellos murieron antes del comienzo de las hostilidades de la guerra. Son víctimas de un odio religioso que se incrementó, y se fomentó y se alentó en aquellos tiempos que precedieron a la Guerra Civil, también durante la propia guerra. Algunos sí que murieron durante la guerra. Pero murieron no por la por la batalla ideológica que daba lugar a la guerra, sino por odio a Jesucristo. Y lo que se hace en los procesos de martirio, especialmente en esas circunstancias, es justamente poder verificar que fue por odio a Cristo, que fue por odio a la fe, por lo que ellos han sido muertos. Que ellos no forman parte de la lucha ideológica es claro por el hecho de que la inmensa mayoría de ellos murieron pidiendo perdón para sus asesinos. Solicitando a sus familias, y a sus parientes, y a sus seres queridos que no se vengaran, que perdonasen. Entre los nuestros, está el testimonio precioso de ese joven de Alhama cuya madre después daba de comer a una mujer que había participado en el asesinato de su hijo y que le llevaba a la cárcel comida todos los días. Eso es dar testimonio de Jesucristo. Eso es el corazón cristiano. Eso es un alma cristiana. Y algo de ese espíritu de los mártires tenemos que pedirlo para nosotros.

Es muy frecuente oír hoy el quejarse de que después de que en la Transición se había “pasado la página” del odio que había dado lugar a la guerra, pues ahora mismo ese odio se alimenta de nuevo y se atiza de nuevo. Y en un mundo tan crispado y tan violento como el que vivimos, no tiene nada de particular. En la Transición, se oía muchas veces lo de “pasar página”. Antes, se había tratado de pasar página -también lo he oído cientos de veces- a base de no hablar de ello. De no hablar de lo que había sucedido en la guerra, antes de la guerra e inmediatamente después de la guerra. Dejadme que os diga: eso no es pasar página. Eso no cura las heridas. Eso no cura las divisiones. Olvidar no es pasar página. Recordar de nuevo dando lugar al odio no es pasar página.

Los mártires nos enseñan sencillamente que es bueno recuperar la memoria. Es bueno tener memoria de lo que ha sucedido, es bueno tener una memoria que no sea auto justificativa. Los mártires no son una excusa para justificar posiciones ideológicas. Los mártires nos recuerdan que hay que guardar una memoria. Los cristianos guardamos una memoria, pero tiene que ser una memoria purificada por Cristo y eso significa una memoria purificada por el perdón, purificada por la penitencia que tenemos que hacer los cristianos y que seguramente nunca hemos hecho. Pasamos página, pero nunca hemos hecho penitencia por los crímenes a los que dio lugar también la Guerra Civil.

Ese es el testimonio de los mártires. Ese tiene que ser el testimonio de la Iglesia. No el olvido. El olvido hace que se repitan los mismos errores. Sino no una memoria purificada por Cristo. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Se lo dijo a los judíos. Nos lo dice a nosotros. Todos decimos antes de comulgar: “No soy digno de que entres en mi casa”. Claro que no soy digno. Desde luego, yo no lo soy. Sin embargo, el Señor viene a mí, me perdona y me ama; y puedo testimoniar y puedo afirmar que me perdona y me ama.

Que el Señor nos dé un corazón así. Sólo un corazón así puede cambiar el mundo. Sólo un corazón así puede purificar nuestra vida, nuestras mentes, e iniciar una historia distinta, como el de los mártires, como Cristo. Tenemos que pedirlo, tenemos que desearlo. Si no, repetiremos los mismos errores que se cometieron entonces y después; que a veces seguimos cometiendo.

Que el Señor nos conceda ese don. Que la intercesión de los mártires nos conceda ese don de un corazón purificado, renovado por el Espíritu de Cristo, por el Espíritu de Dios que hace llover sobre justos y pecadores; que hace salir el sol sobre justos e injustos; que ama a todos los hombres, porque ninguno merece la gracia del Cielo. Sin embargo, todos estamos llamados a dar gracias, porque todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios. Que así sea para todos.

Que la intercesión de la Santísima Virgen nos ayude también en esa súplica, junto con los mártires, a representar en este mundo, también violento, también lleno de odios y de deseos de destruir a quien no piensa como nosotros; también lleno de esos gusanos del odio, y de la mentira y de las pasiones humanas, que nos haga hacer resplandecer el corazón nuevo nacido del Espíritu de Dios, el corazón de un cristiano, el corazón de alguien que, desde el Bautismo, puede ser testigo de Cristo, mártir de Cristo, testigo del amor con el que el Señor nos ama.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

27 de febrero de 2022
S.I Catedral de Granada

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