Querido D. Moisés;
queridos sacerdotes concelebrantes;
estimado Sr. alcalde, autoridades;
queridos hermanos y hermanas de Ugíjar:

Estamos celebrando esta fiesta en honor de la Virgen. En la teología se dice que de María nunca es suficiente y María, decía san Juan Pablo II, es lo que debemos ser cada uno de nosotros, es lo que debe ser la Iglesia. Por lo tanto, querer a la Virgen, que es un distintivo vuestro que habéis heredado de vuestros mayores, es algo que os tiene que llenar de orgullo. Si esta imagen, con esa cara dolorida, con esa cara que representa también las afrentas, el sufrimiento, a pesar de ser una imagen de virgen gozosa que nos muestra Jesús, lleva en sí no sólo una historia que resume la devoción de vuestro pueblo y de toda la Alpujarra a la Virgen, sino que resume en sí también el sufrimiento de esos hombres y mujeres a lo largo de los siglos.

Y también representa, y se hace visible para nosotros al mirar esta cara de la Morenita, el sufrimiento de mucha gente actualmente, de muchas mujeres, de muchas personas que sufren los horrores de la guerra, el desprecio, el sufrimiento de la humanidad, el sufrimiento de los enfermos, como ha supuesto los rasgos de todos estos hijos ser la receptora de las lágrimas, de las peticiones. Si pudieran hablarnos estas paredes, su ermita, donde ha estado siempre; si pudiera hablarnos de cuántas peticiones, de cuántos favores, de cuánto dolor ha recogido y, al mismo tiempo, de cuánta gracia ha derramado sobre los hombres y mujeres de esta tierra, nos quedaríamos asombrados. Y eso es lo que está detrás de vuestra devoción, que responde ciertamente a una tradición que viene de vuestros mayores y que supone para vosotros unas señas de identidad. Vuestro amor a la Virgen del Martirio.

Pero también es una manera de ser. Una manera de ser de hombres y mujeres recios que saben encajar el sufrimiento y el dolor, pero por eso mismo saben apreciar el esfuerzo de sus gentes, saben apreciar también lo que significa conseguir, lo mucho de lo poco que esta tierra ha dado y, al mismo tiempo, es un reclamo y una seña de identidad a quienes han tenido que dejarnos buscando mejores condiciones de vida.

Yo soy hijo de migrante en Alemania y sé lo que es que se vacíe en una tierra y sé lo que es que unas familias queden rotas por las ausencias. Por tanto, todo eso lo ha acogido la Virgen del Martirio en ese martirio original de hace siglos sobre esta imagen. Sobre todo, porque la Virgen no es ajena a nuestros sufrimientos. Como nos dice el Concilio, “está en los cielos en cuerpo y alma, pero, al mismo tiempo, acompaña al pueblo que todavía peregrina”. Por eso, el pueblo cristiano acude siempre a la Virgen en sus distintas advocaciones. Por eso, está tan metida en las entrañas de la gente hasta el punto de que sus ermitas, sus santuarios, a los que peregrinan millones de personas a lo largo y ancho del mundo son, como decía san Juan Pablo II, la geografía de la fe. No podemos entendernos como cristianos sin nuestra devoción a la Virgen. Nosotros también hemos acogido como Madre nuestra, María, que nos la da Jesús como Madre nuestra, como algo propio de nuestro ser cristiano, de tal manera que no nos entendemos como cristianos sin María, y no nos entendemos tampoco como pueblo sin ser cristianos, sin nuestras raíces cristianas, sin nuestras fiestas. Cada una con sus características, más ruidosas algunas como la vuestra (y bendito sea Dios), otras más silenciosas. Yo provengo de Castilla como obispo de Ávila y he estado en algunas más silenciosas, más austeras. Estas fiestas expresan el sentir de un pueblo que vive una religiosidad, que vive en sus raíces y vive la tradición de sus mayores con orgullo, como algo propio. Seguid así y transmitidla a los más pequeños, en este mundo nuestro de desarraigo, en este mundo nuestro, donde cada vez estamos más polarizados, donde va cada uno a lo suyo. En este mundo nuestro nos hacen falta valores, imágenes, símbolos. Nos hace falta a Dios. Que Dios no sea un sin-papeles en nuestra vida. Que Dios no lo escondamos, sino que manifestemos un respeto exquisito a las convicciones de los demás, pero sin renunciar a las propias, sin renunciar a nuestra manera de ser, sin renunciar a nuestras convicciones, sin renunciar a nuestra fe, a nuestra manera de vivir la vida, a entender el amor, a entender la familia, entender el matrimonio, entender la educación de los hijos, entender el trabajo, entender la muerte, entender la vida, en definitiva. La fe no es para esconderla sólo para momentos de emergencia. La fe es para vivirla, manifestarla con naturalidad, como hacéis hoy en esta fiesta.

Que vuestra fe, que vuestra manera de entender la vida cristiana, la vida religiosa, se manifieste después, en los días iguales, en vuestro trabajo, en vuestras relaciones, en vuestra convivencia, aunando esfuerzos, yéndoos todos a buscar el bien común de esta sociedad nuestra que cada vez exige más que estemos todos a una y no divididos o enfrentados. En este mundo nuestro, donde ya nos enteramos de guerras próximas, donde vemos gente que huye y que hoy tenemos. Hemos pasado una pandemia que ha dejado tras de sí un reguero de muerte, de tantas y tantas personas que nos han dejado sin poder despedirse de los suyos; de tantas y tantas personas que han experimentado el sufrimiento y aislamiento, pero también de tanta solidaridad, de tanta gente buena, de tantos servidores públicos que se han dejado la vida por servir a los demás, por sacarnos adelante. Esta crisis, esta pandemia, nos ha enseñado una cosa: que no somos el ombligo del mundo, que no las tenemos todas consigo, que necesitamos de Dios y de los demás, que solos no podemos. No volvamos a las andadas. No volvamos a enfrentarnos unos con otros por ideas, por ideologías. No volvamos a poner separación entre unos y otros. No vayamos cada uno buscando el interés y olvidándose del bien común. No dejemos a nadie atrás en un progreso que tiene que ser compartido para que sea justo. Esto es a lo que nos invita nuestra Madre, porque es madre de todos, porque es madre nuestra, porque sabe del dolor y del sufrimiento, por eso sabe de compasión.

Que acudamos a Ella y que también como buenos hijos le demos gracias. Les demos gracias como sabemos, desde llevarla en hombros hasta ofrecerle algo, hasta rezarle. Que tengáis y transmitáis a los más pequeños vuestra devoción a la Virgen. Que no pase un día sin rezarle, sin encomendarse a Ella.

Vamos a pedir hoy especialmente por los enfermos, por las personas que están pasando necesidad. Vamos a pedir hoy por quienes sufren en su propia vida el martirio. Sabéis que los cristianos es la religión más perseguida en el mundo y hay un martirio de las personas, un martirio de las cosas, de quemar iglesias. Vamos a pedir por todo eso y vamos a ser respetuosos y a pedir y a exigir que así sea con nuestra fe, con nuestras convicciones, con nuestra manera de entender la vida. Que no vamos pidiendo perdón por ser cristianos, sino que nos manifestamos. No nos dan vergüenza las cruces de nuestros mayores y en nuestros caminos. No nos da vergüenza manifestar nuestra fe.

Vamos a pedirle a la Virgen hoy especialmente por sus hombres y mujeres, por nuestro pueblo. Que así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor de Granada

14 de octubre de 2022
Ugíjar (Granada)

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