Fecha de publicación: 16 de julio de 2022

I.- “TODO LO CONSIDERO PÉRDIDA COMPARADO CON LA EXCELENCIA DEL CONOCIMIENTO DE CRISTO JESÚS” (FLP 3,8)

El primer movimiento de mi corazón cuando he tenido noticia de que el Santo Padre me había concedido un arzobispo coadjutor con derecho a sucesión ha sido de inmensa gratitud al Papa.

Mi gratitud al Papa tiene muchas facetas y muchas modalidades. Le estoy profundamente agradecido por su ministerio y su testimonio permanente de entrega al servicio de todas las Iglesias, y especialmente de las que tal vez nosotros pensamos que menos lo merecen o que están más abandonadas o que están más lejos. Y en ese testimonio uno puede reconocer el vibrar mismo de la Encarnación del Hijo de Dios, que no tuvo como algo digno de retener el ser igual a Dios para asumir la forma de siervo y venir a estar entre nosotros y compartir nuestra humanidad en todos sus aspectos. Ese es el primer gesto con el que el Santo Padre nos enseña. La verdad es que también los Papas anteriores nos han enseñado tanto y más con sus actitudes y con sus gestos que con su misma enseñanza. Pero también le doy gracias al Papa por su enseñanza, por haber tenido el valor de, recogiendo el mensaje básico –uno de los mensajes clave del Concilio-, haber tratado de articular la relación entre sobrenatural y natural, la relación entre el cristianismo y nuestra humanidad de una manera que respondiera más a las necesidades de nuestro tiempo. Y también a las exigencias de la propia fe y de la Tradición cristiana, que nunca ha sido algo recortado y alejado de la realidad, sino un motor de cambio, una posibilidad de recuperación de una humanidad verdadera en todos los sentidos.

En ese Magisterio que continúa la enseñanza social de la Iglesia, a través de sus encíclicas y de otras decisiones, uno ve cómo el cristianismo trata de ser hecho como propuesta para todos más relevante para nuestra ida concreta, más relevante para la cultura en la que vivimos (una cultura que uno puede calificar de post-cristiana en muchos aspectos) y más relevante para la construcción de ese pueblo nuevo que es la Iglesia que nace de la Resurrección de Cristo, y que sigue vivo y seguirá vivo siempre.

A esa gratitud por lo que es el ministerio del Papa Francisco, yo uno la gratitud por todos los muchísimos signos de afecto y de delicadeza que ha querido tener conmigo a lo largo de los años de mi ministerio que han coincidido con su pontificado. Este es uno más y yo le doy las gracias por él. Se las doy de todo corazón sin ningún tipo de reserva y sin ningún tipo de fisura.

II.- “LA VERDAD OS HARÁ LIBRES” (JN 8, 32)

Tras haber expresado mi gratitud y, aunque no lo haya expresado, mi fidelidad y obediencia sin fisuras al magisterio y a las indicaciones y al ministerio del Papa Francisco, yo quiero expresar también lo que han sido estos años -19, ya- de servicio y de relación con la Iglesia de Granada.

Yo entendí la bula con la que yo venía a Granada como un desposorio. Y puedo decir que amo y he amado estos años profundamente a esta Iglesia. Y no sólo a la Iglesia, sino también a los hombres y mujeres que viven aquí, y que tal vez están alejados de la Iglesia, muchas veces por culpa nuestra. Pido perdón si alguno se ha alejado por culpa mía. Pero, mi único sentimiento es el de amor, el deseo de dar mi vida por la misión que el Señor me había confiado en Granada. Es el amor de un ser humano y, por lo tanto, es un amor torpe, con muchas deficiencias, con muchos límites, pero con un deseo de dar la vida realmente por el Señor y por Su Cuerpo que es la Iglesia, y este trocito de Iglesia precioso que Él me ha confiado. Y por este trocito de humanidad igualmente precioso, llenos de deseo de humanidad verdadera, de felicidad, de plenitud, que caracteriza al ser humano y que está muy a flor de piel en la sociedad granadina.

Dios mío, siento no haberla servido como ella se merece, tantas veces, todos los días. Y sin embargo, renuevo mi amor por ella, hasta la vida eterna.

III.- “NO HE VENIDO A SER SERVIDO, SINO A SERVIR” (MT 20, 28)

Por último, no puedo dejar de expresar mi gratitud y, además, una gratitud rebosante también, para D. José María Gil Tamayo, el arzobispo coadjutor que el Santo Padre ha querido concederme. Por su disponibilidad y por su obediencia.

Yo acabo de decir que servir a la Iglesia, amar a la Iglesia, siempre es un privilegio en cualquier circunstancia y en cualquier lugar del mundo. Yo he vivido como un privilegio el servir a la Iglesia de Granada. Yo sé que él también tendrá esta misma experiencia, a medida que se vaya acercando a vosotros. Viene con los brazos abiertos. Viene con el corazón abierto. Muy deseoso de ser un buen servidor; “servidor bueno y fiel”, como dice el Evangelio. Pero también soy consciente de que servir a una Iglesia como Ávila, aunque pueda ser como diócesis más pequeña que Granada y aunque tenga menos responsabilidades que un arzobispo metropolitano, es una diócesis tan singular, tan bella, tan rebosante de memorias de Santa Teresa y de todo lo que ha significado la Reforma católica en el comienzo de la modernidad, que es un privilegio enorme al que renunciar supone un sacrificio. Y él ha asumido este sacrificio de no llevar mas que tres años en la diócesis de Ávila para venirse a Granada, con un corazón abierto y generoso.

Yo os pido que le recibáis con ese mismo corazón abierto y generoso con el que él viene a vosotros. También os digo que, aunque lleva pocos años de obispo, su experiencia de la Iglesia es muy singular, puesto que ha sido durante años Secretario de la Conferencia Episcopal, por lo tanto es un hombre conocido; es un hombre que ha dado ya muchas muestras de su disposición a servir a la Iglesia, tal como es y tal como Dios nos la confía. Yo estoy seguro que podremos colaborar juntos de la manera que el Señor ha dispuesto como verdaderos hermanos, como una sola persona, cada uno con su riqueza y con su singularidad y con sus cualidades propias, también con nuestros defectos propios. Los míos los conocéis. Los suyos son mucho más pequeños, y por lo tanto menos fáciles de distinguir, pero juntos os serviremos mientras Dios quiera para vuestro crecimiento en Cristo, para que podáis vivir la vida nueva que Cristo nos da, la libertad de los hijos de Dios, el gozo de la fe, la esperanza y el amor que Cristo ha venido a sembrar en este mundo tan herido.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
16 de julio de 2022

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