Fecha de publicación: 26 de enero de 2014

 (…) Más y más tenemos que orientar nuestra mirada y decir cómo Cristo ilumina las cosas de la vida. Y las cosas de la vida básicamente tienen tres ámbitos: el ámbito del amor humano, del amor esponsal, de la familia, de la relación entre hombre y mujer, de la paternidad y de la maternidad, ese es quizá el ámbito más íntimo, más profundo, un ámbito que debería ser paradigma de todas las relaciones humanas en todos los demás ámbitos. Y ése sería como el círculo más íntimo, más vinculado al centro, al núcleo de la persona.

De hecho, y al decir esto no hago más que apelar a mi experiencia de pastor, como sacerdote os digo los sufrimientos más grandes que yo conozco en la vida, de la misma manera que los gozos más hermosos y más bellos en la vida de las personas tienen que ver con la vida de la familia, y tienen que ver con las relaciones en el matrimonio y en la familia, sin duda ninguna.

Luego hay -no sé si llamarlo un segundo círculo, porque están los tres muy implicados- otro círculo diferente de relaciones, que son el ámbito del intercambio, el ámbito de la economía, los intercambios humanos: los seres humanos necesitamos intercambiar cosas para vivir necesariamente. Unos saben plantar cebollas, y otros saben tejer pieles, y el que teje pieles necesita comer cebollas, y a lo mejor el que sabe plantar cebollas necesita vestirse. Entonces, no hay vida humana sin ese tipo de intercambios.

Esos intercambios serían muy diferentes, nuestra vida económica sería muy diferente si la luz que la ilumina es la luz del amor infinito de Dios, o si estando Dios, estando Jesucristo ausente de esa vida, esos intercambios se mueven sólo por los intereses, por la ley de la selva, digamos. Es la ley de la selva la que nos ha llevado a la crisis, es la ley de la selva la que hace que el mundo sea un lugar tan inseguro, y tan frágil, y tan confuso en estos momentos; y no hay más que una forma de salir de la ley de la selva y es empezar a vivir de otra manera: Cristo tiene que ver con eso.

No sé si habéis tenido ocasión de leer la preciosa exhortación del Papa “El gozo del Evangelio”, “La alegría del Evangelio”. Él dedica allí una buena pieza justamente a la situación económica y a la vida económica. En España como estamos tan de fiesta permanentemente, que a lo mejor ha pasado sin pena ni gloria ese documento del Papa, pero hay sitios donde se le ha prestado muchísima atención y claro que ha provocado también escándalo.

¿Qué tiene que ver la fe con la economía? Pues tiene que ver si Cristo es la luz o ilumina las realidades de la vida, o no tiene ningún interés. Es decir, o nos cura de nuestras enfermedades; ¿y sabéis?, la enfermedad más profunda no es que a uno le duela la cabeza, aunque hay que atender que a uno le duela la cabeza, o que le duelan los huesos, que es normal a partir de una cierta edad el que a uno le duelan los huesos, o no es ni siquiera las enfermedades que nos aproximan a la muerte…

La enfermedad más grave es la enfermedad de la desesperanza, es la enfermedad que señala San Pablo de las discordias y de las divisiones que nacen del egoísmo, que nacen del pensar que todo el mundo existe para hacerme a mí feliz, y que cuando no me responden a lo que yo quiero que me respondan es que están siendo injustos conmigo. Esa es la enfermedad, y de esa enfermedad hoy, en este comienzo del siglo XXI, nos sigue curando el Señor.

Cuando uno acoge al Señor en la vida, claro que cambia la vida y cambia el modo de mirar también, y si no, nuestro cristianismo es enfermo, falso, un poquito de mentira, una cosa para un trocito de la vida, para una parte de la vida, pero eso no es Dios.

La luz de Dios ilumina toda la vida. Ilumina también la vida política. No la vida política en el sentido de que Dios sea de un partido o sea de otro, no me entendáis así. Si no, ¿cómo construimos una sociedad de hermanos? ¿cómo construimos una ciudad de hermanos? Por eso os decía que la familia, al final, es clave. Cómo entendemos una vida social en la que el motor de la vida social sea el amor al bien común y el amor de unos por otros, y no las luchas de poder o las luchas de intereses, que envenenan la vida política, la vida económica y envenenan la vida familiar también. (…)

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

26 de enero de 2014, S.I. Catedral
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