El padre era de La Zubia, la madre, de Cájar. A los 13 años su familia marcha a Granada y vive en Carrera del Darro, parroquia de San Pedro. Estudió en el Seminario de San Cecilio, siendo alumno externo, al menos al comienzo. Fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1918. Fue coadjutor residencial de Zujaira, después de Santa Catalina de Loja, sirviendo también la comunidad de Río Frío. Fue párroco de Santa Cruz del Comercio, de Domingo Pérez y, finalmente, de Arenas del Rey, sirviendo también Játar.
Una prueba del ambiente que se respiraba en Arenas son las palabras del párroco al sacristán y también electricista del pueblo, joven padre de tres hijos pequeños: No vengas por la Iglesia, José… si me matan a mí, que al menos no se ensañen también contigo que eres un padre de familia y tienes que criar a tus hijos. El 6 de agosto unos milicianos llegan al pueblo y arrasan la iglesia, después van en busca del cura, que busca refugio en el corral vecino a la casa parroquial y allí es descubierto y fusilado. Su cadáver (o quizá sólo herido) es arrastrado a la puerta de la casa rectoral. Sus amigos lo habían animado a marcharse en dirección a Granada en los días anteriores, acompañándole ellos hasta después de Agrón, pero él se negó y decidió permanecer en su parroquia. Murió con 46 años. Su madre, anciana de 82 años, que presenció todo, murió dos días después del martirio: murió “del asesinato de su hijo”. ¡Gloria a las madres de tantos sacerdotes mártires! Los restos del Siervo de Dios están en el cementerio de Arenas del Rey sin identificar. Hay un recuerdo constante de su martirio: desde su muerte las procesiones de la parroquia cambiaron de recorrido y todas pasan por el lugar donde quedó su cadáver.