Querido D. Javier:

En presencia de Dios y de su santa Iglesia aquí reunida -del Nuncio de su Santidad y señores obispos, del clero, consagrados y fieles laicos- quiero en nombre de nuestra amada Archidiócesis de Granada agradecer el don de su ministerio pastoral al servicio y al frente de esta grey.

Sólo Dios sabe el bien y la gracia que ha derramado y regala al mundo a través de sus indignos siervos como dicen los obispos de sí mismos en la plegaria eucarística. En cada eucaristía hemos mencionado su nombre junto con el del Santo Padre. A través de su persona concreta esta Iglesia particular ha gozado de la comunión con la Iglesia universal participando de su gloriosa misión.

Querido D. Javier, como ungido del Señor para esta Archidiócesis, a través de sus santas manos hemos recibido las sagradas órdenes sacerdotales, la confirmación con el don del Espíritu, el milagro de la Eucaristía y de los demás sacramentos.

A través de su enseñanza y predicación ha brotado el tesoro inagotable de la Palabra viva y eficaz que como una fuente de agua sacia al sediento, símil de su buen amigo san Efrén.

A través de sus iniciativas pastorales ha buscado que el evangelio siga vivo en la cultura contemporánea. Así, todos los hombres y todo el hombre, en todas sus dimensiones, sigan encontrándose con Jesucristo, la verdad que hace libres.

Sí, a través de esa pequeña puerta que es usted y cada ministro ordenado, aparece el más grande, el Dios uno y trino, salvando a su pueblo.

Querido D. Javier, ahora en la Eucaristía hemos unido a la primordial acción de gracias al Padre por su Hijo en el Espíritu, la acción de gracias por el don de su vida, su fe y entrega en esta hermosa tierra de Granada de la que no se va porque la lleva en su corazón. Contamos con su oración y afecto. Cuente usted también con el nuestro que ahora se expresa en este presente significativo de nuestra Catedral: una reproducción del rosetón del misterio de la Encarnación del Señor.

Muchas gracias D. Javier.