Queridísima Iglesia de Señor (…), queridos sacerdotes concelebrantes:

Los seres humanos siempre que miramos hacia atrás después de hacer una cosa -no sé si esta experiencia será vuestra, al menos es la mía, pero yo me la he encontrado muchas veces en otras personas-, cuando uno mira hacia atrás, lo primero que sale a la luz son los agujeros que hay en la vida de uno, las cosas que uno hace mal, las cosas que uno ha hecho limitadas, torpes, los pecados que ha cometido, los límites, lo que no corresponde, lo que uno se había imaginado de lo que podría ser esa acción o ese período de tiempo o la vida, y qué lejos está de esos ideales o imágenes que uno se había trazado de uno mismo.

Y yo creo que por eso, en los momentos en los que los hombres celebran un momento importante de cambio de tiempo, es necesario brindar y lanzar fuegos artificiales y cosas de ese tipo, en el fondo como para distraerse de esa mirada que no deja de ser un poco suicida y un poco criminal (…), (…) -yo creo que es una de las trampas más sutiles del enemigo- para hacernos mirar a nosotros mismos, desde nuestro propio juicio, desde nuestros propios cálculos y desde nuestras propias medidas.

Si nosotros nos reunimos aquí a celebrar la Eucaristía justo en los primeros momentos del año que empieza no es para hacer eso, ni para flagelarnos, ni para olvidarnos de que tendríamos que flagelarnos -a lo mejor tenemos hasta muchos motivos para flagelarnos, pero no venimos a hacer eso-. Venimos a dar gracias a Dios. Venimos a dar gracias a Dios por el tiempo que ha pasado, porque es verdad que nosotros podemos estar llenos de agujeros, tener más agujeros que un calcetín viejo y todo, pero es verdad también que el Señor es fiel y que la Misericordia del Señor permanece para siempre, y que esa Misericordia, la promesa de Cristo -“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”- se cumple y no deja de cumplirse.

Por lo tanto, damos gracias al Señor por el tiempo vivido, no por lo que nosotros hemos conseguido, no porque hemos logrado tales o cuales cosas, o hemos conseguido tales o cuales objetivos, o hemos hechos tales o cuales obras, incluso buenas, sino porque, al final, siervos inútiles somos todos en el caso de que hayamos hechos cosas buenas, y lo de ser pecadores, por lo menos a los que llevamos unas cuantas décadas en la vida de la Iglesia no debería escandalizarnos ni sorprendernos, sino sencillamente una ocasión de llorar con humildad por nuestros pecados y pedirle al Señor que no nos abandone su gracia, con la certeza de que esa gracia no nos abandona, con la certeza de que esa gracia está siempre con nosotros, de que el Señor está siempre con nosotros.

(…)

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

1 de enero de 2014
Eucaristía de entrada del nuevo año
S.I. Catedral de Granada

Escuchar homilía