María Cecilia nació en Azpeitia, Navarra. Aunque tenía un genio muy vivo, su amor a María, hizo que pudiera superar su temperamento para ser religiosa como deseaba.
Decidida y alegre, a sus 20 años atraviesa los umbrales del Primer Monasterio de la Visitación de Madrid, el 9 de octubre de 1930. En su toma de hábito recibe el nombre de Mª. Cecilia. Su temperamento vivo, contrasta con su carácter amable, sencilla, humilde, abnegada y muy servicial.
Desde el principio sufre todas las consecuencias de la persecución religiosa: disturbios, votaciones, quemas de Iglesia y Conventos, dispersión de su Comunidad, etc. Desde estos años tiene muchas oportunidades de ir con su familia, pero por amor a Jesús y a su vocación nunca acepta las propuestas y siempre dice con tesón que no quiere.
Se distinguió por su fidelidad, espíritu de recogimiento y de mortificación, siempre consciente de vivir en presencia de Dios. Fue la Hermana que más sufrió, era la más joven y no llevaba mucho tiempo en el convento, no conocía a nadie y como era vasca, el castellano no lo sabía bien, todo esto ayudó a serle más penosa su soledad última. Cuando murieron sus hermanas, huyó, pero confesó su condición de monja salesa, y la fusilaron tres días más tarde en el cementerio de Vallecas.
Fue beatificada el 10 de mayo de 1998 por San Juan Pablo II.