Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo santo de Dios;
queridos sacerdotes concelebrantes;
presidente y miembros de la Federación de Cofradías;
saludo muy cariñosamente tanto al alcalde como a la agrupación de Churriana de la Vega, que ha venido acompañando a su Imagen;
saludo también a la coral de Churriana, que nos acompaña:
Dos pensamientos sencillos que nos acompañen a esta celebración, para prepararnos a vivir la fiesta. Las fiestas cristianas empiezan siempre en víspera. Hubo tarde, hubo mañana, día primero… Desde el pueblo de Israel y la tradición de Israel los días comenzaban con la caída de la tarde.
Comenzamos nuestra fiesta de la Inmaculada. Una fiesta especialmente querida para Granada, porque gracias a la Abadía del Sacromonte y al voto que hacían los estudiantes de la Abadía (no que se proclamase el Dogma: los dogmas se proclaman cuando se puede reconocer que esa verdad forma parte de la fe y forma parte desde los orígenes y desde la tradición cristiana desde el primer momento y hay testimonio de ello), ellos contribuyeron a que esa fe no fuese olvidada en un momento en que el mundo y la cultura del mundo, en todas partes, subrayaban otra cosa.
¿Qué afirma la verdad de la Inmaculada? Que la Virgen, que iba a ser la morada del Hijo de Dios, la madre de Dios Encarnado, del hijo de Dios que venía a compartir nuestra condición humana y venía a sembrar su vida divina en nuestra historia humana, fue purísima, preservada por la Gracia desde el primer instante de su concepción.
Con eso se afirmaba algo muy grande y muy necesario. Y es que todo lo que hacemos nosotros por Dios es siempre respuesta. Que nunca somos nosotros los primeros. El Papa Francisco dice “el Señor nos primerea siempre”. Se adelanta siempre a nosotros. Dios es siempre respuesta. Y hay algo en la vida humana desde el primer momento que pone de manifiesto eso. (…)
Afirmar eso, en el momento de la historia en que se proclama el Dogma de la Inmaculada, recogiendo una tradición que viene de los primeros siglos, era afirmar la primacía de Dios sobre la criatura; y era afirmar, al mismo tiempo, la primacía de la Gracia, en la tarea de la construcción del mundo y de la construcción de nuestra propia humanidad. Y eso sucedía en un momento en que la filosofía y el pensamiento humano se consideraban más capaces de hacer un mundo “de seres felices”. (…)
Estamos heridos por el pecado y en esa herida nuestra a menos que venga alguien y nos saque, sucumbimos una y otra vez. El Señor prometió la victoria del hombre. La victoria del hombre sobre la serpiente la ha obtenido Dios. Celebrar a la Virgen es celebrar eso. Nosotros no pensamos simplemente que la vida es una cuestión de lucha entre el bien y el mal, y que si nos empeñamos mucho, vamos a conseguir ser lo suficientemente buenos; y pensamos: si escuchamos las enseñanzas que Dios nos da, ya nos empeñaremos mucho. Lo que la Inmaculada proclama es otra cosa. Lo que la Inmaculada proclama es que nos precede la Gracia siempre y que lo primero que tenemos que hacer es abrirnos a la Gracia. Lo que tenemos primero es que pedirLe al Señor que no nos falte su Gracia. (…)
Ser cristianos, ¿qué es: unas pocas enseñanzas que nos den fuerza para decir “ahora sí, vamos a luchar contra el mal y vamos a conseguir ese mundo de paz”? No es eso. Celebrar la Inmaculada significa celebrar, Señor, tu Gracia. Tu Misericordia es la que triunfa. Nosotros sabemos que hay un triunfo y ese triunfo es para nosotros. Igual que Eva era la madre de todos los vivientes, María es la madre de una humanidad nueva. De una humanidad nueva en la que Dios ha sembrado su vida divina sin apartar ni quitar nada de nuestra libertad. Acogiendo el don de Dios, la humanidad nuestra, nuestros anhelos de paz, de vida, el horizonte de la vida eterna
–el Cielo- es para nosotros. El Cielo es para nosotros. Pero el Cielo no lo construimos nosotros construyendo nuestras torres de Babel, construyendo nuestra imagen de una sociedad perfecta. El Cielo viene a nosotros. Vendrá en la Navidad. Y viene a nosotros cuando acogemos la Gracia, y la Misericordia, y el Amor de Dios, que transforma y transfigura nuestro corazón. (…)
Nosotros sabemos, Señor, que tu Gracia no nos abandona. Y Tú estás con nosotros. Y estando con nosotros, no podemos mas que vivir contentos, porque nuestra esperanza, nuestra certeza, nuestra vida eres Tú y Tú nos has prometido tu compañía a tu pueblo. Y jamás dejas de cumplir tus promesas.
Eso es lo que celebramos, Madre. Y entonces, claro que tiene todo el sentido del mundo el venerarte, el cantarte, el proclamarte y el procesionarte con solemnidad y con alegría. Con la alegría de que la historia no está dejada sola a nuestras capacidades, gracias a Dios; porque sabemos lo que dan de sí nuestras capacidades. La historia está puesta en las manos de una misericordia, que es la fuente de nuestras capacidades y la plenitud de ellas, y el horizonte entero de nuestra vida. (…)
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
7 de diciembre de 2017
S.I Catedral
Eucaristía en la Vigilia de la Inmaculada Concepción