Esto que ha contado Jesús en el Evangelio de hoy yo creo que no es muy difícil imaginarse cualquier escena parecida en casa. Dicen papá o mamá: “A ver, ¿quién recoge la mesa?”. Y uno está viendo la tele y dice: “Yo voy, yo voy”, y sigue viendo tele, sigue viendo tele. Y otro que en la misma situación: “A ver, ¿quién recoge la mesa?”. “Ay, qué pesadez, mamá, siempre lo mismo, siempre me toca a mi, mira éste está viendo la tele”; pero a regañadientes la recoges. Al final, ¿qué vale más, el que ha dicho “ya voy, ya voy”, y no se ha movido, o el que a regañadientes pero va y lo ha hecho? ¿Cuál es mejor de los dos?
¿Sabéis lo que quiere enseñarnos el Señor al contarnos esta historia? Una cosa muy importante. ¿A que a todos nos gusta que nos tengan por buenos? Claro. Y nos gusta parecer buenos. A lo mejor, estamos haciendo una trastada y viene la seño en clase y nos ponemos de otra manera para que no se entere que estamos haciendo una trastada, que estamos haciendo algo que ya nos han dicho que no hay que hacer, para que piensen que no éramos nosotros.
El Señor lo que quiere enseñarnos; en realidad, lo que quiere enseñarnos en las lecturas, porque esto de la historia del Evangelio lo habéis comprendido vosotros pero la primera lectura también iba de lo mismo un poco, es decir, es un reto a nuestra libertad. Con el Señor no podemos jugar a parecer buenos. A lo mejor, con la seño sí parecemos más buenos de lo que somos. Papá y mamá nos conocen muy bien y, entonces, resulta muy difícil hacer que crean que somos buenos cuando no lo somos.
Lo que dice el Señor es que con Él no, no vale. Él no quiere que parezcamos buenos delante de Él. Él quiere que nuestro corazón sea bueno. Ante Dios no valen las apariencias. Incluso, podemos protestarle, pero lo que importa es que nuestro corazón sea bueno. Y no vale de nada que parezcamos buenos cuando nuestro corazón es malo. Eso se lo decía el Señor a los Sumos Sacerdotes y a los ancianos del pueblo, que eran gente que eran los responsables, tenían que parecer buenos siempre. Les decía: “Si sois sepulcros blanqueados…”. ¿De qué están llenos los sepulcros? De cadáveres. Por fuera los pintan muy bonitos, los blanquean y parece que son muy bonitos, pero siguen llenos de cadáveres. Él les decía a los fariseos: son sepulcros blanqueados (muy bonitos por fuera y llenos de podredumbre por dentro). Y el Señor dice: no, que no hay que corregir lo de fuera, que no hay que parecer buenos, que lo que hay que hacer es serlo; que a mi no me importa que parezcáis buenos, yo quiero que sea bueno vuestro corazón, porque es del corazón de donde salen las cosas malas. Y otra vez les decía (esto lo ha dicho de muchas maneras, era una cosa en la que Jesús insistía mucho): “un árbol bueno da frutos buenos, un árbol malo da frutos malos”. Ahora, porque nosotros que somos de ciudad a lo mejor no tenemos mucha posibilidad, pero cuando el Señor habla de “malos frutos”, un árbol malo da frutos que son venenosos (que los hay, que en su tierra los había); un árbol bueno da frutos dulces, que se pueden comer y que son una alegría comerlos.
El Señor lo que quería es que sea bueno nuestro corazón porque las obras que salgan de un corazón bueno, a lo mejor no son todo lo buenas que nos gustaría; a lo mejor es que no llegamos a más, pero son buenas. Si nuestro corazón es bueno, son buenas aunque lleguemos poquito. Y en cambio, el que se esfuerza sólo para que lo exterior parezca muy bueno, muy bueno pero no cambia el corazón, al final los frutos son malos. Termina saliendo lo que somos por dentro. Con el Señor no podemos jugar a eso.
Le pedimos al Señor hoy que a todos nos ayude a suplicarLe que nuestro corazón sea bueno, porque no basta con que parezca que hacemos cosas buenas, que nos preocupamos de los que sufren, que ayudamos al que más lo necesita, que parezca que es así. No. Que nuestro corazón sufra con el que sufre, que sepamos querer al que necesita un poquito de nuestro cariño. Se lo pedimos al Señor. Que sea nuestro corazón el que sea bueno. Por eso dice que algunos por fuera son muy malos. Los dos ejemplos que pone: las prostitutas y los publicanos, unos ladrones oficiales que se dedicaban a robar a la gente y así con motivo de los impuestos (es un oficio que ya no existe hoy pero existía en el tiempo de Jesús), gente que era considerada como muy mala y dice: “Algunos de esos tienen el corazón más bueno que vosotros”.
Eran gente que estaba muy mal considerada, y sin embargo, Jesús las cuidó expresamente. Y lo mismo los publicanos. Los publicanos eran ladrones. Nadie entraba, ningún judío bueno entraba en casa de un publicano nunca. Porque si entraban en casa de un publicano, era como apostatar casi de la fe judía. Era un oficio proscrito. Y Jesús entró. ¿Os acordáis de Jericó, de uno bajito que se subió a un árbol? Era el jefe de los publicanos de Jericó, era una gran ladrón. Sin embargo, el Señor entró en su casa, provocando un gran escándalo entrando en casa de un publicano. Decían: “Éste entra en casa de publicanos y come con ellos”.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
30 de septiembre de 2017
Colegio Sagrada Familia