Esta mañana celebraba yo la Eucaristía de Navidad en la cárcel. Hace muchos años que lo hago. Y siempre me ayuda a comprender y a vivir mejor lo que celebramos esta noche. Porque una dificultad, un dolor que yo percibo expresado en muchas personas en estas últimas semanas es decir “pero, por qué, cómo vamos a celebrar la fiesta de Navidad si en nuestra familia hay tantas heridas; si nos falta alguno de nuestros padres o de nuestros abuelos y lo vamos a echar muchísimo de menos; o si resulta tan difícil, llevamos tanto tiempo separados unos de otros, con fracturas, con divisiones, con dramas, con separaciones, que el mero hecho de estar juntos supone una tensión; o simplemente porque nos vamos a juntar todos y hay tantísimo trabajo que hacer cuando no hay tiempo para nada”.
Yo me acuerdo de aquella frase de Jesús: “No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. La Navidad no es para aquellas personas que porque son muy felices y no tienen nada de qué preocuparse pueden descorchar una botella de champán, abrir los turrones, y jugar con los niños, y cantar villancicos. La Navidad vendría a ser así como un sello a una felicidad que hacemos nosotros, que hemos hecho nosotros, que tenemos nosotros sin la Navidad.
La Navidad viene justamente porque nuestros padres mueren, porque nosotros envejecemos, porque nosotros pecamos, nos apartamos de Dios y nos separamos unos de otros; viene porque hay dolor; viene porque hay guerra. Esta misma noche, hace unas horas, en Alepo, los cristianos en medio de unas ruinas, en medio de toda la pérdida y la tragedia que supone para tantas familias cantaban el Gloria, seguramente con mucha más conciencia que nosotros, porque el Hijo de Dios viene para salvarnos de nuestra miseria; porque el Hijo de Dios viene para abrazar esta humanidad nuestra, pobre, herida, a veces verdaderamente mezquina, a veces miserable, a veces mala. ¿Crees que Dios no sabía todo eso cuando entregó a su Hijo y lo puso en nuestras manos? ¿Crees que Dios ignoraba hasta qué punto puede ser sutil y venenosa la miseria humana? ¿O hasta qué punto puede ser profundo el amor y las heridas que deja un amor que se rompe o una amistad que se traiciona, o un amor al que se es infiel? ¿Ignoraba Dios todo eso?¿Pero qué idea nos hacemos de Dios?
No, Señor. Nosotros cantamos el Gloria, nosotros cantamos el Aleluya porque somos pobres. Nosotros cantamos el Aleluya porque estamos enfermos. Pero hay médico. Tenemos médico. Y un médico que tiene la medicina de vida, que tiene la salvación para nosotros. Cantamos el Aleluya y lo cantamos con todo nuestro corazón, desde el fondo de nuestro ser, justo porque el mundo está herido; justo porque nuestras vidas viven en ese mundo herido y participan de ese drama. Muchas veces somos ese drama, vivimos ese drama.
Por eso, adoramos a ese Niño en el que mora corporalmente la plenitud de la divinidad, en el que tu vida divina, tu vida inmortal baja hasta nosotros, bien hasta nosotros, nos abraza, se une a nosotros y nos hace hijos suyos, herederos de su Reino, herederos de su Vida. La Navidad es tiempo de adoración, tiempo de decir “Señor, pero cómo, ¿a mí, me deseas?, ¿a mí me anhelas?, ¿de mí quieres tener necesidad? ¿Mi pobreza te parece tan digna de amor no sólo como para venir a compartir nuestros llantos y nuestra condición humana, sino para experimentarla y beberla hasta el fondo, hasta el día de la cruz?”. Qué amor tan grande.
Dos o tres días antes de Navidad, la Iglesia pone una lectura del Cantar de los Cantares sobrecogedora, donde Dios habla de su pueblo; su pueblo pecador; su pueblo que ha ido al exilio por sus pecados; su pueblo desparramado por el mundo; su pueblo que se siente abandonado de Dios y habla de su pueblo como un hombre habla de una mujer a la que ama apasionadamente, a la que desea apasionadamente. Y cuando uno lee eso en la Eucaristía unos días antes de la Navidad dice “Señor, y ése eres Tú. Y esa mujer es la humanidad. Esa mujer somos nosotros. Ese amor tuyo somos nosotros, nuestra pobreza”. Como para no adorarTe, Señor; como para no cantar… en medio de las lágrimas si queréis, pero como para no cantar, desde lo más hondo de nuestro corazón. Gracias. Tu luz brilla en nuestra noche, tu luz ilumina nuestras vidas. Tu luz nos hace que tenga sentido el dolor, pero más todavía que tenga sentido la alegría; que la alegría no sea una evasión; que la alegría no sea una huida del mal o del dolor, o un cerrar los ojos a la existencia del mal y del dolor. Que la alegría pueda ser sólo la certeza de que por muy grande que sea el mal, por mucho poder que parezca que tiene, tu amor es más grande, tu misericordia es infinita, tu misericordia es eterna. Tú no te cansas de nosotros.
Mis queridos hermanos, os invito a vivir estos días con esta conciencia y pedirLe al Señor que esta conciencia llegue a todos los rincones de nuestras casas. Eso no hará más fácil preparar esa cena tan difícil donde a lo mejor una familia medio rota vuelve a juntarse y todo el mundo está calculando un poquito con estrategia cómo vamos a no terminar discutiendo. No. No lo hace más fácil, pero hay los motivos en el corazón para desearlo, para pedirlo, para contribuir, para ser el primero que rompe el hielo, para ser el primero o la primera que sabiendo que a esta persona le agrada esto le presenta sencillamente ese don o le pregunta por su otra familia o por aquello que le interesa o por cómo le va en el trabajo. Se interesa por él o por ella.
Que la Presencia preciosa, bondadosa, fecunda de tu vida divina en medio de nosotros haga florecer en todos nosotros el amor a todos, también a los que no nos aman, también a los que nos odian; y el deseo de que ese amor pueda ser una semilla que siga creciendo en el mundo, a pesar de toda la fuerza del odio, a pesar de toda la fuerza y de todo el poder del mal, a pesar de todos los intereses del mundo, a pesar del poder inmenso que parecen tener las malas noticias. Pero es el Amor el que hace dos mil años se sembró en la tierra y no va a dejar de crecer. Es el Amor quien construye. Es el Amor quien permanece. Es el Amor quien salva. Y es el Amor quien ha venido hasta nosotros para sembrarse en nuestras vidas y en nuestro mundo.
Que seamos, en la misma medida en que lo recibimos, sembradores de ese Amor por todas partes.
Mis queridos amigos, seáis de donde seáis, feliz Navidad.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Misa del Gallo, el 24 de diciembre de 2016
S.I Catedral