Fecha de publicación: 30 de octubre de 2015

“No le toques ya más que así es la rosa”, decía un brevísimo y maravilloso poema de Juan Ramón Jiménez, refiriéndose al verso. Y yo no voy a estropear este acto con mis palabras al final, porque lo estropearía. Y sin embargo, no puedo evitar expresar mi gratitud a José García Román por la semblanza que ha hecho al principio. Evidentemente, fruto de la amistad y de la admiración por Juan Alfonso; al Orfeón de Granada y a su director, José Palomares; y a Concepción Fernández Vives, que han hecho todo el trabajo esta tarde.

La segunda palabra también es de gratitud y es reafirmar la deuda que esta Catedral y que la Iglesia de Granada tiene con Juan Alfonso y que yo reitero lo que expresé el día de su sepelio, el día de su entierro: mi voluntad de contribuir con todas mis fuerzas a que su música permanezca viva, siga siendo oída en esta Catedral. Y recojo el guante de intentar arreglar el órgano barroco en homenaje a él si es que nos es posible y somos capaces de reunir las fuentes necesarias.

Y mi última referencia, permitídmela. D. José García Román no es el primero en llamar a esta Catedral la “Catedral de la luz”. Pero la luz más frágil, la más pequeña, probablemente la menos llamativa en esta Catedral, es una pequeña luz que hay junto al Sagrario y que hace memoria del Acontecimiento, de la Victoria de Cristo sobre la muerte y de su Presencia fiel en medio de nosotros. Es una luz muy frágil, como la débil esperanza, como la niña esperanza, como esa yema del comienzo de la primavera “que un dedo puede romper”, como decía Péguy. Es lo más frágil de esta Catedral. Y sin embargo, es lo más permanente. Es lo que la sostiene. Es lo que sostiene el baldaquino de plata; lo que sostiene toda la armadura del edificio; lo que sostiene el aria “Yo sé que mi Redentor vive” en el “Mesías” de Haendel, o el “Credo” de la “Misa” de Beethoven; lo que sostiene nuestras vidas ante la certeza de la muerte y ante la fragilidad de esas mismas vidas.

Estamos en las vísperas de la Solemnidad de Todos los Santos -una innumerable multitud que nadie podría contar de santos, en un pueblo de santos- y de la conmemoración de todos los fieles difuntos. No podemos dejar de recordar que esa pequeña llama tan frágil, tan pequeña, no llama la atención. Es como las flores de montaña que no se ven si uno no se fija. Es lo más sólido que hay en este mundo: la esperanza que brota de Jesucristo y que permanecerá en nuestra tierra porque Él se ha sembrado en ella sembrando su amor mientras el mundo sea mundo hasta el fin de los días. Gracias a todos de nuevo y que el Señor nos sostenga a todos en esa esperanza de la vida eterna. Tú sé nuestro gozo, que eres nuestro premio, como hace un momento acabáis de cantar. Gracias a todos de nuevo.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

31 de octubre de 2015, S. I Catedral
Al término del concierto homenaje a D. Juan Alfonso García, canónigo y organista