Comentario bíblico al Evangelio de la fiesta de la Sagrada Familia y I Domingo de Navidad, el 28 de diciembre de 2025, a cargo de la Pastoral diocesana bíblica.

Aun dentro de la octava de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia nos ofrece poder celebrar la fiesta de la Sagrada Familia, fiesta instituida por el papa León XIII para contemplar “las virtudes domésticas y la unión en el amor” de Jesús, maría y José, de manera que puedan ser “un maravilloso ejemplo a nuestros ojos”.

La lectura del libro del Eclesiástico nos muestra hoy la importancia de cuidar y vivir bien los lazos familiares, puesto que son queridos por Dios, y por tanto la observancia de la fidelidad y el amor hacia cada uno cuenta. Dios concede bendiciones a quienes honran a sus padres y a la vez reafirma la autoridad de los padres sobre sus hijos y el respeto de éstos hacia su progenitores.

El salmo por su parte subraya la importancia del temor de Dios como garante de la fidelidad y escuela de unidad en el amor familiar; además aparece también la centralidad de una madre en el hogar, como un pilar donde se sostiene todo.

En la segunda lectura san Pablo nos presenta a su vez una hoja de ruta, un plan de vida de como deberían ser todas la comunidades cristianas, y por ende también la familia como célula elemental de toda sociedad. La base de todo este modo de actuar es que “son elegidos de Dios, santos y amados” (Col 3, 12); de ahí derivan el resto de actitudes y virtudes, aunque sobresalen ante todo el amor y la perseverancia en la acción de gracias.

La escena evangélica que contemplamos hoy, la huida a Egipto de la Sagrada Familia, pertenece al evangelio de Mateo; este evangelista quiere siempre remarcar que en Jesús se cumplen todas las profecías del AT relativas al Mesías, por ello continuamente cita la Escritura, para hacernos ver que las cosas no sucedían de manera arbitraria sino más bien siguiendo el plan de salvación trazado desde antiguo. De este modo, nuevamente en sueños, José es advertido por el Señor de que tiene que marcharse a Egipto para huir de Herodes y salvar sus vidas; allí quedarán, fuera la de jurisdicción de este jerarca, hasta que nuevamente el Señor le permita regresar, aunque no ya a Belén sino a Nazaret.

La Palabra hoy Cuando pensamos en el hogar de Nazaret podríamos caer en el error de pensar que por ser ellos precisamente los padres del Niño Dios se les ahorrarían todos los sufrimientos; pues nada más lejos, a poco que nos adentremos en las páginas del evangelio podemos observar cómo desde el primer momento estuvieron marcados por el signo de la cruz: incomprendidos en su matrimonio y por el nacimiento singular de su hijo, rechazados por los suyos, perseguidos, huidos a Egipto, viendo sufrir de manera increíble a su hijo… todo esto para que podamos sabernos y sentirnos sostenidos por Jesús en cada circunstancia, ya que Él ha vivido primero todo y no se desentiende de nosotros.

Sin lugar a dudas la fiesta de la Sagrada Familia es hoy más que nunca un faro que debe iluminar nuestra sociedad y de modo especialmente particular nuestros hogares cristianos. En la actualidad la familia es constantemente perseguida y denigrada, sin contar el desprecio a la que se sometida como si de una institución obsoleta se tratase. Es en el hogar donde crecemos, maduramos y aprendemos lo más esencial de la vida: el amor. En nuestro padre aprendemos a obedecer al Padre Eterno y en nuestra madre a mirar con ternura a nuestra Madre la Iglesia; por encima de todo, y haciéndolo posible, Jesús, que con su amor nos permite vivir en la comunión, como ceñidor de la unidad consumada.

¿Que ha hecho posible esta preciosa historia de amor familiar? Que en todo momento han mantenido una atención especial para con Dios, que han cultivado la intimidad con el Padre a través de la oración y de la meditación de la Palabra, que han sabido ser dóciles al Espíritu Santo, que en su casa siempre ha habido lugar para acoger a los necesitados. Pidamos ser también nosotros verdaderos hijos, para que así podemos tener lugar en el hogar del cielo, junto a Jesús, maría y José.

Moisés Fernández Martín, pbro. diocesano

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