Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la solemnidad de Cristo Rey del Universo, el 23 de noviembre de 2025, en la S. A. I. Catedral de Granada.
Queridos sacerdotes concelebrantes,
Queridos hermanos y hermanas,
Querido diácono,
Queridos seminaristas,
Queridos todos en el Señor,
Como os decía al comienzo de esta celebración, estamos celebrando la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Con ella, como se nos ha recordado, culmina el año cristiano. El año cristiano, que es un recorrido por los grandes misterios de Cristo. Y que comenzaremos el domingo próximo de nuevo con la fiesta o el domingo, mejor dicho, primer domingo de Adviento.
Y así, un año más. En este recorrer una y otra vez el misterio de Cristo, el misterio insondable de Cristo, que nos lo ha puesto de relieve el himno cristológico que acabamos de escuchar en la proclamación de la segunda lectura del apóstol San Pablo a los Colosenses. Cristo es el primogénito, Cristo es el Rey y Señor. Por Él y para Él fueron creadas todas las cosas.
Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él. Él es la cabeza de su cuerpo, que es la Iglesia. Es el primogénito de entre los muertos. Él es el Rey y Señor de nuestras vidas. Y es esa centralidad de Cristo, es la que resume lo que es y lo que tiene que ser el cristiano. Lo que tiene que ser para el cristiano.
San Pablo dice que somos otros Cristos, que tenemos que ser alter Cristo. Otros Cristos, el mismo Cristo. De sí mismo decía: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. “Mi vivir es Cristo”, decía él. Y esa es la condición del cristiano, que el Catecismo nos lo resumía cuando nos preguntaban: ¿Eres cristiano? Sí, soy cristiano por la gracia de Dios.
¿Qué quiere decir cristiano? Era la pregunta siguiente. Quiere decir discípulo de Cristo. Cristo lo es todo para el cristiano, pero no de una manera teórica. No puede ser de una manera teórica. La vida sacramental es la configuración con Cristo. Ya en nuestro bautismo somos cristificados. En el lenguaje antiguo castellano se llama cristianarnos, acristianarnos. Es decir, hacernos Cristo.
Y eso lleva consigo después una consecuencia en nuestra vida de que vivamos de acuerdo con lo que somos. Y acristianarse, hacerse de Cristo supone, pues, irnos configurando con Él. Somos hijos en el Hijo, formamos parte de su cuerpo, somos miembros del cuerpo de Cristo. Vosotros sois el cuerpo de Cristo, dice San Pablo. Luego, queridos hermanos, en esta fiesta con la que culmina el año cristiano a celebrar el señorío, la realeza de Cristo, tenemos que pensar y examinarnos si Cristo es el centro de nuestra vida. Si realmente nosotros, como decimos al final de la plegaria eucarística, nuestra vida es por Cristo, con Él y en Él. A ti, Dios Padre omnipotente, todo honor y toda gloria. Por Cristo, con Él y en Él.
La vida cristiana es vivir conforme a las enseñanzas de Jesús. Y eso es hacer realidad el Reino de Dios en medio de nosotros. Ese Reino que, como nos dirá el prefacio, es un reino de justicia, de paz y de amor. El Reino de Cristo es el reino de la gracia, es el reino de la salvación, es la salvación que nos ha traído Jesús.
La primera lectura, tomada del segundo libro de Samuel en el Antiguo Testamento, que nos recuerda la proclamación de David. La unción de David como rey y su proclamación posterior. Pues nos pone al mismo tiempo ese antecedente, ese tipo de la realeza de Cristo. Cristo es Hijo de David. Es descendiente de David. También en lo humano, esa realeza le corresponde a Cristo. El Mesías esperado, es el título con el que se dirige a Jesús.
Algunas veces en el Evangelio, “Jesús, hijo de David, apiádate de mí”, dirá Bartimeo, el ciego de Jericó. Jesús, Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor, el Hijo de David. Así es proclamado Jesús a la entrada en Jerusalén, como un rey. Como el nuevo David. Pero es San Pablo, en la carta a los Colosenses, que nos ha mostrado la grandeza del misterio de Cristo.
En ese himno que probablemente era un himno que rezaban y cantaban las comunidades cristianas primitivas. Esa realeza de Cristo que se muestra en su pasión, muerte y Resurrección, es la que tenemos que vivir los cristianos. Ese Cristo que vemos, que tiene como trono la cruz. Pilato pone encima de la cruz la causa de la muerte de Cristo: “Jesús el Nazareno, rey de los judíos”. Y lo pone en las lenguas de entonces. Lo pone en latín, lo pone en griego, lo pone en hebreo. Para que todo el mundo se entere. No lo hace él con la intención de ayudar a Cristo, pero sí le pregunta a Cristo, según el evangelista San Juan, en el juicio a Cristo: “¿Tú eres rey?”. “Tú lo has dicho, para esto he nacido. Para esto venido, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.
Y la realeza de Cristo es una realeza espiritual. Es una realeza del cambio y del corazón. Es una realeza del amor. Es una realeza con las exigencias que Jesús nos pone. Es el Evangelio. La realeza de Cristo no puede confundirse con la realeza humana de poder. La realeza de Cristo es la realeza del servicio.
Es la realeza del amor y de la misericordia. La realeza de Cristo no puede ser reivindicaba en causas políticas, como si agotaran el mensaje cristiano. La realeza de Cristo no puede contaminarse con ideologías humanas. La realeza de Cristo tiene unas exigencias, que son las del Evangelio, a las que no podemos renunciar los cristianos. Y en esas opciones, por la realeza de Cristo, entran los pobres, entran los inmigrantes, entran los más desvalidos, entran los enfermos, entran que los últimos son los primeros.
Entra los que son bienaventurados según el Evangelio: los pobres, los pacíficos, los misericordiosos, los que sufren por ser justos. Esa realeza de Cristo, la que los cristianos tenemos que atrevernos a extender en nuestro mundo. Porque es lo que pedimos al Señor en el Padrenuestro: Venga a nosotros tu reino. Esa realeza de Cristo es la realeza de la cruz.
Es la realeza de aquel que muere por amor, que nos ha dicho que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Luego, tenemos que cambiar el chip. La realeza de Cristo no se asemeja a realezas humanas. Y sobre todo, la realeza de Cristo es en el interior de cada persona. El Reino de Dios, nos dice Jesús, está en medio de vosotros, en el interior de vuestro corazón.
Tenemos que preguntarnos, ¿reina Cristo en mi vida? ¿Reina Cristo en mi corazón? ¿Reina Cristo en mi comportamiento, en mis actitudes, en mi hogar, en mi trabajo, en mis relaciones sociales? ¿Los criterios de Cristo los llevo a la vida a pesar de los pesares, de nuestra debilidad, de nuestros defectos? ¿Pero, me empeño por seguir y parecerme a Jesucristo? Queridos amigos, los santos, que son los que se han parecido y se parecen a Jesús, son muy distintos entre sí. Son muy distintos en época, son muy distintos por sus características personales, por su estado de vida. Pero tienen todos un denominador común: han intentado parecerse a Jesús.
¿Y por qué nosotros no? Nosotros, como ellos, también tenemos defectos. Los de los apóstoles nos muestran los evangelios de manera innegable. Y Cristo los escogió. Luego, tú y yo podemos hacer realidad el Reino de Cristo en nuestra vida. Vamos a pedirle al Señor que en este mundo nuestros de divisiones, de guerras, de enfrentamientos, de tantas confrontaciones… Lo vemos en el ambiente social, lo vemos en el ambiente político, lo vemos en las divisiones de unos contra otros, olvidándose del bien común.
Y sobre todo, se muestra más palpable cuando hay crisis, cuando hay catástrofes, que no se ponen de acuerdo. Yo, tú y tú, yo… Y quienes sufren más… Lo vemos en el clima de desigualdad que existe en nuestro país, que existe en nuestro mundo. En un rearme cada vez más importante. No estamos en el mejor de los mundos, queridos amigos.
Pero esto nos tiene que llevar… Es decir, ¿qué puedo yo hacer por el Reino de Dios en mi vida, en mis circunstancias, en el ambiente en el que estoy, en mi trabajo? ¿Pongo en práctica, realmente, las exigencias de Jesús? ¿O lo que prima es la ideología? Lo que prima es, pues, ese contagio al enfrentamiento, o al menos a la pasividad de brazos cruzados.
Amigos, la civilización cristiana, las exigencias del evangelio pueden cambiar nuestro mundo. Pero los cristianos tenemos que espabilarnos. No dejar que nos diseñen un mundo al margen de Dios, al margen de su Reino, al margen de los derechos fundamentales de la persona. Al margen de una sociedad justa en la que no dominen unos pocos, en la que unos pocos no sean los beneficiarios de lo que debe ser compartido por todos.
Queridos amigos, pidamos que ese Reino de Cristo se realice en la vida de la gracia y en la santidad. ¿Cómo vamos a vivir el Reino de Cristo si estamos en pecado? Si no acudimos a su perdón, si no tratamos de vivir poniendo paz en el hogar, poniendo reconciliación.
Vamos a pedirle esto a la Virgen. Ella es… La mira el pueblo cristiano como reina. Ella es la madre del Rey.
Pues vamos a acudir a Santa María, Reina y Señora nuestra. Por eso ella es coronada, porque es nuestra madre, porque es la madre del Rey, que es la madre de Cristo. Que Cristo esté y reine en nuestro corazón.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
23 de noviembre de 2025
S. A. I. Catedral de Granada
