Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán, el 9 de noviembre de 2025, en la S. A. I. Catedral de Granada.
Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes, especialmente el rector del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, en ese paraje maravilloso de Sierra Morena en Andújar de la Orden Trinitaria, a quien está encomendado al cuidado de esta joya donde la Madre de Dios quiso y se hace presente de manera especial.
Bien, William, el párroco de Colomeras, donde era pastor.
Alonso, a quien la Virgen tuvo ese detalle de manifestarse de manera especial.
Os doy la bienvenida de nuevo a las Juntas de Gobierno, hermanos mayores y a los miembros de las hermandades de la Virgen de la Cabeza aquí presentes, con vuestros estandartes que habéis venido a esta Catedral a celebrar en la ciudad de Granada, vuestro encuentro. Bienvenidos de verdad.
Agradezco al Señor y un recuerdo especial para el obispo de Jaén, el obispo del Santo Reino, Sebastián, que me invitó este año a presidir la gran celebración eucarística de la peregrinación anual a la Santísima Virgen de la Cabeza.
Queridos hermanos y hermanas, todos en el Señor. Son varios los motivos que nos reúnen en este domingo.
Este domingo que cede la celebración a la dedicación, a la santidad de la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán. La Basílica del Papa, la Catedral del Papa, la primera Iglesia de los cristianos. La primera Iglesia construida después del edicto de Milán, en el que los cristianos dejan de ser perseguidos y el emperador Constantino regala el terreno de una familia. Se lo regala al Papa Melquiades y en el año 326 ya el Papa Silvestre consagra precisamente la Basílica del Salvador, aunque después, posteriormente se le añadirán los Santos Juanes, San Juan Bautista, San Juan Evangelista y por eso se llaman San Juan de Letrán.
Pero como dice en su frontispicio, es la Iglesia Madre y Cabeza de todas las iglesias en la urbe, que es la ciudad de Roma y en todo el orbe. Y esta fiesta nos sirve de motivo para pensar en la realidad de la Iglesia. La Iglesia que se visibiliza en templos, desde en los pequeños, las capillas esas en las aldeas más distantes y los pueblos más pequeños, hasta las grandes catedrales como la nuestra de Granada.
Esta maravilla de catedral renacentista con sus cinco pórticos, que expresa la grandeza de la Iglesia y hecha para la gloria de Dios. Donde el genio humano se une a ese sentido de fe del pueblo de Dios y también las catedrales de otras diócesis. La Iglesia no son sólo los templos, es fundamentalmente el pueblo cristiano. Hoy hemos escuchado esos textos bíblicos.
Por una parte, el texto del profeta Ezequiel nos habla del templo de donde sale ese manantial de agua limpia y pura que regenera. Pero está anticipando esa imagen a Cristo mismo, de cuyo costado, abierto en la cruz, nos dice el evangelista Juan que salió agua junto con la sangre. Son los sacramentos de la Iglesia los que fundamentan, los que dan fortaleza y constituyen el pueblo de Dios desde el bautismo, al sacramento del orden, pasando por todos los sacramentos. El sacramento de la Familia cristiana, el matrimonio y sobre todo la Eucaristía que nos congrega en Cristo, que es la piedra angular sobre… Con esa imagen paulina… Por una parte, somos templos de Dios, pero es un templo que es al mismo tiempo un cuerpo del que todos somos miembros y es un templo, como dice el apóstol Pablo y hemos escuchado en la segunda lectura y también nos dice el apóstol Pedro en sus cartas… Formamos parte de esa construcción, siendo piedras que constituimos ese templo de Dios.
Luego, ese templo donde habita el Espíritu Santo, nos ha dicho el apóstol hoy. Luego, tenemos que tomar conciencia de nuestra pertenencia a la Iglesia. La Iglesia no es un club, la Iglesia es el cuerpo de Cristo, es el templo de Dios, es Cristo mismo, como dice San Agustín. Es Cristo mismo, nos lo dice San Pablo. Nos dice que Cristo es la cabeza de este cuerpo. Es la piedra angular de la edificación de este templo que somos.
Y este pertenecer a la Iglesia, tomar conciencia de ello, lo hacemos en esta jornada instituida para ciertamente para el sostenimiento de nuestras diócesis, pero sobre todo para tomar conciencia de que pertenecemos a la Iglesia Católica. Que preside la caridad del Papa, cuya iglesia hoy celebramos su dedicación. La Iglesia de San Juan de Letrán. Hoy es un día para pedir por el Papa León, pero al mismo tiempo es un día para tomar conciencia.
Yo pertenezco a la Iglesia. ¿Y qué hago yo por la Iglesia? ¿Qué hago yo en la Iglesia? ¿Soy un miembro activo o soy una clase pasiva? ¿Soy alguien que en toda mi vida, en mis edades, sea mayor, sea más joven? ¿Qué aporto yo a la iglesia de la que recibo tanto? Recibo por lo pronto a Jesucristo mismo. Jesucristo nos llega a través de la Iglesia, a través de la Palabra de Dios, custodiada e interpretada por la Iglesia. Nos llega a través de los sacramentos, que nos santifican y constituyen el pueblo de Dios.
Nos llega a través de esa diversidad de miembros, desde los fieles laicos ejemplares y padres y madres de familia, en cuya Iglesia doméstica hemos recibido la fe de nuestros mayores. A esa parroquia, esa comunidad pequeña o esa hermandad o esa cofradía que expresa nuestra manera de vivir la fe. En vuestro caso, en muchos y muchas de vosotros, pues es vuestra Hermandad y vuestro cariño a la Santísima Virgen de la Cabeza.
Pero pertenecemos a la Iglesia. Esto no es un club, que me apunto y me desapunto. Ni se puede decir “Yo creo en Dios, pero no creo en la Iglesia”. No cabe. No podemos separar nuestra fe en Dios de esa fe en la Iglesia, como confesaremos en el Credo. Porque es Cristo mismo. Es Cristo el verdadero templo de Dios, como nos ha dicho el Evangelio. Cuando Jesús fustiga a aquellos que están profanando el templo de Jerusalén, que cae con su misterio pascual. Es Cristo mismo el que se constituye en el lugar del encuentro del hombre con Dios.
Es Cristo mismo, porque es Dios que se ha hecho hombre. Para que el hombre, decía también San Agustín, se haga Dios. Completando así el viejo sueño de nuestros primeros padres de querer ser como Dios. Solo podemos dar ese culto desde Cristo. Por eso Él es el mediador entre Dios y los hombres. Por eso Él es el Redentor del hombre, como decía y recordaba San Juan Pablo II en su primera encíclica “Redentor hominis”. Por eso él es el centro. Es el Alfa y el Omega. Cristo mismo, Cristo que nos acoge, Cristo que está presente en los miembros de su cuerpo. Especialmente en los más pobres y en los más desvalidos. Y nos lo recuerda el Papa León en su última exhortación apostólica “Dilexi te”.
Luego, queridos hermanos, tomemos conciencia de que soy cristiano, miembro de la Iglesia de Cristo. A la que tengo que adornar con mi santidad, que es el lema de este día de la Iglesia diocesana. Y esa Iglesia universal está presente en todos los lugares del mundo. Haciéndose realidad en las diócesis, en las iglesias particulares que están enraizadas en el territorio y que llevan el nombre de esas ciudades, de esos territorios. La nuestra, la gloriosa Iglesia de Granada desde los tiempos apostólicos, desde los tiempos de Cecilio. Como en Jaén, Eufrasio.
Desde los tiempos primeros, esta Iglesia se da de mano con los apóstoles. Por eso este templo es templo apostólico. Esa Iglesia, donde la nuestra más de 200 sacerdotes, tantos y tantos religiosos y religiosas, tantas monjas de clausura, tantos padres y madres de familia, laicos, tantas hermandades y cofradías. Tanta realidad en el ámbito educativo, más de 24.000 alumnos en la diócesis de Granada están en centros católicos.
Tantas y tantas personas atendidas por Cáritas, por las organizaciones caritativas de la Iglesia, de la vida consagrada. Tantas y tantas realidades, tantas hermandades y cofradías que hacen presente esta Iglesia que no se puede invisibilizar. No se puede, como si no existiera, como si fuéramos los cristianos unos sin papeles. Pero estamos llamados, queridos amigos, no solo a salir en procesión. No solo a salir con el estandarte, sino a transformar la sociedad como Cristo nos pide, siendo esa luz del mundo que ilumina y no se pone debajo del celemín. Siendo esa sal de la tierra que sazona nuestro mundo con el espíritu del Evangelio, el espíritu de Cristo, con el testimonio cristiano, especialmente la caridad. Y no simplemente con el nombre de cristianos.
Pensemos también en nuestra vida personal. ¿Somos templo del Espíritu Santo? ¿Vivimos en gracia? ¿O por el contrario, es el pecado el modo habitual de nuestra vida religiosa? Y solo esporádicamente, cuando llegan momentos de necesidad, entonces nos acordamos de Dios. ¿Habita realmente y consideramos a los demás como templos de Dios, respetándolos en su dignidad, viviendo esa caridad fina entre los cristianos o dejándonos llevar por un ambiente polarizado de enfrentamiento?
Queridos hermanos, miremos a la Virgen. San Juan Pablo II decía de la Santísima Virgen que ella es lo que debe ser la Iglesia. La Santísima Virgen de la Cabeza es lo que deben ser nuestras comunidades cristianas. Y no nos quedemos, como dice el Concilio Vaticano Segundo, en un sentimiento estéril que pasa. En un puro sentimiento religioso. No nos quedemos simplemente en eso.
Nuestra devoción no puede ser eso. Es mucho más. Es un amor filial, un amor de hijo y quien a los suyos parece, honra merece. Y nos tiene que llevar a la imitación de la Virgen. Ciertamente no podemos imitarla en los grandes privilegios con los que Dios les adornó, pero sí podemos imitarla en el amor a Cristo. Sí podemos imitarla en el cumplimiento de la voluntad de Dios, que al fin y al cabo es lo que hace grande a la Virgen y nos lo recuerda al Señor en el Evangelio cuando le sale al paso aquella mujer y le dice “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Es el primer “Viva, la Madre de Dios”, con el que terminamos nuestras invocaciones en las distintas advocaciones de la Virgen. Y Cristo responde, “Bienaventurados más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”, porque eso es lo que hizo la Virgen precisamente.
Ciertamente es la Madre de Dios. Pero es la Madre de Dios, porque ha hecho lo que Dios le pedía. Acerquémonos a ella. No nos sentiremos nunca defraudados, como dice la antigua oración cristiana. Acudamos a ella y le pidamos que nos haga dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo. Acudamos a ella. Imagen y reflejo de la Iglesia. Madre de la Iglesia, como quiso el Papa. Que se llame a la Iglesia.
Vivamos esta realidad y no lo olvidemos. No hay cristianismo, no hay Cristo sin Iglesia. No hay cofradía sin Iglesia. Y esto lo tenemos que tener muy claro. No hay un Estado de las autonomías, en que estamos negociando las competencias, a ver quién se lleva más. No contagiemos de un sentido político. Porque esto es otra cosa, queridos amigos. Esto es de Cristo. Cristo, siendo Dios, se hizo hombre. Se rebajó, se hizo servidor y María es la esclava del Señor.
Luego, queridos, gracias por vuestra presencia en Granada. Que el Señor los bendiga. Que difundáis vuestro amor a esta devoción tan querida en nuestra tierra a la Virgen de la Cabeza. Y que testimoniéis con vuestra vida ese amor en una vida cristiana ejemplar, en un amor grande a la Iglesia, al Papa, a vuestro obispo, a vuestros sacerdotes y vida consagrada. Así sea.
Quiero también deciros que la colecta en el Día de la Iglesia Diocesana, que es hoy, es para la Casa Sacerdotal de Granada, para el hogar sacerdotal donde viven los sacerdotes mayores que no viven con sus familias. Vamos a arreglarla bien para que estén a gusto, para que tengan un retiro digno. Y para ellos va destinada la colecta, para esa causa.
Gracias.
