Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía de inicio curso del Instituto Lumen Gentium y la Facultad Teología de Granada, de la Universidad Loyola de Andalucía, en el monasterio de La Cartuja el 17 de septiembre de 2025.
Queridos hermanos obispos, Don Sebastián, obispo de Jaén, Don Francisco Jesús, obispo de Guadix,
Querido padre presidente del Patronato de la Universidad Loyola,
Querido padre provincial de la Compañía de Jesús,
Querido Padre provincial de la Orden Trinitaria,
Querido Señor Rector
Queridos profesores, alumnos, amigos, personal no docente,
Queridos sacerdotes concelebrantes y querido diácono,
Quereidos seminaristas, los rectores del Seminario San Cecilio y Redemptoris Mater de Granada,
Queridos amigos todos, yo creo que con solo las lecturas y pidiéndole al Señor nosotros estar llenos del Espíritu Santo y de alegría y pidiéndole el don de la sencillez, podríamos entender solo con las lecturas proclamadas realmente la esencia de la enseñanza que el Señor quiere darnos al comienzo de este curso académico. Para mí es un motivo de alegría, de gozo, de felicidad, esta Eucaristía.
De ver y vivir la unidad junto con vosotros en esta Iglesia que peregrina en esta tierra, acompañado por estos hermanos obispos y por este cuerpo docente y al mismo tiempo por quienes se preparan bien para recibir el ministerio ordenado, bien para vivir el compromiso cristiano en la vida consagrada. Queridos amigos, nosotros somos de los dichosos que oímos lo que muchos desearon oír y no oyeron, y ver lo que muchos diseñaron ver y no vieron.
Nosotros somos depositarios de esa sabiduría que es Cristo mismo, que es nuestra sabiduría. Es la sabiduría de Dios, es la Palabra encarnada. Pero vivimos en un mundo enormemente complejo, en un mundo donde ya la problemática no es las ciencias humanas o el cientifismo sin más y los saberes de la fe. El otro día celebraba el inicio, con presencia del rector y gente de la Junta de Gobierno, profesores y alumnos de la Universidad de Granada. El inicio de curso. Y se echa de menos, o yo al menos, echo de menos la presencia de la teología en ese corpus de la universitas de la universalidad de saberes.
Ciertamente es algo que hemos perdido en el camino de la modernidad. El aporte de la ciencia de Dios, el aporte de la fe reflexionada, de la fe razonada a las ciencias humanas y el pensamiento humano. En ese avanzar del progreso, en ese avanzar de la razón humana, en la historia que tiene por desgracia esos tropiezos, cuando el desequilibrio es evidente, cuando se imponen los intereses ideológicos por encima de la recta y de la sabiduría. Que cada vez es más difícil, a pesar de que estamos llenos de conocimiento y de información hasta el punto de definir nuestra sociedad, como lo definen algunos la sociedad del conocimiento, la sociedad de la información.
De tal manera que sigue siendo, me lo habéis oído muchas veces, vigente esa queja del yo. ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información? Tenemos que deshacer el camino sin renunciar a lo válido, sin renunciar al discernimiento que ha puesto tan en primer plano el recordado Papa Francisco. Para volver a esa búsqueda de esa sabiduría que canta la Escritura que hemos escuchado en la primera lectura, pero al mismo tiempo con la plantilla de que la sabiduría es Cristo. De que no podemos, como decía San Cipriano en su comentario el Padrenuestro y recoge San Benito en su regla, anteponer nada a Cristo. Que nosotros, desde él, que nos ha dado otra sabiduría, la sabiduría del Evangelio, la sabiduría del Sermón del Monte, la sabiduría de la Cruz, la sabiduría que San Pablo en la primera carta a los Corintios les recuerda diciéndoles que no hay entre vosotros ni muchos sabios y ni muchos poderosos.
Esa sabiduría que es la sabiduría de la Cruz, que es la sabiduría de la kenosis. Y es la que Jesús alaba en los sencillos, que son los que tienen las entendederas para recoger la enseñanza de Dios. Y solo así entenderemos, queridos amigos, profesores, alumnos, queridos todos, porque todos somos discípulos, tendremos esa sencillez de esos sencillos que Jesús proclama en el Evangelio y que hacen que se rompa el orden de lo humano.
El orden del poder, el orden, al fin y al cabo, que impone muchas veces la subjetividad y el pecado y pasen los últimos a ser los primeros y los primeros, los últimos. Y donde los pobres nos enseñan, los desvalidos y los débiles se hacen fuertes. En definitiva, esos sueños bíblicos que siguen siendo vigentes, no como utopía, sino como realidad en los santos.
Queridos amigos, yo os invito este curso a recuperar la sabiduría, esa sabiduría en nuestra época, donde decía que ya está bastante superado porque se muestra insuficiente la plantilla o el paradigma de la ciencia como interpretadores de todo. Dejando a un lado y excluyendo esos saberes que se basan en ese conocimiento que da la fe, en ese conocimiento que da la experiencia y ese conocimiento que da el encuentro con Dios y donde el ser humano no se reduce solo lo que se ve a lo que se toca, a lo experimentable, a lo demostrable. Sino que también hay que abrir la puerta y es necesaria para comprender en universalidad y en totalidad el ser humano.
Y la universidad no puede ser una fábrica expendedoras de títulos para surtir el mercado. La universidad y una universidad católica como la vuestra, al mismo tiempo, con la tradición histórica, con la tradición cultural de la Compañía de Jesús, al mismo tiempo, con la tradición también en nuestros seminarios del Espíritu que nos ha moldeado durante siglos, especialmente desde Trento. A lo largo de estos siglos, el forjar pastores, el forjar hombres y mujeres, en vuestro caso, en la facultad para la misión, para la misión y el anuncio, para la evangelización. Pero lógicamente con una coherencia de vida que lleva consigo la sabiduría de Dios para la propia experiencia de Dios, para el propio sentido contemplativo de la vida. Para tener la propia sabiduría de quien sabe entender y saborear a Dios, al mundo y su propia persona y su propia historia.
Estamos necesitados y más… Cuanta alegría me da que el Papa León pueda salir con su primera encíclica sobre la inteligencia artificial. El año pasado, si recordáis, en mi homilía, tomaba pie de un artículo que había leído sobre la traición de los teólogos. Es decir, cuando se han ido de las circunstancias y de la contemporaneidad, no solo del pensamiento, sino también de las problemáticas actuales, a una mirada solo al pasado y a una consideración de la investigación predominantemente histórica.
Y se han olvidado de la historicidad del presente, de las problemáticas actuales, del aporte de la fe a las angustias, a las ilusiones, lo que hace de pórtico en la Gaudium et espes. Porque esa es las angustias y las alegrías, los gozos y los sufrimientos de los discípulos de Cristo. Y es ahí donde la teología… Y tenemos un reto, el reto de la inteligencia artificial.
Si hoy ponemos ante el Señor y le pedimos al Espíritu el don de sabiduría… Si hoy creemos y reclamamos la sabiduría bíblica y sobre todo la sabiduría de la impronta cristiana, de la novedad de Cristo, tenemos que hacer frente a una inteligencia artificial que no solo es una herramienta de trabajo, es un agente de sentido. Por primera vez en la historia humana, dicen los expertos serios que nos vamos a encontrar artefactos que toman decisiones con unos componentes previos, o algoritmos, o lo que queráis, los expertos sabéis.
Pero nos encontramos ante retos en que la reflexión de la fe, el aporte de la sabiduría cristiana, no puede perder cancha. No puede perder pie. Tenemos que iluminar. No podemos dejarnos arrastrar por artefactos sin más. Lo cual no significa la exclusión, sino ese sentido del discernimiento desde el espíritu y de una manera positiva y esperanzadora, como hace la fe cristiana, la fe católica, que mira con optimismo el progreso humano. Pero al mismo tiempo sabiendo que el ethos cristiano, que Dios mismo como fundamento no puede estar ausente. Porque entonces el hombre se vuelve contra el hombre. y en un mundo enormemente complejo como el nuestro, donde hay movimientos tectónicos en el mundo que parece que anticipan unos escenarios pre bélicos o al menos de enfrentamiento y de polarización… Donde nuestra propia sociedad española está enfrascada en puras estrategias electorales bañadas de ideología hasta el tuétano. donde no hay respiración para una sociedad civil libre y responsable, donde todo está en la exclusión y donde todo está muchas veces con una ausencia absoluta, no solo de la experiencia, del devenir histórico y de sus defectos y fallas, que nos tendrían que enseñar la lección de que el diálogo y la paz siguen siendo necesarios en nuestro mundo más que nunca.
Luego, queridos amigos, esto puede parecer una reflexión sin más, pero la Palabra de Dios nos ha venido a dar un sentido. Cristo es la solución, como nos dice la Gaudium et espes en el número 22, Él es la vocación suprema del hombre. Él le dice al hombre lo que debe ser el hombre. Y vosotros, queridos teólogos, en vuestro servicio eclesial a la Iglesia, tenéis este deber. Enseñarlo, mostrarlo, como universidad, como actor social de primer orden, en la sociedad andaluza en este caso, tenéis la obligación de aportar, de dar lo que otros no dan, no quieren dar o ideologizados están imposibilitados para dar. Y todo desde el prisma de la razón noble humana, informada por la fe.
Queridos amigos, los que os formáis para ser pastores, si el cristiano está llamado a dar razón de su esperanza, cuánto más vosotros el día de mañana, como pastores del pueblo de Dios y como consagrados y consagradas al servicio del Reino de Dios. Ese Reino que ya anticipamos. Ese reino de justicia, de paz. Ese Reino de gracia que es el mismo Cristo.
Que la Virgen Santísima, la que meditaba todas estas cosas en su corazón, la que tiene la lógica de los últimos y por eso lo expresa en el Magníficat al decir que Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes…
Que ella, que es asiento de la sabiduría, nos dé, como le decimos en la sangre, nos muestre a Jesús el fruto bendito de su vientre.
Así sea.