Homilía en la Santa Misa de Santa María de la Victoria, Patrona de Málaga, el 8 de septiembre de 2025, festividad de la Natividad de la Virgen María, en la Catedral de Málaga.
Miq 5,1-4ª: Dé a luz la que debe dar a luz.
Rm 6,28-30: A los que Dios había conocido de ante mano los predestinó.
Sal 12: Desbordo de gozo con el Señor.
Mt 1,1-16.18-23:La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.
- Mi saludo y agradecimiento al Sr. Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, a la Hermandad de la Santísima Virgen de la Victoria, así como también a la Orden de los Mínimos.
- Deseo destacar mi felicitación a la Hermandad de la Virgen de la Victoria por su 150 aniversario. Siglo y medio de amor y difusión de la devoción a la Patrona y Madre de Málaga.
- Y a todos los que concurren a esta Eucaristía para avanzar en nuestro amor a la Patrona y Reina de Málaga. Desbordamos con Ella de gozo en el Señor en este día de su Natividad.
- Hoy nos congregamos para celebrar con alegría a la Virgen de la Victoria, patrona de Málaga. Cada 8 de septiembre, recordamos con gratitud a la Madre de Dios, quien acompaña y guía nuestro camino, tal como ha hecho a lo largo de la historia de vuestra ciudad, especialmente en las circunstancias más difíciles.
- La Santísima Virgen de la Victoria es para nosotros:
– Nuestra Protectora: Queridos hermanos, ¿cómo no vamos a vivir con alegría esta fiesta en honor de la Santísima Virgen de la Victoria, ya que ella nos escucha siempre en su templo, custodiado por la Orden de los Mínimos y en la intimidad de nuestro corazón, de nuestros hogares; en nuestra debilidad y desvalimiento personal y colectivo: pobreza, sufrimientos. Ella está presente en el logro de vuestras conquistas: de prosperidad, cultura, y conciencia de vuestra identidad. Del mantenimiento y vitalidad cristiana y eclesial en las familias, parroquias y diócesis de Málaga.
– Nuestro Modelo: Ella, la Virgen de la Victoria, ha sido el modelo de lo mejor que habéis querido ser siempre. “María es lo que debe ser la Iglesia” (S. Juan Pablo II). Por ello nuestra verdadera renovación cristiana y eclesial, personal y comunitaria ha de pasar necesariamente por el incremento del amor y devoción a la Virgen de la Victoria y su vivencia en un cristianismo comprometido en la sociedad de hoy como nos pedía el Papa Francisco.
– Nuestra Madre y Patrona: Nos señaló el Concilio Vaticano II en el comienzo de su Constitución Pastoral Gaudium et Spes: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (n.1).
Todo esto lo ha cumplido para con las buenas gentes de Málaga Santa María de la Victoria. En su Hijo Jesucristo, nuestro Hermano y Salvador, la Santísima Virgen (y con ella la Iglesia de la que es modelo) nos recibe a todos como hijos y nos abraza en nuestro sufrimiento.
“Precisamente en este camino -peregrinación eclesial a través del espacio y del tiempo, y más aún a través de la historia de las almas- María está presente como la que avanzaba en la peregrinación de la fe, participando como ninguna otra criatura en el misterio de Cristo. Añade el Concilio que `María…Habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe’ (L.G. 65). Entre todos los creyentes es como un `espejo´, donde se reflejan de modo más profundo y claro las maravillas de Dios (cfr.: Act. 2,11)” (Redemptoris Mater, núm. 25).
Y así lo ha vivido y vive Málaga. Los Papas y Obispos han reconocido el valor excelso para el Pueblo de Dios de esta bendita imagen de la Virgen y la ha adornado de títulos y honores, desde la declaración de su patronazgo hasta su coronación canónica.
La historia nos narra que la Virgen de la Victoria fue recibida por el rey Fernando el Católico durante la conquista de Málaga. Este regalo representa más que una victoria territorial; es un símbolo de que la verdadera victoria no se encuentra en las armas, sino en la fe y la entrega. La imagen de la Virgen se ha erigido como un faro de esperanza y refugio en tiempos de crisis, inspirando a generaciones.
En nuestro contexto histórico del siglo XXI, la victoria que celebramos va más allá de lo material. Nos dice la primera carta de San Juan (5,4) lo siguiente: «pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe». La victoria que vence al mundo es nuestra fe. En un mundo lleno de incertidumbres, nuestra fe en Dios se convierte en nuestra mayor fortaleza, enseñándonos a afrontar adversidades con amor y esperanza.
La primera bienaventuranza del Evangelio es precisamente la bienaventuranza de María como es saludada por Isabel y se refiere a la grandeza de la fe de la Santísima Virgen María: “Bienaventurada tú porque has creído lo que se te ha dicho de parte del Señor” ((Lc 1, 45). La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo, hemos escuchado en el Evangelio de hoy. Ella es la Madre de Dios y, como dicen los Padres de la Iglesia (cfr.: S Agustín, Sermón 215, 4), concibió a Cristo antes por la fe que en sus purísimas entrañas. María concibió a Jesús en su corazón por la fe y la aceptación de la misión que Dios le encomendaba. Este acto de fe fue un acto interior de amor y sumisión, que se materializó en la Anunciación.
La Virgen, con su imagen maternal, nos invita a acercarnos a ella con confianza. Así como fue fortalecida en su fe y se convirtió en instrumento de salvación, nosotros también estamos llamados a ser testigos de esta fe en nuestra vida diaria. Se nos invita a ser luz en la oscuridad, a buscar la paz en los conflictos y a llevar amor donde hay odio.
Un pueblo que fiel a sus tradiciones cristianas como lo es Málaga celebra la fe en María y de ella aprende a vivir la fe cristiana. Nos decía precisamente el recordado Papa Benedicto XVI: “Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4)”. (Carta Porta Fidei).

Necesitamos hoy más que nunca de renovar y testimoniar nuestra fe en Dios, que es la fe de la Virgen María y proclamar su primacía en un mundo que vive como si Dios no existiera. Secularismo. Paganía ambiental. Necesitamos afirmar nuestra fe en Dios.
El mismo Papa Benedicto XVI nos recordaba en su Carta Apostólica: que nuestra fe tiene que ser confesada y testimoniada. Confesar y testimoniar a Cristo:
“El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso”.
Por todo esto no deja de sorprender y damos gracias a Dios por ello que, a estas alturas de persistente empeño secularista en la España de hoy, alimentado de modas ambientales y de impulsos ideológicos y políticos innegables, se viva, como se comprueba una y otra vez en las fechas patronales como esta, en Semana Santa en nuestros pueblos y ciudades de Andalucía, con tanto fervor por los creyentes y respeto por quienes no lo son. Y para ejemplo la Semana Santa de Málaga.
A pesar de que muchos sólo entenderán como culturales, estéticos e incluso como simplemente folklórico, estos actos de culto de procesionar a Cristo vivo y sacramentado en la custodia, como hacerlo en Semana Santa con el paso de la imagen de un Cristo o de la Santísima Virgen, no puede ser sólo un acto externo o, si se quiere, exclusivamente devocional, es también reivindicar el derecho de la religión católica y de sus fieles a ocupar un puesto en el espacio público de nuestro país, de innegable raíces e impronta cristiana, no sólo en su historia, no sólo en los tiempos de la conquista por Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, sino también en su presente.
Esto es especialmente necesario cuando nuestra sociedad vive un proceso de secularismo a la par que, de pluralismo social y religioso, y se está promoviendo una falsa concepción sobre la naturaleza del catolicismo en la sociedad, al que algunos sólo le querrían conceder carta de ciudadanía en el foro privado, en el de la intimidad o de la conciencia, o todo lo más en el espacio sagrado de los templos. Por esto mismo, cualquier afirmación -como es esta fiesta malagueña de la Virgen de la Victoria y en tantas queridas advocaciones marianas en este 8 de septiembre- de las señas de identidad cristiana en el ámbito social y público es especialmente precisa en un mundo secularizado como el nuestro.
Es por eso es verdad que no podemos quedarnos en la imagen sin más, en la fiesta o romería, pues esta religiosidad o piedad popular necesita para no ser solo algo del pasado, de sentimientos y costumbres, el auxilio de la doctrina y la liturgia: fe creída y celebrada en la Iglesia, de la Eucaristía. Pero, qué errado e injusto es despreciar y marginar la fe de los sencillos, la piedad popular, la fe encarnada de nuestro pueblo como la definía el recordado Papa Francisco a la piedad popular.
Culto y vida, personal y social o pública, culto y cultura con todo lo que esta palabra significa van de la mano en el cristianismo. La ruptura de este hermanamiento no sólo es una orfandad para el auténtico engrandecimiento de lo humano, sino un fracaso para la propia religión.
Quizá éste sea, como decía S. Pablo VI, uno de los dramas de nuestro tiempo: la brecha abierta entre el Evangelio y la cultura, la vida social y pública, frutos de la marginación de Dios en la modernidad. Trabajemos para lograr de nuevo su hermanamiento y vivir con fe nuestras tradiciones de la piedad popular que hemos recibido de nuestros mayores, como es nuestra devoción a la Virgen de la Victoria, es una forma, nada desdeñable con tal que no vayan solas sino con el acompañamiento de una vida cristiana coherente y de hacerlo, ahora más que nunca, en los tiempos que corren.
En definitiva, queridos hermanos, la verdadera victoria, como nos enseña nuestra Patrona, se encuentra en la fe. En un mundo lleno de desafíos, nuestra fe nos invita a ver más allá de las dificultades y a descubrir luz en las sombras. Es en la fe donde hallamos la paz y la fortaleza necesarias para enfrentar las pruebas de la vida.
La Virgen de la Victoria nos anima a vivir nuestra vocación cristiana con amor y firmeza. Nos recuerda que la verdadera victoria no reside en logros materiales, sino en nuestra capacidad de amar, perdonar y servir a los demás. Cada acto de bondad y generosidad se convierte en un reflejo de la victoria que tanto buscamos. Nuestra lucha es, auxiliados por la gracia de Dios, buscar la santidad a la que todos los cristianos estamos llamados. Y para lograr la victoria de la santidad nuestras armas no son otras que las que aconsejaba san Pablo a los cristianos de Éfeso: “Buscad -les decía- vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder…Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir…. Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios” (Ef 6, 11-17).
No podemos quedarnos en cristianos mediocres, en aquellos de mero cumplimiento, sino que hemos de ser cristianos coherentes, a pesar de nuestra debilidad. Por eso en esta festividad, renovemos nuestra fe y nuestro compromiso con el amor. Que sigamos su ejemplo, convirtiéndonos en portadores de esperanza y testigos de la verdad. Seamos valientes en nuestras luchas personales y solidarios con quienes sufren.
La Santísima Virgen nos lleva a la victoria, a la victoria de nuestra fe. Mantengamos, por tanto, como se nos invita en este año jubilar nuestra esperanza. Cristo y María han vencido y con ellos nosotros «Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta, y grita con dolores de parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otro signo en el cielo: un gran dragón rojo que tiene siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas, y su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se puso en pie ante la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando lo diera a luz. Y dio a luz un hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro, y fue arrebatado su hijo junto a Dios y junto a su trono» (Ap 12, 1-5).
Pidamos a nuestra Madre, la Santísima Virgen de la Victoria, que interceda por nosotros, por la ciudad de Málaga, por vuestro nuevo obispo D. José Antonio Satué, que tomará posesión el próximo día 13; por nuestro querido D. Jesús, que ha sido vuestro pastor diocesano durante tantos años y por la querida diócesis de Málaga y por nuestra España, para que la victoria de la fe ilumine cada corazón y cada hogar. Que siempre encontremos en la Santísima Virgen un refugio y un aliento en nuestro caminar. Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
Catedral de Málaga
8 de septiembre de 2025