De la Pastoral Bíblica de la Archidiócesis de Granada, para el domingo 26 de enero de 2025.
La liturgia de este domingo, de manera especial, nos acerca al encuentro con la Palabra de Dios. Palabra que penetra el corazón del ser humano y le ayuda a comprender que es espíritu y vida. Para que la palabra que escuchamos nutra nuestro interior, tal vez alguien tenga que ayudarnos a comprender su sentido, de modo que todos podamos entenderla (Ne 8,8). Estupendo día para escuchar, comprender y vivir la palabra que el Señor nos regala.
La fiesta de la Palabra (Ne 8,2-4a.5-6.8-10):
En la primera lectura de hoy, del libro de Nehemías, el autor vuelve a leer la historia de Israel, resaltando su identidad como pueblo de Dios, el culto del templo y la observancia de la ley. La obra está situada en la época persa. Nehemías, copero del rey Artajerjes pide al rey volver a Jerusalén a restaurar el templo y las murallas, lo que le será concedido (Ne 1-7). Junto a esta restauración externa, el pueblo realizará también una renovación interior que comienza a dar sus pasos.
El tema central de este capítulo 8 es la lectura pública de la Palabra de Dios. Nos encontramos ante una gran asamblea litúrgica en la que se produce la entronización del libro de la Ley llevada a cabo por el sacerdote y escriba Esdras. Durante la época del destierro en Babilonia, los judíos desprovistos del templo habían centrado su identidad religiosa en torno a la Torá; ahora ya en su tierra, a través de esta celebración, expresan la importancia de la Palabra de Dios en sus vidas.
El relato nos presenta al sacerdote Esdras leyendo el libro a hombres y mujeres de forma ininterrumpida desde el amanecer hasta mediodía, lo que provoca en el pueblo la escucha atenta a la Palabra, de la que brota un llanto emocionado y entrañable, junto al asentimiento a realizar lo que se ha proclamado: “Amen, Amen”.
A continuación, Esdras, y Nehemías junto a los levitas invitan a la alegría y a la fiesta, a comer y beber, puesto que ese día es “un día consagrado a Dios”. La Palabra de Dios está en medio de su pueblo, por eso no tienen cabida ni la tristeza y ni el llanto, solo el gozo en el Señor ha de ser su fortaleza, para celebrar la “fiesta de la Palabra”.
Hoy se ha cumplido la palabra (Lc 1,1-4; 4,14-21)
La propuesta de evangelio de hoy es doble. Por un lado, Lucas nos presenta el prólogo de su relato, único evangelista que expone al comienzo de su obra la intencionalidad al escribirla (1,1-4). A continuación, el texto da un salto y nos sitúa en el capítulo 4, en la sinagoga de Nazaret, dónde Jesús proclama la Palabra del profeta Isaías e identifica su contenido con su persona (4,14-15).
El Prólogo (1,1-4) lo inicia Lucas señalando el hecho de que ya existen otros escritos de la misma naturaleza que el que se dispone a escribir, para lo cual los respectivos autores (Marcos y Mateo) han compuesto un relato de los hechos sucedidos, refiriéndose con ellos a la vida, muerte y su resurrección de Jesús. Aunque él no conoció a Jesús, se ha encargado de recoger todos los testimonios de aquellos que fueron testigos oculares y servidores de la Palabra.
Lucas también afirma su decisión de escribir dichos acontecimientos por su orden, una historia teológica de los hechos que él ha recogido e investigado. Por último, manifiesta cuál es la finalidad de su escrito que no es otra que dar solidez, fundamento, y profundidad a las enseñanzas que sobre Jesús y sus discípulos, previamente ya ha recibido la comunidad, representada en la persona de Teófilo. Cada vez que leemos este evangelio, se cumple la finalidad para la que se escribió: profundizamos y damos solidez al conocimiento que tenemos sobre Jesús, su persona, y su misión, como veremos a continuación.
En la sinagoga de Nazaret, Jesús proclama el llamado “discurso programático”, (4, 16-21), precedido por un breve sumario (4, 14-15), donde se nos presenta al Maestro volviendo a Galilea con la fuerza del Espíritu, tras las tentaciones. El Señor enseña en las sinagogas, su fama se va extendiendo por toda la región y todos lo alaban.
En su recorrido por Galilea, Jesús llega a su pueblo, Nazaret. Allí también entra en la sinagoga y se pone en pie para hacer la lectura del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres…” (Is 61,1-2).
Jesús matiza dos cosas al hacer la lectura del profeta: en primer lugar, suprime la última parte de la expresión “proclamar el año de gracia del Señor y el de desgracia”, que había anunciado Isaías. En segundo lugar, termina el discurso diciendo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”. Con ese “hoy”, Jesús hace suya la misión del profeta y el contenido de su discurso. Él, ungido por el Espíritu, se sabe llamado a evangelizar y traer la salvación a todos aquellos que sufren opresión, marginación y pobreza. En esta proclamación salvífica, Jesús sólo habla del año de gracia del Señor. Él es esa Buena Noticia liberadora para el ser humano. De ahí, la admiración que provoca las palabras que salen de su boca en los oyentes.
La Palabra hoy
En un mundo lleno de palabras dónde estas han perdido su valor y su verdad, necesitamos palabras que llenen nuestro interior de luz y alegría. Palabras auténticas que inviten al diálogo con los otros, que empaticen con aquellas situaciones de dolor y sufrimiento, que nos muevan a la compasión. Nuestro mundo anda escaso de palabras amables, llenas de bondad, que inviten a quedarse, que muestren que hay caminos para la paz. Tal vez, si abrimos nuestros oídos y nuestro corazón a la Palabra de este domingo, podamos descubrir que Jesús es el único que trae una Palabra sanadora y salvadora.
Carmen Román Martínez, op