Homilía en la Eucaristia celebrada en la S.A.I Catedral en la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2024.
Homilía del arzobispo, Mons. José María Gil Tamayo, en la Eucaristía celebrada en la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo y XXXIV Domingo con el que concluye el ciclo litúrgico, el 24 de noviembre de 2024. La colecta eucarística se dedicó a los damnificados por las inundaciones en España y en esta Eucaristía se celebró el III aniversario de la Capilla de Adoración Eucarística Perpetua, con sede en la iglesia parroquial del Sagrario-Catedral.
Queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos diáconos y seminaristas;
queridos hermanos y hermanas:
Hoy es un día grande. Es un día de fiesta con el que concluye el año cristiano: la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Jesucristo es el centro de nuestra vida.
Es nuestro amor, nuestra vida, nuestra meta, lo que da sentido a nuestro vivir. A quien hemos de parecerlo. Jesucristo es la vocación suprema del hombre, como dice el Concilio Vaticano II. Le dice al hombre lo que debe ser el hombre. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Nuestro nombre de cristianos viene precisamente de que somos otros cristos, el mismo Cristo. Somos de Cristo. Hemos sido cristificados. Y terminar el año cristiano con esta fiesta en honor de Cristo es recordarnos el fundamento que es Cristo. No se nos ha dado otro nombre por el que seamos salvados, sino por Jesucristo. Él es la piedra angular que desecharon los arquitectos.
Queridos hermanos, tenemos que poner a Cristo en el centro. El Papa san Juan Pablo II comenzaba su pontificado precisamente con esta llamada: “Abrid, de par en par, las puertas a Cristo”. Y nosotros, como cristianos, necesitamos también abrir las puertas de nuestro corazón a Cristo. Cristo en el centro, Cristo en nuestra vida. No sólo en los momentos de necesidad. Tenemos que parecernos a Él. Eso es la vida en Cristo. La moral cristiana es vivir la vida de Cristo, que ya, ontológicamente, se ha producido en nosotros por el bautismo. Hemos sido injertados, transformados, revestidos y nuestra vida es el despliegue para que podamos decir, como el apóstol Pablo “ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. Es lo que han hecho los santos, cada uno distintos, pero todos han intentado parecerse a Jesucristo. Es lo que vemos en la gente santa en nuestro alrededor. La gente buena. Intentan parecerse a Jesús, aunque no lo digan.
Y hoy, en esta celebración, por tanto, pidámosle al Señor un identificarnos con Él. Imitemos más a Cristo. Apuntémonos a la escuela de Cristo, al seguimiento de Cristo.
Y hemos escuchado la Palabra de Dios. Por una parte, el libro de Daniel nos presenta esa visión final de la historia. Nos presenta al pueblo judío y con una figura, cuyo nombre en el capítulo 7 versículo 13 de Daniel, es la que se apropia Cristo y se llama a Sí mismo siempre el Hijo del hombre. Nadie llama Cristo, el Hijo del hombre, en los Evangelios, pero Él se llama a Sí mismo el Hijo del Hombre. Luego, qué importancia debe tener esta figura, que es el Mesías glorioso, es el Mesías triunfador, es el Mesías, Señor de la historia, es el Mesías de hoy. Y esa es, precisamente, la figura de Cristo. Y así se nos presenta Él mismo, cuando en el Tribunal Supremo de Israel, cuando va a ser juzgado Cristo, le pregunta “te conjuro por el nombre Dios mío que nos digas Tú eres el Mesías”, “tú lo has dicho”, “y veréis al Hijo del Hombre -Él- venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria”.
Pero, este reino de Cristo, ¿cómo es? Cómo es este Reino de este Rey tan peculiar que nos presenta el Apocalipsis ya en su triunfo final, al final de los tiempos también, como Aquel al que se le da todo poder, todo honor y toda gloria; como Aquel que es el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra.
¿Dónde está la realeza de Cristo? ¿Por qué aparece en una cruz? Él aparece con una corona sí, pero de espinas. De Él se han burlado los soldados y lo han vestido de púrpura como si fuera un rey, pero le han puesto una caña como cetro. La burla sobre Cristo. A Él hemos escuchado que le interroga Pilatos; “¿Tú eres rey? – Tú lo has dicho. Y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”.
Luego, la realeza de Cristo no es al modo de este mundo, como nos dice Él: “Mi Reino no es de este mundo”. ¿Cómo es la realeza de Cristo? ¿Cómo quiere reinar Cristo en nuestros corazones? ¿Cómo es ese reino por el que pedimos en el Padrenuestro que venga a nosotros su Reino? ¿Cómo es ese Reino de Jesús que constituye el mensaje de su predicación en el Evangelio? Ese Reino, como escucharemos en el prefacio, es el reino de la justicia, de la verdad, de la paz, de la gracia, del amor. Ese reino que está por inaugurarse, mejor dicho, ya está inaugurado con Cristo. Pero que los cristianos tenemos que llevar a cabo con nuestro comportamiento, con nuestra vida. Ese Reino está descrito en las Bienaventuranzas y en el Sermón de la Montaña. Ese Reino es el mensaje de Jesús que los cristianos tenemos que atrevernos a vivirlo en nuestro comportamiento de cada día, en nuestras relaciones con los demás. Es el reino del perdón, es el reino del amor a los enemigos, es el reino de la paz, es el reino de la concordia, es el reino de la justicia, es el reino de la verdad. Y diréis, pero eso es una utopía. No, si nos ponemos, el Señor nos da su fuerza.
Es el Reino que han vivido los santos y por eso han dejado esa estela tras de sí. Es el reino de Juan de Dios, el loco de Granada, que se entrega a los enfermos y a los pobres. Es el reino de Juan de Ávila que predica con palabra encendida del Espíritu.
Es el reino de nuestros mártires, que reina ya con Cristo, pero que han sacrificado su vida precisamente diciendo ¡viva Cristo Rey! Es el reino de las vírgenes que han puesto su amor en un amor limpio, más allá de este mundo. Es el reino de los pacíficos, es el reino de los que luchan por la justicia. Es el reino de los valores del Evangelio, que es locura para este mundo, que es necedad, que es la cruz, que es el olvido de sí y es el que nos tenemos que atrever a instaurar en este mundo nuestro, donde la violencia campea, donde hay guerras abiertas con tanta violencia; donde se atropellan los derechos humanos; donde hay tantas divisiones también en las familias; donde hay esa polarización de unos contra otros. Este Reino no es al modo humano, no es al modo de los políticos. Este reino es otra cosa. Es un reino del servicio. Es un reino de parecernos a Jesús. Y esto es lo que nos pide. Y ese reino tiene un estilo, que es la santidad. Y una santidad posible en la vida de cada día, en el trabajo, en la vida de familia, en nuestras relaciones con los demás.
Es ahí, es el vivir de cada día, sin ponernos ninguna medalla, donde trataremos de vivir como Jesús nos pide. Como dice la gente, “vivir como Dios manda”. Y entonces, se estará haciendo realidad en nosotros ese Reino de Dios, que ya se ha iniciado y que un día culminaremos al final de nuestra historia personal y al final del mundo. Porque no lo olvidemos, Cristo ha vencido. Cristo reina. Cristo es el vencedor. Por tanto, como nos dice san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios, “optemos por la bandera de Cristo, no por la bandera del demonio, no por la bandera del mal”. Tenemos que hacer esas opciones en nuestra vida. ¿Nosotros con cuál estamos? Vamos a seguir a Cristo, y no por temporadas y no cuando nos parezca bien y no cuando tengamos ganas. Sigamos la verdad, sigamos a Jesús, busquemos su Reino.
Y hoy, queridos hermanos, también os pido de manera especial generosidad. No es para un país del tercer mundo. Es para nuestros compatriotas, para nuestros hermanos y hermanas de la Comunidad Valenciana, de Albacete. A toda esa gente que ha perdido lo más necesario y, sobre todo, para paliar las necesidades y para consolar a aquellos que han perdido a seres queridos. Para que logremos rehacer con esa maravillosa fuerza que se ha levantado, que es expresión del Reino de Dios, también de voluntarios, de tanta gente buena, que mientras sus políticos se pelean y se echan las culpas, va a ayudar a meterse en el barro, arrimar el hombro, a ayudar a los otros sin distinción de credos, sin distinción de capas sociales, sin distinción de ninguna ideología.
Queridos hermanos, seamos generosos para ayudar a nuestros hermanos. Quien ayuda a un hermano que es como una ciudad fuerte, dice la Escritura. Seamos así de fuertes, porque somos así de fraternos y de solidarios.
Que la Virgen, Le pedimos especialmente por el pueblo de Valencia, la Mare de Déu dels Desamparats, la Madre de Dios, de los desamparados, que Ella les ayude y nos ayude.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada