Homilía de Mons. Javier Martínez en la Santa Misa del IV Domingo de Cuaresma, celebrada en la S.I. Catedral el 30 de marzo.
Queridísima Iglesia de Dios, Esposa amada de Nuestro Señor Jesucristo, muy queridos sacerdotes concelebrantes, saludo de nuevo al Coro de Aguas Blancas.
Quiero saludar también a un grupo de personas que han venido de mi querida Córdoba, del barrio de la Fuensanta y que me han saludado aquí a la entrada. Fue la última parroquia a la que yo hice la visita pastoral antes de venir a Granada, la recuerdo perfectamente y con cariño, como podéis comprender; y queridos todos:
Dejadme antes que nada dar gracias -y sé que muchas de las personas que estáis aquí a lo mejor habéis participado en ella, otras no- pero dar gracias al Señor por lo que hemos vivido desde el viernes por la tarde, a las cinco de la tarde, hasta el sábado, hasta ayer, cuando terminábamos con las Vísperas y la Eucaristía.
Ha sido una experiencia de Iglesia suscitada por el Papa Francisco, que en cada Diócesis del mundo, al menos en una iglesia hubiese 24 horas de estar con el Señor, de adoración al Santísimo y al mismo tiempo de penitencia, de disponibilidad de los sacerdotes para oír la confesión de los pecados y perdonar los pecados, que es un ministerio tan específico del ministerio sacerdotal y tan importante como la Eucaristía, aunque tengamos hoy más, un poquito más de dificultades para percibir el bien que el Sacramento de la Penitencia pone en nuestra vida, que no es otro que el abrazo del Señor a nuestra pobreza, si queréis el abrazo del Señor o la mano del Señor a nuestra ceguera para conducirnos a la luz.
Doy gracias por este día que han sido 24 horas preciosas, de testimonio de Iglesia, de comunión entre unos y otros, de un amor abierto y sin límites al mundo, que es lo que uno aprende junto a la Eucaristía y junto al Señor.
Doy gracias al Cabildo de la Catedral y a las personas, todos los sacerdotes que se han prestado, para que en todo momento, a lo largo de las 24 horas, hubiera sacerdotes suficientes disponibles para el Perdón de los pecados, y a los grupos que han participado en la preparación que han hecho que en ningún momento ni se hiciera excesivamente largo ni el Señor estuviera solo, con una temperatura que no era la más agradable para estar en la Catedral un rato largo seguido; y sin embargo, en ningún momento, ni siquiera a las cuatro, a las seis de la mañana, a las cinco, estuvo el Señor solo. En todo momento, hubo fieles cristianos que estaban adorando, y os podría dar algún testimonio precioso: de alguna chica joven, con su MIR recién terminado y que yo la saludé en un momento, y le dije “¿desde qué hora estás?” y me dijo “desde las 12 de la noche, pero quiero estar con el Señor, el Señor me llama cada vez más a la oración y al silencio y voy a estar hasta que me entre el sueño”. Yo no le volví a hablar pero la vi que se estaba despidiendo de otra amiga suya que estaba por aquí en los primeros bancos a las 7 de la mañana. Quiero decir que estas cosas no salen en los telediarios, pero que la Iglesia sigue viva, gracias a Dios, y muy viva, muy viva.
A las tres de la mañana estaba un buen grupo de jóvenes aquí cantando, luego se fueron a tomar chocolate con churros, pero adorando al Señor, intercediendo por la paz y por las necesidades del mundo. Ha sido una experiencia preciosa: la experiencia de ser Iglesia, la experiencia de la fe.
Y es la experiencia de la fe la que la Iglesia nos propone en las lecturas estos días es decir, tanto el domingo pasado, bajo la imagen del agua y de la sed -(…) y el Señor dice que conocerle a Él, acoger su amor que nos busca como buscaba a aquella mujer samaritana es saciar nuestra sed, encontrar el agua viva que pone sosiego a la sed del corazón- y la imagen de la fe en este domingo es la imagen de la luz, desde las tres lecturas hablan de una manera o de otra.
Dios no sigue las reglas del mundo para llamar.
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
S.I. Catedral de Granada
30 de marzo de 2014