El 1 de octubre se celebra la festividad de santa Teresa del niño Jesús, virgen carmelita, doctora de la Iglesia y patrona de las misiones.
“Teresa de Lisieux se nos presenta, sin género de duda, con una misión otorgada inmediatamente por Dios a la Iglesia”, esto es lo que de ella afirmó el teólogo von Balthasar. Y es que Santa Teresa de Lisieux es una de esas santas que parecen enviadas desde el Cielo.
La autora de “Historia de un alma” nos ha dejado uno de los testimonios de vida más importantes para nuestro tiempo, y eso que murió con tan solo 23 años. Eso no ha impedido que la vida de esta santa nacida en 1873 siga iluminándonos a día de hoy.
Leyó la Carta a los Corintios de San Pablo: “Yo os enseñaré un camino mejor: el amor”. Allí encontró la verdad de su vocación. En el cuerpo de su Madre la Iglesia, será el corazón. Sin el corazón no funciona ningún miembro. Siendo el corazón, la que quiere reunir todas las vocaciones, lo va a conseguir porque infundirá amor en todos. “Yo ayudaré, a los sacerdotes, a los misioneros, a los doctores, a los mártires, a todos”. ¿Cómo lo hará? Con un camino que se denominará el de la infancia espiritual, que es tan específico como su alma.
En ese camino de infancia espiritual, que llamará “caminito”, prescinde de los caminos extraordinarios. No es caminito porque es el que recorren las personas imperfectas. Si un niño se echa al cuello de su madre, eso es lo que entendió Santa Teresita, que quiso coger a Jesús por el corazón. Un corazón que le hacía morir de amor cuando dice ver a su Dios mendigo del mismo amor. El crucifijo del patio le mendiga sacrificios.
Por esta forma tan original de acercarse a Dios, Santa Teresa de Lisieux fue declarada doctora de la Iglesia por el Papa San Juan Pablo II en el centenario de su muerte. Hoy sigue, desde el Cielo y a través de su legado, iluminando a la Iglesia, especialmente a esas pequeñas almas de tanto valor a los ojos de Dios.