El 16 de septiembre se celebra la festividad de los santos Cornelio, Papa y Cipriano, obispo, mártires.
En Roma, en el año 251, después de unos años de sede vacante debido a la persecución de Decio, fue elegido el Papa Cornelio, romano, quizás de origen noble, ciertamente reconocido como un hombre de fe justa y amorosa. Su elección, sin embargo, no fue aceptada por el hereje Novaziano, que se consagró antipapa y promovió un cisma en la ciudad de Roma. Cornelio – que recibió el apoyo remoto del obispo Cipriano – fue acusado de ser demasiado débil con los “lapsi”: apóstatas que regresaban a la Iglesia sin la debida penitencia, sino simplemente presentando un certificado de reconciliación obtenido de algún autodenominado confesor. Por si fuera poco, una epidemia de peste estalla en Roma y luego también la persecución anticristiana de Galo. El Papa Cornelio fue exiliado y encarcelado en Civitavecchia donde murió, pero fue sepultado en Roma en las catacumbas de San Calixto.
Cipriano nació en Cartago en el 210: era un hábil retórico pagano y ejerció la profesión de abogado. Un día le fue anunciada la palabra de Jesús y se convirtió a la fe cristiana. Era el año 246. Gracias a su fama de gran estudioso, fue prontamente ordenado sacerdote y consagrado obispo de su ciudad. Sin embargo, incluso en Cartago, la situación de los cristianos no era fácil: primero se desencadenaron las persecuciones de Decio, luego las de Galo, Valeriano y Galio, y muchos fieles, en lugar de morir por su fe, decidieron renegar y regresar al paganismo. Otros, sin embargo, mas tarde se arrepientieron pero los rigoristas juzgaban que la línea de indulgencia y benevolencia del obispo Cipriano para reacogerlos era un peligroso laxismo. Cipriano se vio así involucrado en la disputa “lapsi”, luchando contra el sacerdote Novato, partidario local del antipapa Novaziano, y contra el diácono Felicísimo que había elegido a Fortunato como antiobispo. En el año 252 logró convocar un Concilio en Cartago y condenarlos, mientras que el Papa Cornelio, desde Roma, confirmó su excomunión. Cipriano permaneció escondido durante la persecución de Valeriano, pero más tarde regresó a Cartago para dar testimonio de su fe muriendo como un mártir.