El 4 de septiembre se celebra san Moisés, legislador y profeta.
La etimología del nombre Moisés significa “salvado de las aguas”, pero según otros estudiosos también significa “el que salva su pueblo”. En cualquier caso, en el nombre de uno de los mayores profetas del Antiguo Testamento, considerado santo por la Iglesia Católica, están sus orígenes y su destino. Moisés es hebreo de nacimiento, pertenece a la tribu de Leví, (Ex 2,1) pero en la época del Faraón Tutmosis III todos los primogénitos hebreos tenían que ser arrojados al Nilo para evitar que el pueblo hebreo superara en número y fuerza a los egipcios, (Ex 1,22). Moisés, sin embargo, fue salvado y recogido de las aguas por la hija del faraón que lo crió como suyo, (Ex 2,5-10). En la corte egipcia recibió la mejor educación. En el futuro legislador se fue formando una clara idea de la justicia: hay que defender siempre al más débil, tanto que no duda en matar a un egipcio que maltrata a un hebreo. Por esta razón será perseguido por la justicia del Faraón y se verá obligado a huir y encontrar refugio en el desierto, (Ex 2,11-15).
Moisés vaga por el desierto del Sinaí, está cansado y deshecho, pero la soledad le hace comprender su propia pequeñez de frente a la inmensidad de la creación. La contemplación de las maravillas del creado despierta en su corazón una gran sed de Dios. Y es allí donde un día Dios lo llama mediante una misteriosa zarza ardiente que habla y nunca se consume. Moisés le pregunta su nombre y Dios responde: “Yo soy el que soy”, (Ex 3,14). Yahvéh le ordena volver al Faraón y pedirle que libere a los israelitas de la esclavitud para conducirlos a la Tierra Prometida, (Ex 3,10). Moisés tiene miedo y se resiste pues tiene deudas con la justicia y es tartamudo, pero Dios le da un bastón que manifiesta el maravilloso poder divino, (Ex 4,1-8). y con la ayuda de su hermano Aarón, que tenía el don de la palabra convincente, (Ex 4,10-17), los dos salieron acompañados por Seforá, su esposa, la hija del sacerdote di Madián con la cual Moisés se había casado durante su exilio en el desierto, (Ex 2,21-22).
Con un género literario épico, antropomórfico y muy violento, que no hay que interpretar literalmente, en el libro de Éxodo se repite frecuentemente que Dios “había endurecido el corazón del faraón”: (Ex 7,13). para significar que para los hebreos de aquellos tiempos nada se movía en la historia sin la intervención divina y para poner de manifiesto que ni Moisés ni Aarón tuvieron una tarea fácil. El bastón convertido en serpiente y el agua del Nilo convertida en sangre no sirvieron de nada para convencer al Faraón, pues sus magos de la corte hicieron lo mismo, (Ex 7,8-13). Luego llegaron las famosas diez plagas de Egipto.
El Faraón consentirá liberar a los hebreos, (Ex 12,31), pero cuando llegarán al Mar Rojo, de nuevo el Faraòn ya se habrá arrepentido (Ex 14,5-9): por eso, tan pronto como el pueblo de Israel ha atravesado el mar, el poder divino hizo que las aguas se abatieran sobre los soldados enviados por el Faraón. (Ex 14,23-31).
Finalmente los hebreos están en camino hacia la Tierra Prometida, en camino a Canaán. En el desierto Dios los protege con las maravillas que hace obrar a Moisés.
El propio Moisés por su infidelidad morirá sin haber entrado en la Tierra Prometida, pero podrá verla desde lo alto del Monte Nebo, (Dt 32,51-52). A la muerte de Moisés, Josué se hará cargo del liderazgo de Israel para combatir contra los pueblos de Canaan: (Jos 1, 1-5).