El 31 de agosto se celebra la festividad de los santos José de Arimatea y Nicodemo, discípulos del Señor.
José era un distinguido miembro del Sanedrín, un hombre influyente, al que todos conocían y estimaban en Jerusalén. (cf Lc 23, 50-51). Probablemente su ciudad de origen era Arimatea – identificada por algunos como el Rantis de hoy – y dado el uso judío de ser sepultado en su tierra natal, a algunos estudiosos les ha parecido extraño que hubiera preparado su lugar de sepultura en Jerusalén. En su evangelio, Juan señala que siendo un hombre muy en vista, siguió a Jesús “en secreto” por miedo a ser expulsado de la sinagoga por las autoridades religiosas. (cf Jn 19, 38) Paradójicamente, cuando fue a pedir a Pilatos el cuerpo de Cristo ya no fue tan discreto; usó toda su influencia para obtenerlo. (cf Mt 27, 58) José sabía del riesgo que corría: la simpatía por un hombre condenado a muerte podría haber sido fácilmente interpretada como complicidad y por lo tanto subsistía sempre el peligro de seguir el mismo triste destino del ajusticiado. Pero en este punto José tampoco temió manifestar abiertamente su amor por su Maestro y además de ofrecer su propia tumba para Jesús, también se proveyó de un fino lienzo para honrar sus restos. (cf Mc 15, 35-46) Después de estos eventos de la Pascua ya no se le menciona en ninguno de los evangelios canónicos, aparecerá sólo en algunos textos apócrifos, donde se narran imaginaciones muy fantásticas.
Nicodemo era un fariseo, magistrado judío, que aparece sólo en el evangelio de Juan. (cf Jn 3,1) Lo encontramos por primera vez cuando Jesús predica en Jerusalén en ocasión de la Pascua. (cf Jn 2,23). Fascinado por su figura, Nicodemo busca Jesús por la noche para no ser visto y le dice “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él” . (cf Jn 3,2). Jesús le responde que para ser parte del reino de Dios hay que renacer de nuevo de lo alto: “El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios” (cf Jn 3,3). Fue así que Nicodemo comprendió que “era necesario nacer de nuevo del agua y del Espíritu” (cf Jn 3,5) y por eso, cuando Jesús fue encarcelado lo defendió con vigor ante el Sanedrìn, recordando a los fariseos que la justicia daba a los acusados el derecho a ser escuchados antes de ser juzgados: “¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?” (cf Jn 7,50). Por último, lo encontramos junto a José de Arimatea en el momento de la sepultura de Jesús. (cf Jn 19, 39 ss). Existen también varios textos apócrifos del siglo II que describen historietas sobre José de Arimatea; narraciones que, siendo fruto de la imaginación oriental y de las creencias populares, no son sino claras invenciones desprovistas de cualquier fundamento histórico y bíblico.