El 4 de junio se celebra la festividad de San Francisco Caracciolo, sacerdote, fundador de los clérigos regulares menores.
A la edad de 22 años, fue afectado por una forma de elefantiasis que desfiguró todo su cuerpo. Así que prometió renunciar a las riquezas terrenales para siempre a cambio de la curación. Dios lo escuchó y dos años después fue ordenado sacerdote. De inmediato se dio a conocer por algunas supuestas curaciones entre los enfermos en los hospitales donde ejerció su ministerio, así como en las prisiones. Como preferìa estar siempre entre los últimos, pidió formar parte de “la Compañía de los Blancos” que se ocupaba de asistir a los condenados a muerte y a los convictos del hospicio de los Incurables en Nápoles. Esto sucede en 1588.
Un día recibió una carta de un noble genovés, Don Agustín Adorno, y del Abad de Santa María la Mayor de Nápoles, Fabrizio Caracciolo. En realidad estaba dirigida a un religioso del mismo nombre que formaba parte de su propia congregación, pero le fue entregada a él, que la recibió como un signo de la Providencia. Será a causa de este malentendido que junto con los dos personajes mencionados Ascanio se dirija hacia el Eremo de los Camaldolenses donde escribe la constitución de un nuevo instituto del que es cofundador. Fue él mismo quien propuso añadir a los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, un cuarto voto que se consistía en rechazar cualquier beneficio y cargo eclesiástico. Cuando el nuevo instituto fue reconocido, Ascanio cambió su nombre por el de Francisco.
En 1589 Francisco fue a España con Adorno, que quería ampliar el nuevo instituto allí. El viaje, sin embargo, fue un fracaso: después de un año volvieron a casa, Francisco estaba enfermo, Adorno murió. En 1591 Francisco fue elegido Ministro General perpetuo, cargo que tuvo que aceptar para cumplir el voto de obediencia, pero no cambió su forma de vivir la penitencia, el ayuno o el hábito de hacer el trabajo más humilde. Regresó a España tres años después, pero en Madrid el Rey Felipe II lo amenazó con el cierre del Hospital de los Italianos donde cuidaba de los enfermos. Sólo en 1601, elegido maestro de novicios, pudo fundar una casa en Valladolid, demostrando una gran capacidad de discernimiento entre los jóvenes, prediciendo a unos la vocación a la vida religiosa, a otros incluso el abandono de la fe. En 1607 fue finalmente dispensado de cualquier cargo y se dedicó sólo a la oración.
Nunca dejó de visitar a los enfermos y de asistir a los moribundos: en el hospital se dedicó con buen ánimo a las tareas más humildes como hacer las camas, limpiar las habitaciones, remendar la ropa de los enfermos. Siempre estaba dispuesto a recoger limosnas para la educación de las jóvenes. Llevaba todo lo que tenía a los pobres, literalmente sacándose el pan de la boca, a menudo en ayunas, y donando la ropa que todos los hermanos desechaban. Además, era incansable para escuchar confesiones, enseñar el catecismo a los niños, organizar obras de caridad y predicar las verdades eternas a los fieles.
Si deseaba lo mejor para los demás, para sí mismo no querìa nada: Francesco siempre eligió las habitaciones más estrechas, dormia y comia muy poco, también hacia penitencias, incluso llevaba el cilicio en las fiestas y en los largos paseos. Pero sobre todo promovió el culto de la Eucaristía, estableciendo que los estudiantes de la Orden se turnaran en la Adoración del Santísimo Sacramento. No se cansaba de exhortar a otros sacerdotes a esta práctica también, exponiendo el Santísimo Sacramento cada primer domingo de mes. Fue en peregrinación a la Santa Casa de Loreto y allì, el 4 de junio de 1608, murió santamente después de haber invocado a los santos Miguel, José y Francisco de Asís. Fue canonizado por Pío VII en 1807.