De la Pastoral Bíblica de la Archidiócesis de Granada, para el domingo 26 de mayo de 2024.
PRIMERA LECTURA: Dt 4,32-34.39-40
El texto de la liturgia de hoy pertenece al primer discurso de Moisés (1,1-4, 43) de los cuatro que tiene el libro del Deuteronomio: Estas son «las palabras que Moisés dirigió a Israel, al otro lado del Jordán (1,1a).
A través de una serie de preguntas en cascada que interpelan al lector persuasivamente, presentan uno de los temas teológicos más típicos del libro, la elección de Israel. Para ello el hagiógrafo recorre la obra del Señor con su pueblo en la Historia de la salvación: la creación del ser humano (v. 32), los patriarcas (v. 37), la liberación de Egipto y su salida de la esclavitud (v. 34.37). Este último, por ser un acontecimiento fundante de toda la fe de Israel, lo desarrolla describiéndola como una realización de signos (Ex 4,9;7,3) y prodigios (Ex 4,21;7,3.9;11,9-10), términos con los que se describen las plagas de Egipto en el libro del Éxodo; y como una acción guerrera del Señor realizada con mano fuerte y brazo poderoso (cf. Ex 14,114;15,3; Dt 11,4), expresión frecuente en el Deuteronomio (Dt 5,15;7,19; 11,2;26,8; cf. 1 R 8,42;Jr 32,21; Ez 20,33-34; Sal 136,12) que parece tener su origen en la tipología real de Egipto.
Ese Dios que ha elegido a Israel es un Dios transcendente de Dios que además se hace presente y se deja oír: “Desde el cielo hizo resonar su voz para enseñarte y en la tierra te mostró su gran fuego, y de en medio del fuego oíste sus Palabras” (v. 37).
Con todo esto, ¿cómo no reconocer que el Señor es el único Dios, que no hay ninguno más ni en la tierra ni en el cielo? (1 Re 8, 60; Is 45,5-6; Jl 2,27)? El texto invita a Israel a meditar esta realidad en su corazón (Dt 7,9; 8,5) a modo del preludio del Shemá: “Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4-5). La manera práctica, visible, palpable de reconocer la unicidad y exclusividad de Dios es cumplir sus mandatos y preceptos. Ellos son fuente de felicidad, pues a través de ellos cultivamos unas relaciones con los hermanos y con el mismo Dios según su sueño: “Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla” (Dt 30,15-16).
EVANGELIO: Mt 28,16-20
La conclusión del Evangelio de Mateo es en cierta forma una presentación programática de todo el evangelio. Se podría decir que ésta es la tesis que desarrolla el evangelista en toda su obra. El final se vuelve en cierto modo el principio y enseña a “entender” todo el Evangelio desde atrás, de ahí que este pasaje sea la clave para la comprensión de todo el libro.
La conclusión, consta de dos partes: una primera anotación preliminar (28,16-18a), donde se narra el encuentro de los once discípulos con el Resucitado en un monte de
Galilea y las reacciones de ambos: mientras unos adoran, otros dudan; y una segunda parte, en que Jesús envía a sus discípulos a la misión haciéndoles una promesa (18b-20).
Jesús Resucitado, con la autoridad recibida del Padre, comunica a modo de testamento, el mandato de misión (28,19-20a). El envío a la misión se concreta en haced discípulos. Pero para ello hay que moverse, hay que desplazarse, hay que vivir en clave itinerante puesto que este haced discípulos abarca a todos los pueblos y naciones. Nadie está excluido del proyecto de Jesús, hombres y mujeres de todo raza, lengua, pueblo o nación. La vida del misionero es itinerante.
Jesús nos dice que para “hacer discípulos” hay que realizar dos acciones intrínsecamente relacionadas entre sí: bautizar y enseñar:
-Bautizar (=sumergirse) en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. El nombre significa la propia realidad, por ello Mateo invita a sumergirse en vida de la familia trinitaria Padre, Hijo y Espíritu Santo, a unirse a ellos en su eterna danza. Mateo emplea una fórmula que ya empleaba su comunidad. La incorporación sacramental a la Iglesia de aquellos que han sido “ganados” para el Evangelio es indispensable.
– Enseñar a guardar lo que Él ha mandado. Implica enseñar a vivir como procede según esa vida de incorporación a la familia trinitaria. El bautizado, que ha sido incorporado a una nueva existencia a través del bautismo, ha de vivir según esa nueva vida. El contenido de la enseñanza son los mandamientos de Jesús. Igual que Israel obedecía los mandamientos de Yahvé, el seguidor de Jesús ha de cumplir la re-interpretación que ha hecho Jesús de la Antigua Ley, que no es ni más ni menos que la voluntad del Padre, expresada en la Palabra de Jesús y comunicada a los once, los cuales han de ser transmisores fieles de esta interpretación. Esta ha de ser su enseñanza.
Al final del mandato, Jesús deja una promesa a los suyos, la promesa de asistencia y acompañamiento: yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Jesús, con ello, responde de forma total y definitiva a la pregunta que se había hecho el pueblo de Israel en tantos momentos ¿Está el Señor con nosotros? (Ex 17,7). Jesús es el Dios presente en la comunidad. El evangelista no hace desaparecer al resucitado que se apareció a los discípulos, como ocurre en el resto de los sinópticos (cf. Mc 16,19; Lc 24,5) porque sigue ahí, entre aquellos que oyen su palabra, la comprenden y la ponen en práctica. Así será “hasta el fin del mundo”.
ACTUALIZACIÓN DE LA PALABRA
“La Trinidad nos enseña que no se puede estar nunca sin el otro”. No somos islas, estamos en el mundo para vivir a imagen de Dios: abiertos, necesitados de los demás y necesitados de ayudar a los demás”. Por ello, el Papa nos ha invitado a cuestionarnos: “¿Soy un reflejo de la Trinidad en la vida de todos los días? ¿Se queda la señal de la cruz que hago cada día en un mero gesto ocioso o inspira mi manera de hablar, conocer, responder, juzgar, perdonar?”. |
Mariela Martínez Higueras, OP |