El 8 de mayo se celebra la festividad de San Víctor, mártir de Milán.
Víctor viene de Mauritania y como él también sus compañeros: Narbore y Félix. Moros, fueron llamados al ejército imperial de Maximiano que los destinó a Milán. Estamos en el pasaje del siglo III al IV. Sigue, sin embargo, una gran purga dentro del ejército: los cristianos no son bien vistos, y los tres son convertidos de la primera hora. Son fieles al emperador, le obedecen en su vida civil y militar, pero no quieren tener que elegir entre él y Dios.
Víctor es arrestado por su objeción de conciencia. Durante diversos días es recluído en una celda sin comer ni beber, hasta que lo llevan al hipódromo del circo – la actual Porta Ticinese – delante del propio emperador y de su consejero Anulino. Pero también delante de ellos se mantiene firme en su negativa a hacer sacrificios a los ídolos. Llevado de nuevo a la prisión de Porta Romana, sufre terribles torturas, que el Señor le ayuda a soportar privándole del dolor. Narbore y Félix, también son encarcelados por negarse a abjurar y fueron llevados a Lodi para ser martirizados.
Un día, aprovechando la distracción de su carcelero, Víctor consigue escapar y refugiarse en un establo cerca de lo que ahora es Porta Vercellina. Pero su huida no dura mucho: una vez descubierto, es llevado por los soldados a un bosque y decapitado. Según la tradición, su cuerpo insepulto e incorrupto, vigilado por dos nobles bestias, fue recuperado por el obispo San Materno que le dio un digno entierro.